El gánster más famoso
Al Capone, el gánster más conocido de todos los tiempos, un Robin Hood con sombrero y puro que conseguía el dinero de los ricos por el método del tiro en la frente, fue condenado a prisión por evasión de impuestos hace ahora setenta y tres años. Ésta es su historia.
El 17 de octubre de 1931, Al Capone fue condenado a prisión. La noticia de que por fin le habían echado el guante al gánster más famoso de todos los tiempos produjo gran revuelo. El juicio, que las artimañas de sus abogados habían logrado dilatar durante meses, provocaba en cada sesión tumultos fuera del juzgado, donde había curiosos y forofos que veían emocionados esta discutible escena: cada vez que Capone se bajaba de su automóvil rumbo a la sala del juzgado, hacía una escala frente al carro de fruta que regentaba un humilde inmigrante italiano y, luego de un breve saludo, le daba un billete de cien dólares a cambio de una manzana. Aquel gesto de Capone, además de arrancar los aplausos de sus admiradores, pretendía sensibilizar a su favor al jurado que almacenaba pruebas y testimonios para emitir su veredicto. Aunque ya aquel día el alarde de la manzana había sido puro coqueteo, pues la gente de Capone se había encargado de sensibilizar, con amenazas o dinero según el caso, a cada uno de los miembros del jurado. "El gánster más grande de la historia", como lo calificaba New Yorker en sus titulares, entró al edificio haciendo gala de una confianza que quedó plasmada en la mordida triunfal que le dio a su manzana; no contaba con que precisamente ese 17 de octubre, el juez Wilkerson, desafiando las leyes elementales de la Mafia, había intercambiado a su jurado por el de otra sala y que éste, que no había pasado por la terapia de sensibilización, iba a terminar condenándolo a pagar 80.000 dólares y a purgar 11 años de prisión por el delito de evasión fiscal, casi una broma si se tiene en cuenta la fuente turbia de donde provenía su fortuna o las decenas de homicidios que se le achacaban, y que nadie, ni el legendario policía Eliot Ness, pudo nunca probar.
"Me han echado la culpa de todos los muertos, con la excepción de los de la lista de bajas de la Guerra Mundial", decía Capone socarrón, con el puro en la orilla de la boca y su sombrero de ala larga al frente que proyectaba sobre la mitad de su cara una muy conveniente sombra. La vocación de mafioso de Capone comenzó de manera espontánea, porque ni en su familia ni en la zona de Brooklyn donde vivía había gente del ramo, a los 14 años, cuando amenazó de muerte a su maestra por un incidente escolar que desde luego no merecía semejante despliegue de violencia. Sus padres, que eran inmigrantes italianos y habían quedado avergonzados con la reacción de Al, que en realidad era Alphonse, decidieron cambiar de barrio y fueron a dar, inevitablemente arrastrados por el destino de su hijo, junto al cuartel general de Johnny Torrio, un célebre capo conocido en el mundo del hampa como "el gánster caballeroso", que controlaba los negocios y las operaciones ilegales de la Costa Este. Todavía no terminaban los Capone de descargar las camas y los armarios del camión de la mudanza cuando Al ya se había enrolado en la banda de Torrio, con cierta posición en el escalafón gracias a aquella amenaza escolar que había impresionado gratamente al capo. Tres años más tarde, Torrio se desplazó a Chicago, donde las actividades mafiosas comenzaban a experimentar cierto boom, y dejó a Capone en manos de un gánster menor de nombre Frankie Yale, que regentaba el Harvard Inn (nótese el gracejo universitario), bar en el que colocó a Capone para que se ocupara de resolver los detalles ilegales, que eran la columna vertebral del negocio. Fue en ese bar, por bañar de piropos a una mujer, donde a Capone le rajaron tres veces la cara con una navaja y de esa forma lo enviaron a la inmortalidad con el mote de scarface: el cara cortada. Después de aquel incidente, Capone decidió por primera vez en su vida dejar la Mafia y, como si una cosa fuera antídoto para la otra, se casó con Mae, consiguió un empleo de contable en una constructora, tuvo un hijo de nombre Sonny y después, como evidencia de que una cosa ni de chiste anulaba a la otra, le pidió a Johnny Torrio, el gánster caballeroso, que fuera el padrino de su hijo. Torrio viajó de Chicago a Nueva York para apadrinar al niño, pero también para contarle a Al que el Gobierno estaba a punto de prohibir la fabricación y la venta de alcohol, y que eso representaba una coyuntura estupenda para ellos, que podían ponerse a fabricar y a vender alcohol ilegal en Chicago. Todo esto se conversó, según el testimonio de uno de los invitados, alrededor de la pila bautismal. En enero de 1920, como el gánster caballeroso había adelantado, entró en vigor la Ley Seca, y Capone, jalado de nueva cuenta por su vocación y su destino, dejó la contabilidad y se mudó a Chicago con su mujer, su hijo, su madre (su padre acababa de morir) y sus dos hermanos, no sin antes explicarles que iba a dedicarse a lo que se había dedicado siempre con su socio Johnny Torrio: a la compraventa de muebles de segunda mano.
La Ley Seca, lejos de alejar a los norteamericanos de la bebida, alentó la proliferación de alcohólicos e hizo crecer de manera exponencial el poder y la fortuna de las mafias de Chicago y Nueva York, que, sin perder el tiempo, que es dinero, instalaron un par de speakeasies (bares ilegales) por calle y aprovecharon ese eje para integrar sus prostíbulos y sus casas de apuestas, un negocio redondo y expansivo que en unos cuantos meses logró corromper a policías, jueces, periodistas y funcionarios de las altas esferas gubernamentales. Luis Buñuel cuenta en Mi último suspiro, su entrañable libro de memorias: "Viví cinco meses en los Estados Unidos en 1930, durante la época de la Ley Seca y, que yo recuerde, nunca había bebido tanto". Y más adelante añade en una línea, que denota la insondable ilegalidad de aquel alcohol clandestino, su técnica para distinguir, en un speakeasie, la ginebra buena de la falsificada: "bastaba agitar la botella de un modo especial: la ginebra verdadera hacía burbujas".
A los 22 años, Al Capone era para su familia un vendedor de muebles inconcebiblemente exitoso, y para el resto de Chicago, el consiglieri del capo Johnny Torrio. En muy poco tiempo, y gracias a la muerte para nada accidental del famoso hampón Big Jim Colosimo, Capone aumentó el territorio del gánster caballeroso hacia el suburbio de Cicero, punto clave para el control de la ciudad. Tanto se expandió Al que tuvo que invitar a sus hermanos Frank y Ralph a que lo auxiliaran en su exitoso negocio de muebles. Lo primero que hicieron los tres Capone fue organizar las elecciones municipales que se aproximaban en Cicero, y lo hicieron con un método infalible: secuestraron durante la semana previa a todos los candidatos que competían contra el suyo y, como refuerzo, el día de las elecciones estuvieron amedrentando personalmente en las urnas a los votantes. Unos días después de su triunfo electoral, el remanente de otras bandas que había quedado en Cicero mató a Frank Capone de un tiro en la cabeza. El año era 1924 y, según sus biógrafos, a partir de entonces, Al pasó de lo desmedido a lo abiertamente sanguinario.
Un año más tarde, sus éxitos criminales coincidieron con el declive anímico de Torrio, que, fatigado de esa vida azarosa, decidió retirarse y dejarle el mando a su consiglieri, y ahí sí fue cuando el capo Capone se fue a las nubes y se convirtió en el Don del hampa de Chicago. Además de su sangre fría y de su carisma gansteril, Capone poseía una elevada conciencia social, ayudaba a cualquier inmigrante italiano que se le acercaba, y a medida que fue creciendo su celebridad y su fortuna, fue convirtiéndose en el benefactor de los desposeídos de Chicago, una suerte de Robin Hood de sombrero y puro en la comisura, con el matiz de que éste daba a los que no tenían lo que esquilmaba a los que tenían, y con cierta frecuencia, a estos últimos les daba un tiro en la frente. Esta máxima suya define al scarface de cuerpo entero: "Puedes llegar lejos con una sonrisa. Pero llegarás todavía más lejos con una sonrisa y un revólver".
En unos cuantos años, Capone montó un imperio de prostíbulos, casas de juego, speakeasies y destilerías clandestinas; su notoriedad era tal que el presidente Hoover formó una comisión para estudiar la manera de atraparlo, un verdadero problema porque Capone tenía comprado a buena parte del sistema legal y además estaba blindado con toda clase de protecciones. En su novela El Padrino, Mario Puzzo describe la estructura laboral de Don Corleone, que estaba inspirado en parte en la figura de Capone: "Entre el cabeza de familia, Don Corleone, que dictaba lo que debía hacerse, y los que ejecutaban lo ordenado por el Don, había tres abogados. De este modo, los que ejecutaban no tenían contacto alguno con el más alto nivel. Para el jefe, el único peligro podía venir de un consigliere traidor". Para mover el foco de atención, Capone se mudó a Miami y se compró una casa en Palm Island, desoyó las protestas de los vecinos e ignoró la campaña que hizo el diario Miami News exigiendo que el gánster más famoso del país regresara a su territorio. Luego de ignorar y desoír durante unas semanas, ofreció empleos y distribuyó dinero hasta que, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en el vecino predilecto, de figura inconfundible: era el único habitante del Estado de Florida que paseaba por la playa con el sombrero y el abrigo que usaba regularmente en Chicago.
Aunque era de origen napolitano, Capone ajustaba cuentas según el concepto siciliano de "hospitalidad antes de la ejecución". Cuando se enteró de que Sacalise, Anselmi y Giunta, sus tres matones de confianza, estaban por traicionarlo, les ofreció una cena suntuosa, y a la hora de los postres, ante la mirada aterrorizada de sus demás colaboradores, cogió un bate de béisbol y fue golpeando en la cabeza a cada uno de los tres hasta matarlos. Después de la masacre de San Valentín, un sonado golpe en el que los hombres de Capone acribillaron en un garaje a siete elementos de la banda de Bugs Moran, y de algunos otros incidentes muy notorios de las mafias de Nueva York, el Gobierno instruyó a Eliot Ness para que elaborara una lista de los enemigos públicos de Estados Unidos. El número uno de aquella lista era Alphonse Capone, y a partir de entonces Eliot Ness comenzó a cercarlo. Capone pasaba cada vez más tiempo encerrado en su casa de Palm Island; en uno de sus viajes a Chicago convocó una rueda de prensa para comunicar una decisión, que tomaba por segunda vez en su vida: con una sonrisa de oreja a oreja que puso a prueba la ductibilidad de su puro, dijo, bien cínico pero también muy contrito: señoras y señores, me retiro de la Mafia. Después se levantó y se fue a seguir sin remordimientos con su quehacer de mafioso. Poco tiempo después, a principios de 1931, Al Capone fue atrapado por la ley, no por la traición de su consigliere, que era el muy eficaz Jack Guzik, sino por la de uno de sus asesores fiscales, que era en realidad un hombre de Eliot Ness que se había infiltrado en su organización y que había reunido suficientes elementos de lo único que podía acusarse a aquel mafioso legalmente irreprochable: evasión de impuestos.
Capone fue encerrado en una prisión en Atlanta, pero a los pocos meses, cuando trascendió que a fuerza de sobornos llevaba una vida de marajá, fue trasladado a la isla de Alcatraz, donde lo despojaron de sus privilegios y comenzó a disparársele una sífilis que padecía desde pequeño. Los 11 años de condena se redujeron, por buena conducta y mala salud, a seis años y cinco meses. Durante ese periodo, los niños de San Francisco miraban la isla de Alcatraz desde la bahía con la ilusión de ver algo, un destello, una sombra que pudiera atribuirse al famoso gánster. Capone dejó la prisión envuelto en un albornoz, con la mirada vacía y las extremidades notoriamente tembleques; esos mismos niños que esperaron durante años ver su sombra o su destello aplaudieron el paso de su automóvil negro. Al Capone murió de un ataque cardiaco diez años después, en su casa de Palm Island. Al final, la sífilis lo había dejado idiota, había convertido al capo Capone en gánster gagá.
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