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Columna
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Teotihuacan

Teotihuacan, a 45 kilómetros de México D.F., es el nombre que dieron los aztecas al lugar en el que se reunieron los dioses para crear un nuevo Sol. Pero eso fue hacia el 1300 de la era cristiana, y para entonces el nombre caía ya sobre un enigma completo, del que quedan restos espectaculares, como las pirámides del Sol y la Luna en los extremos de la Calzada de los Muertos, y otros tan hermosos como la serpiente emplumada o el puma marino. Estuve allí en 1994. Una semana antes de visitar Teotihuacan, en el Zócalo, la gran plaza de la Catedral y el Palacio Nacional de la capital mexicana, me vi sorprendido por el momento en que empezaban a sonar las dieciocho campanas de la Catedral. En la inmensidad de aquel lugar sonaban como si la profundidad del tiempo pudiera oirse. Y esa misma vibración era lo que recorría el valle de Teotihuacan.

Los escritores Homero Aridjis y Carlos Monsiváis, el historiador Miguel León Portilla y el pintor Francisco Toledo son algunos de los 63 firmantes de una carta dirigida ahora al presidente Fox en la que piden la salvación del imponente patrimonio simbólico y arqueológico de Teotihuacan, amenazado por la construcción en sus inmediaciones de un nuevo eslabón de la cadena Wal-Mart de grandes almacenes sobre una superficie de 24.000 metros cuadrados. Las protestas no parece que vayan a impedir que el 15 de noviembre abra al público -que lo llenará, eso está claro- el gran negocio, aunque solo sea porque el Instituto Nacional de Arqueología e Historia, el gobierno del estado de México y hasta la propia UNESCO han declarado que no pueden oponerse a la construcción. Teotihuacan fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero el director del Instituto de Arqueología ha dicho que "no hay una ley que reglamente los valores simbólicos y por tanto no podemos impedir una obra como esta". Wal-Mart está construyendo simultáneamente nuevos centros en Atizapán, Cuernavaca y Tepeaculco; las bases de su expansión mundial no son ni más alevosas ni más antisociales que las de tantos casos conocidos. Van a respetar un altar que ha aparecido al excavar el aparcamiento del nuevo centro comercial.

Al contrario que en el Zócalo o en Teotihuacan, en unos grandes almacenes la experiencia de las cosas y con las cosas ocurre fuera del tiempo, en una cápsula que custodia el silencio donde sólo hablan las marcas. Por eso, las dos construcciones que en adelante vivirán enfrentadas en el valle de Teotihuacan responden a lógicas distintas: ¿a cuál de los dos templos acudir? Es verdad que hay una cierta calma en el mundo anónimo de la completa reversibilidad de las marcas y que a veces hay que protegerse bajo el insípido silencio de las cosas. Pero haría falta que ese silencio fuera verdad, que las cosas no hablaran, que no sonara cada una de una forma, que no se rompieran y que al romperse las cosas no se rompiera tanto. Hay una obstinación del mundo que, afortunadamente, no nos deja ignorarlo y desoírlo del todo. Y la mima estirpe que levantó Teotihuacan y ahora lo humilla con un adefesio volverá a ver, apenas abra los ojos, los cielos marinos en los que danza el jaguar la música de todos los siglos.

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