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La tempestad que se avecina

David Grossman

La votación por la que hace unos días se aprobó el plan de retirada israelí de la franja de Gaza no es más que el principio de un largo proceso. Son muchos los que se oponen a este plan y tratan de bloquearlo, fundamentalmente en los sectores de la derecha. No hay plena seguridad de que finalmente se lleve a cabo. Ahora mismo ese plan ya ha abierto una brecha en el país en el ámbito político, social y religioso, y esa brecha se irá agrandando a medida que se acerque el momento de la evacuación. Sin embargo, sólo si se acaba realizando el plan, dentro de un año podremos mirar atrás y considerar la votación de hace unos días como un giro histórico en el conflicto árabe-israelí.

Actualmente Ariel Sharon está metido en la batalla política más difícil y complicada de su vida. Sharon está yendo en contra de la ideología que siempre ha defendido y que le ha guiado durante muchos años. Desde principios de los setenta promovió y aceleró la construcción de asentamientos y se encargó de ubicarlos precisamente en lugares que impidiesen cualquier posibilidad de un futuro acuerdo que incluyera la retirada israelí de los territorios ocupados. Durante los últimos treinta años, Sharon ha sido también quien ha frustrado toda medida política que en su opinión pudiese implicar la desaparición de asentamientos de colonos.

Y ahora ha de emprender una lucha sin cuartel contra esa realidad que él mismo creó, contra una visión del mundo de la que él ha sido uno de sus principales y más carismáticos símbolos. Ahora ha de enfrentarse a cientos de miles de israelíes, no sólo colonos que le han considerado su líder y su admirado guía. Ahora mismo son muchos los que le ven como un traidor.

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No importa cuáles han sido los motivos ocultos que han llevado a Sharon a tomar una decisión como ésta. Sharon casi siempre tiene sus "motivos ocultos" y casi siempre hay un doble fondo en todos los pasos que da. No hace mucho confesó que la idea de la retirada le surgió como un intento de frenar iniciativas "derrotistas" que se estaban dando como consecuencia del vacío político y la frustración, tales como la iniciativa de Ginebra.

Ya sea que se esconda tras esta decisión un intento de manipulación o se trate de un auténtico cambio de rumbo, el caso es que Sharon lidera hoy en día una de las acciones más importantes dentro del conflicto palestino-israelí desde la guerra del 67, una guerra que no emprendió Israel y que acabó con la ocupación de la franja de Gaza y Cisjordania. El desmantelamiento de los asentamientos en la franja de Gaza (además de otras cuatro colonias judías en Cisjordania) constituye para la derecha el reconocimiento de que Israel no es capaz ya de seguir dominando a los palestinos a través de la fuerza. Por supuesto que Sharon no admitirá una interpretación así, pero en realidad, el hecho de plantear la retirada supone aceptar la idea de que en el futuro Israel tendrá que retirarse también de los demás territorios ocupados. Es más, la aceptación del plan de retirada por parte de la mayoría de los israelíes significa que la ideología nacionalista y religiosa de la derecha israelí, esa ideología que desde principios del siglo XX ha estado rechazando la partición de la tierra en dos Estados, ha sufrido un duro golpe.

Sharon está actuando con mucho coraje, pero desgraciadamente también cuando lleva a cabo una acción importante e histórica como ésta es incapaz de desprenderse del despotismo y estrechez de miras que han caracterizado su trayectoria política. Y en vez de convertir la retirada israelí en un trampolín para reanudar el diálogo e intentar que Israel y los palestinos concilien sus posturas, Sharon lo que hace es sacar a los 7.500 colonos y al Ejército israelí de la franja de Gaza en una acción unilateral, ignorando por completo a los palestinos, dado que en su opinión ellos no tienen nada que ver en este acuerdo.

Así que es importante ver qué es lo que va a ocurrir siendo realistas: este plan no es un acuerdo o un proceso de paz. No hay que esperar que ahora cese la resistencia palestina a la ocupación, ya que la mayor parte de los territorios palestinos seguirán bajo ocupación israelí. Y desde el punto de vista de la legalidad internacional, Sharon no oculta su intención: la retirada de Gaza le conviene a Israel a fin de obtener el apoyo del Estados Unidos de George Bush para seguir con la ocupación de Cisjordania, pues de hecho es allí donde viven actualmente unos 230.000 colonos judíos. Ése es el corazón del movimiento de colonos y su centro ideológico. Ésa es también la zona hacia la que la mayoría de los israelíes siente una ligazón sentimental y religiosa mucho mayor que la que pueda sentir hacia la franja de Gaza. En términos de ajedrez, para Sharon, "sacrificar" los asentamientos de Gaza es una jugada de gambito para salvar a la reina israelí: su presencia en Cisjordania.

Quizá eso sea lo que explique la impresionante resistencia de los colonos a salir de la franja de Gaza. Gran parte teme que su lucha sea inútil, pero todavía hay parte que pretende convertir su lucha en un símbolo. Se trata de una minoría muy pequeña, pero violenta y muy convencida, y que tal vez tenga interés en grabar en la conciencia israelí esta batalla contra la evacuación como una tragedia nacional, con el fin de que tengan que pasar muchos años hasta que otro dirigente israelí se atreva a arriesgarse a desmantelar las colonias judías en Cisjordania.

En estos días la lucha de los colonos está llegando a grados extremos. Incluye amenazas de muerte contra el primer ministro y manifestaciones de rechazo contra el Estado de derecho. Además, los términos que emplean dan fe de la tremenda angustia en que viven actualmente: a los funcionarios que se ocupan del proceso de evacuación los llaman judenrat (el consejo de judíos que los nazis establecían en los guetos para hacer más eficaces, entre otras, su labor de exterminio de judíos) y llaman nazis a los soldados que están dispuestos a participar en el desmantelamiento. Rabinos y personalidades de la derecha piden a los soldados que desobedezcan a sus superiores para no colaborar en "el destierro del pueblo de Israel de su propia tierra". Al escuchar las manifestaciones de los colonos uno se da cuenta de que para muchos de ellos el Estado de Israel y su democracia no son más que una fase intermedia en el camino hacia la materialización de una idea más grande, una idea de carácter nacionalista, religioso y mesiánico. La mayoría silenciosa de Israel está ahora aterrorizada al comprender cuál ha sido el precio de su indulgencia hacia ellos durante todos estos años. Sólo ahora, y quizá demasiado tarde, el ciudadano medio israelí despierta y descubre que su aceptación pasiva hacia lo que los colonos les estaban haciendo a los palestinos ha ayudado a que se conviertan, a fin de cuentas, en un elemento de riesgo para él mismo y para su Estado de derecho y la democracia de su país.

Ahora bien: es cierto que no hay que ignorar el dolor de todos esos miles de personas. Para ellos es una tragedia, ya que es el fin de un sueño e implica marcharse de lo que consideran su hogar. Pero el Estado de Israel no puede permitir que una minoría como ésa dicte su vida e impida que haya un futuro mejor. Nadie duda de que tras la votación del otro día los colonos continuarán luchando con todas sus fuerzas contra el plan de retirada. No obstante, puede que Israel esté iniciando ahora un proceso que le lleve en el futuro a acabar con la ocupación y a recuperar una forma de vida más saludable y optimista.

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