Trifulcas de alta cuna
No es que nada una más que la complicidad en el poder; es que cuando se pierde o se corre el riesgo de perderlo, el personal se apercibe de la sonrojante catadura de quienes se sirven a sí mismos desde el poder
Tal como son
Ni siquiera en los peores momentos de la desintegración de la UCD habíamos asistido a una bronca política de la envergadura que aqueja a numerosas agrupaciones del Partido Popular, muchos de cuyos dirigentes mantienen una propensión tabernaria que viene a retratarles exactamente como son. Que si tú eres un borracho, pero tú el doble, que si ya se sabrá lo que has hecho y te vas a enterar, y otras observaciones exasperadas que tal vez deparen al ciudadano atento un conocimiento nada desdeñable de que cómo son en realidad estos individuos que están en política para enriquecerse a nuestra costa. Para forrarse, vamos. Unos lo han conseguido y otros esperan un turno que ven cada vez más lejano, de ahí el rosario de epítetos indignos de caballeros con que se machacan los unos a los otros, o la inversa. Y Eduardo Zaplana, Ángel Acebes y Federico Trillo sin dimitir.
Príncipes de Asturias
Ocurre a menudo que el lector agradecido por la delectación de una lectura sopesa la oportunidad de hacer llegar al autor no ya sus felicitaciones, que van de sí, sino de hacerle saber su gratitud sin necesidad de entrometerse en su intimidad solicitando la firma de un ejemplar de su obra o haciéndole llegar un correo electrónico. Es el caso de Claudio Magris y su extraordinario libro El Danubio, una obra imprescindible para todo lector de gusto, en la que el asunto -otros dirán: el problema- de Europa se vertebra a partir de una travesía por ese anchuroso río y sus orillas, donde late la defensa en gran estilo de algo tan poco descabellado como que la Europa del futuro será de estirpe cultural o dejará de ser para siempre. No está mal, cuando los bushistas de ocasión y algunos cómplices de la periferia europea se cachondean de los valores de la Vieja Europa. Como si hubiera alguna nueva digna de un crédito ajeno a la sumisión.
Menores ante la tele
Ante los que defienden (o defendían, como Fernando Savater) que nadie obliga a nadie a ver un programa televisivo infame, de modo que la solución es cambiar de canal o apagar el receptor, se puede estar de acuerdo en lo que respecta a las emisiones basura en horas más o menos de horario infantil. Conviene añadir que los que defienden tirar de interruptor para borrar la imagen parecen ignorar la fascinación que el receptor ejerce por su misma presencia omnipresente en el salón. Y también que distan de estar claros los límites que se atribuyen al horario infantil. Perfecto que se trate de defender a las criaturas de trifulcas de bragueta y de imágenes a menudo deliberadamente crueles, pero las medidas que barajan las televisiones deberían incluir también algún límite a la propagación de chismes y sandeces prefabricadas para esa legión de adultos que se encuentran tan indefensos como las niños ante la basura reiterada que se les ofrece desde esa dañina luminosidad que se cuela en cada rincón de la casa.
Día de Difuntos
De pequeño acudía algunas veces tal día como hoy al cementerio a limpiar las lápidas y poner algunas flores frescas ante los restos invisibles y horizontales de un conjunto de huesos desmejorados que, a saber por qué razón, vinculaba con estampas de martirio de santos de Iglesia y con cromos o reproducciones deficientes de las momias de los faraones egipcios. Lo primero era la incomprensión de saber para siempre en posición sedente a quienes casi siempre había visto en pie, y lo segundo era la pregunta acerca de si los restos eran tan perdurables como para observar la paciencia suficiente que habría de preservarlos hasta el día, glorioso, del Juicio Final. Muchas otras muertes se han sucedido desde entonces, y parece verosímil suponer que la fantasía atroz de los niños se alimenta de una manera menos tétrica con el residuo de resonancias poéticas de las cenizas esparcidas al viento que con la interrogación sobre el futuro de los huesos de las personas que en algún momento amaron.
Imperios y vacunas
Curioso que la nación más poderosa de la tierra (después de la España del periodo aznarita) carezca de vacunas contra la gripe, incluso para atender a los grupos de riesgo, y que se organicen auténticas caravanas privadas a Canadá por ver de conseguirlas. Por lo demás, ese paraíso de creyentes en cualquier cosa desdeña la cobertura sanitaria para el conjunto de su población, tiene no menos de cuarenta millones de ciudadanos que viven por debajo de los umbrales de la pobreza y ejecuta a presuntos delincuentes como si se tratara de conejos. Ahora ha sido denunciada por Amnistía Internacional por el confortable terrorismo que ejerce contra miles de presuntos terroristas. Y Osama Bin Laden sin dimitir.
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