"Ya no ladro a la puerta de los despachos, ahora muerdo dentro"
Va, vuelve, revisa lo que ha ido creando a lo largo de las décadas. Considera sus obras como seres vivos, que crecen, se rebelan, le satisfacen o le avergüenzan. Pierre Boulez (Montbrison, Francia, 1925) es para muchos el compositor que más ha influido, y a la vez crispado, en el mundo musical en los últimos años. Rebelde, comprometido, experimentador, inquieto, activo, no le asusta la edad. A punto de cumplir 80 años, está lleno de proyectos y trata de aunar sus facetas de creador e intérprete con la mayor coherencia posible. A veces uno asalta el territorio del otro, pero es algo que ha conseguido hacer convivir con los años: "La percepción y la expresión son dos cosas que deben funcionar sin conflictos", asegura el músico, que actuó ayer y repite hoy en el Auditorio Nacional de Madrid al frente de la London Symphony Orchestra.
"Mahler es el final de una tradición y Stravinski el principio de un nuevo lenguaje en cuanto a los ritmos, una puerta para la modernidad"
"Creo que en nuestra generación estuvimos más cerca los músicos y más interesados por lo que hacíamos entre nosotros que ahora"
"Soy muy consciente de lo difícil que es la interpretación. Gracias a que dirijo me atrevo a hacer cosas que no habría puesto en práctica hace años"
"Reviso mi trabajo para eliminar los defectos que veo en él o para añadir cosas que echo de menos"
En el programa lleva hoy a Mahler, con la Sinfonía número 7; Stravinski, con La consagración de la primavera y la Sinfonía para instrumentos de viento, que interpretó ayer, y dos obras propias: Dérive 2 y Livre pour cordes. "Quería mostrar sonidos diferentes, estéticas contrastadas. Mahler es el final de una tradición y Stravinski el principio de un nuevo lenguaje en cuanto a los ritmos, una puerta fundamental para la modernidad", asegura Boulez.
La séptima de Mahler es de las sinfonías del autor austriaco que menos se prodigan en los programas. "No es porque sea especialmente complicada, no lo creo. Tiene partes muy seductoras y para mí es un perfecto resumen de toda la tradición centroeuropea, con partes inspiradas en Schubert, Wagner y Bruckner", afirma.
Mahler y Stravinski representan y encajan perfectamente en su vara de medir la música y la posteridad. Para eso Pierre Boulez no se anda con chiquitas ni remilgos, es exigente a la hora de colocar a cada uno en su sitio. "Tengo una jerarquía para elegir los compositores que me gustan. Me pregunto: ¿si no hubiera existido este o aquel músico, cambiaría la historia después de él?". Pasa con Mahler y Stravinski, con Schönberg y Wagner -"para mí el músico más grande del siglo XIX", recalca- y algunos más. "No es que el resto desmerezca y no me inspiren respeto; sencillamente, están en otra división, a otro nivel", explica Boulez.
¿Y él? ¿Dónde queda? Pues en el lugar justo, predominante sin duda en lo que es el siglo XX. Pero no se le ha acabado la cuerda, ni la energía. Responde tranquilo a todas las preguntas con un equilibrio de mente clara y despejada, con un reconfortante aire cartesiano, tan francés. Viste de oscuro y conserva un gesto cálido y abierto en su cara de genio ecuánime. Asegura que se ha tranquilizado mucho con la edad. Ya no es aquel activista contestatario que arremetía contra el orden establecido de los gaullistas en los años cuarenta en Francia. "He aprendido que es mucho mejor hacer lo posible actuando desde dentro de las instituciones y no protestando fuera. Ya no ladro más a la puerta de los despachos, ahora muerdo dentro", explica con una sonrisa fascinante de buen jugador.
Pero sigue siendo el infatigable buscador de nuevos caminos que le hizo abrir el Institute de Recherche et Coordination Acoustique-Musique, el famoso IRCAM, que todavía trabaja a pleno rendimiento en París y que él levantó a su regreso del exilio voluntario en el año 1969. Desde entonces, ese centro ha sido un referente para la experimentación en la música electrónica de todo el mundo y hoy Boulez continúa echando carbón a su máquina.
Lo mismo que no abandona sus giras, se muestra entusiasmado con el ciclo de Mahler que hará en Berlín a medias con Barenboim para celebrar su 80º cumpleaños. Compone y recompone piezas antiguas que no le satisfacen del todo porque considera su obra en constante evolución y se reserva el derecho al perfeccionamiento continuo mientras esté vivo. "Reviso mi trabajo para eliminar los defectos que veo en él o para añadir cosas que echo de menos. La obra de arte está en creación permanente y además he decidido que mis obras queden inacabadas, incompletas, porque lo que nunca concluye es algo muy sugerente y muy tentador", asegura.
Esa obsesión le viene seguramente de su personalidad de intérprete también, que le obliga a obsesionarse más con ese proceso misterioso, ese límite de luces y sombras que siempre existe entre la idea del creador y su puesta en práctica, entre la imaginación y el sonido en el caso de los músicos. "Soy muy consciente de lo difícil que es la interpretación. Gracias a que dirijo me atrevo a hacer cosas ahora que no habría puesto en práctica hace años", asegura. El acto de hacer prender la música es el que le empuja al riesgo, pero siempre pagando cuentas, buscando resultados. "De la interpretación he aprendido la eficiencia", afirma Boulez.
Sigue dirigiendo sin batuta, pero dice que no lo hace como una declaración de intenciones, sino porque es más cómodo para él. "No me atrofia los músculos de la mano derecha", afirma. Lo tiene calculado, no como otras cosas, como la cantidad de sonidos que puede llegar a producir una orquesta limpia, sin contar con sus experimentos electrónicos, que también ayudan. "Son billones. Pero la tecnología ayuda a perfeccionar la textura, los ritmos, las estructuras", asegura. Las máquinas han cambiado la manera de componer. Ha enterrado los papeles y ensanchado los ángulos y las perspectivas. "Es como la arquitectura. Soy muy amigo de Frank Gehry y a ellos les pasa lo mismo. Ya no es necesario utilizar ningún papel. Con darle coordenadas al ordenador les saca cualquier detalle de los edificios, y a nosotros igual, algo que nos fuerza a inventar mejor", confiesa.
Su relación con la tecnología ha estado al día, lo mismo que su búsqueda de respuestas en otras artes para la música que hace. "Es interesante buscar otras inspiraciones. Muchas veces un cuadro te resuelve los problemas", asegura. En Madrid ha visitado el Reina Sofía estos días. Y ha acudido directo a la llamada profunda de Picasso y su Guernica. "Lo vi en Nueva York hace años y no lo recordaba tan grande". Como todo lo bueno, que ensancha con el tiempo.
También su compromiso, que coloca en el primer peldaño de sus obligaciones cívicas y no artísticas. "El compromiso debe funcionar como ciudadano. La música no debe servir como protesta porque pierde su eficiencia y su calidad. Todo arte que es político no es muy convincente. La moral no tiene que ver con el talento. Hay artistas completamente amorales que son genios, y al revés", cuenta.
Así que frente al mundo en el que vive evita la demagogia del artista para transformarla en la obligación del que exige civismo y tercia en lo que se le pregunte como ciudadano. En todo caso, hay temas en los que músico y ciudadano comparten igual reivindicación. Ambos lamentan el que no se incluyera una alusión a la música, como elemento unificador que es, en la Constitución europea aprobada ayer. "A nadie se le ocurrió", dice. Y sin embargo ha tenido que soportar toda esa recurrente obsesión por incluir en la misma una declaración cristiana, cosa que le repatea. "Esa forma de mezclar la Constitución con la religión del Papa es de una idiotez obstinada. No se puede incluir la religión en un texto así porque como ustedes los españoles saben, la Iglesia es capaz de lo mejor y de lo peor si recordamos lo que fue la Inquisición, por ejemplo".
Unir, no dividir, ésa es la cuestión. "Creo que en nuestra generación estuvimos más cerca los músicos y más interesados por lo que hacíamos entre nosotros que ahora. Curiosamente, las comunicaciones tan desarrolladas nos separan, producen desinterés y nos hacen encerrarnos más en nosotros mismos, por eso existe hoy más nacionalismo que hace años".
Babelia
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