_
_
_
_
Reportaje:EL REGLAMENTO DE LA LEY DE EXTRANJERÍA

Iván busca un jefe que le contrate

Pocos inmigrantes indocumentados conocen la reforma prevista, mientras sigue aumentando el número de recién llegados

En la cola de una oficina municipal del padrón, en Madrid, los inmigrantes opinan sobre la reforma de la Ley de Extranjería que les puede facilitar la vida.

"Si fuera verdad, estaría bien, pero hasta que no lo vea no lo creo", dice Vanessa, brasileña de 30 años, los tres últimos pasados en España. Es escéptica porque ha escuchado "muchos rumores que luego no se han cumplido". Las dos crías que dejó atrás, en su pueblo cerca de São Paulo, azuzan el tesón de esta mujer por progresar a pesar de haber tenido que trabajar en tres restaurantes, siempre sin contrato. "Aquí hay trabajo, pero lo del contrato, ¡ay!, eso ya es otra cosa; los amos eran buenos pero no podía quedarme mucho tiempo porque no podían tener a alguien ilegal". Ahora, al saber que la incertidumbre puede terminar, Vanessa junta las manos, mira al cielo, y cuenta su sueño de trabajar sacando belleza del rostro de las señoras, "en Murcia, con una fisioterapeuta amiga que me contratará como esteticista si consigo los papeles". Entonces podrán venir las niñas, "para darles una buena educación".

Más información
El Gobierno pacta con patronal y sindicatos la regularización de los inmigrantes con trabajo

Mohamed anda despistado. Con sólo un mes en España, sin hablar palabra de español, este bangladeshí de 20 años sonríe cuando se le explica la reforma, sin entender su trascendencia. La urgencia de su situación no le permite plantearse más futuro que el de encontrar un trabajo. "No work, no family, no friends". Mohamed no tiene trabajo, ni familia, ni amigos. El chico es carne de explotación. Un compatriota de mirada turbia que le acompaña asegura que le va a poner a trabajar. "Quiero ser camarero"; Mohamed sigue sonriendo.

Llegan Patricia y Katia, limeñas en la treintena. Son un ejemplo de emigrantes cualificadas que trabajarán "en lo que sea" mientras brujulean por los vericuetos administrativos buscando la homologación de sus títulos universitarios. Patricia, llegada hace dos meses y medio, es psicóloga y se dedica a cuidar "a un niño especial"; Katia, contable con 13 años de experiencia, trabaja en una empresa de nutrición "dando consejos sobre alimentación sana" desde que llegó a España hace tres semanas. De los inmigrantes consultados, las dos amigas son las únicas que han oído hablar del próximo cambio legislativo, y están contentas. "Lo que hemos visto desde que nos instalamos aquí ha sido mucho abuso y explotación; la reforma será positiva para poder estar tranquilas y trabajar honradamente". Antes de marcharse, Patricia y Katia piden algo al Gobierno: "Que España dé oportunidades a los emigrantes cualificados; no es justo que sólo miren de qué país vienes, y no quién eres. Los profesionales mejoraremos esta economía".

Iván huye de la cámara. Se esconde hasta de su nombre real. Tiene 25 años, mil problemas, poco dinero y mucho miedo. La inmigración es una apuesta arriesgada en la que el búlgaro Iván se jugó su patrimonio ("la tierra de mi padre") para acabar conociendo que la miseria moral abunda en el dorado Occidente de las películas, justo al lado de las riquezas que prometía el televisor. "¿Papeles?, no, no, papeles nada". Iván asegura haber trabajado ("mejor no te digo en qué") para la mafia que le ayudó a pasar fronteras desde que llegó en 2000 hasta el año pasado. Cuando se libró de sus deudores, fue a caer en las manos de un tipo que le tuvo trabajando de sol a sol acarreando chatarra. Iván hacía las veces de grúa, fue soldador, y pasaba las noches de guardia con dos perros, todo lo que hiciera falta y a cualquier hora, por supuesto, sin gozar de derecho alguno y a cambio de "una paga de mierda". El chaval no sabe cómo va a demostrar que se ha dejado la piel en un descampado para conseguir legalizar su situación. Iván busca "un jefe" que le contrate para enderezar su suerte.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Ariel, paraguayo de 22 años y aspirante a futbolista, aterrizó en Barajas hace sólo una semana. "Sin papeles no será fácil, pero vengo a trabajar". No tiene noticia de la reforma que se avecina. Sin efecto llamada que valga, la inmigración no cesa. Ariel comienza su aventura.

Patricia y Katia, inmigrantes peruanas llegadas recientemente a España, ayer por la mañana en Madrid, tras realizar los trámites para su empadronamiento.
Patricia y Katia, inmigrantes peruanas llegadas recientemente a España, ayer por la mañana en Madrid, tras realizar los trámites para su empadronamiento.A. D. R.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_