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Reportaje:

La sombra del primer ministro

Cherie Blair, la mujer del primer ministro británico, abre las puertas de Downing Street para hablar de su difícil papel, de sus hijos, de la familia real y de las mujeres que la precedieron, cuya historia ha reunido en un libro.

Cherie Blair, la mujer del primer ministro británico, abre las puertas de Downing Street para hablar de su difícil papel, de sus hijos, de la familia real y de las mujeres que la precedieron, cuya historia ha reunido en un libro.

Sus detractores la condenan por su agresividad política y su ambición profesional, pero también por ser ingenua y superficial. Ahora, Cherie Blair responde con un libro sobre los cónyuges de los primeros ministros británicos, basado en su experiencia y las de sus predecesores.

Cherie Blair concibió la idea para su libro sobre los cónyuges del 10 de Downing Street al mismo tiempo que descubrió su inesperado embarazo, en junio de 2002. "Pensé que iba a disponer de cierto tiempo libre y que podía emplearlo para escribir un libro", explica. A muchas mujeres, esta afirmación les parecería absurda. Además de su trabajo de abogada, Cherie Blair está casada con el primer ministro y es madre de cuatro hijos. ¿Qué tiempo libre? Por desgracia, sufrió un aborto, pero su afición al trabajo -y al dinero- mantuvo el proyecto en marcha.

Antes de ir a ver a Cherie al 10 de Downing Street, recibo una llamada de su consejera especial, Hilary Coffman, para dejar claros los límites de esta entrevista. Cherie está dispuesta a hablar del libro, pero no de su situación concreta. Cherie Blair tiene una tendencia a los accidentes que desafía el poder del aparato de Downing Street. Su mezcla de ingenuidad y agresividad, a veces, acaba con ella: la compra de zapatos en la subasta por Internet eBay es un ejemplo inocente, pero la compra de pisos en Bristol para su hijo, a través de su amigo Peter Foster, es un fallo más grave.

También hay que tener en cuenta la vanidad y la actitud sexual de quien ha florecido tarde. En ocasiones existe cierta histeria en las mujeres intelectuales y socialistas que descubren tarde la moda. Se puede ver en la actriz Emma Thompson, que de pronto abandonó sus cortes de pelo prácticos y se lanzó a los escotes. A lo largo del año pasado, el vestuario de Cherie también ha rayado en la indecencia. Irradia una energía que debe de dar al primer ministro alegría y ansiedad, al mismo tiempo. Una energía cuyas causas son el mayor motivo de discusión cuando se habla de Cherie: su atracción por los métodos místicos de "cuidado corporal", los baños de barro y el grito atávico, la desintoxicación y el acuciante interés por los regalos. Todo esto puede resultar normal en la directora de una revista de belleza o en una actriz de Hollywood, pero es extraño en la mujer del primer ministro, que tiene una relación no oficial con el pueblo británico. Le conté a un amigo que iba a entrevistar a Cherie Blair, y me preguntó, en voz baja: "¿Pero no está loca?".

Los capítulos del libro de Cherie Blair siguen un ritmo. Los primeros ministros y sus cónyuges llegan llenos de optimismo y expectativas, chocan con los hechos y, justo cuando empiezan a sentirse con derechos, ven cómo se derrumba su popularidad. Curiosamente, las crisis nacionales suelen ocurrir cuando disfrutan de viajes exóticos o, en el caso de los Callaghan, en una cumbre en Guadalupe. Es normal que Margaret Thatcher desconfiara tanto de las vacaciones.

Sin embargo, Cherie cree firmemente en los efectos reconstituyentes de las vacaciones. La entrevisté justo antes de que se fuera a pasar agosto fuera, y me dijo que le encantaría que la hubiéramos podido fotografiar con un bronceado. Estaba deseando descansar.

Llego a Downing Street pronto y espero en la comodidad desvaída de una antesala que se parece a la sala de espera de un dentista, pero sin las revistas. El tráfico en la puerta principal es continuo. Un colegio trae una petición, los asesores salen y entran. Hilary Coffman, su consejera especial, una mujer de aspecto austero con traje pantalón de color gris, entra y me saluda. Diez minutos después aparece otra mujer con traje pantalón de lino azul y zapatos planos blancos. Siento un respingo cuando me doy cuenta de que es Cherie. Me tiende ambas manos y se acerca más de lo normal. No sé si su asesor de medios la ha entrenado para que dé muestras de intimidad espontánea o si es simpatía natural. Lleva un peinado precioso y está sutilmente maquillada. Es mucho más guapa que en las fotografías. Sus detractores, aparte de decir que está loca, están obsesionados con la boca de buzón y sus gestos forzados. Pues bien, la boca, en realidad, tiene una media sonrisa de duende. En algunas fotografías me ha parecido advertir un ligero parecido con la actriz Genevieve Bujold, y en persona es mucho más patente. También percibo su calidad de voz. Es como la de una locutora de radio, clara, grave y armoniosa, con un pronunciado acento de Liverpool.

Camina a mi lado. "¿Ha estado aquí alguna vez? Sí, por supuesto, para alguna comida. Conoce esta parte, ¿verdad?". Subimos por las escaleras y nos detenemos a mirar las fotografías de los primeros ministros. Entramos en la salita blanca que suelen usar las esposas para recibir. Es luminosa, con buenas vistas de House Guards Parade a un lado y el jardín de la residencia, con su enorme cama elástica y su tobogán, al otro. "Es muy agradable tener jardín", dice Cherie. "¿Dónde le gustaría sentarse?", me pregunta alegremente, y escojo el sofá, enfrente de ella. Hilary Coffman y yo sacamos nuestras grabadoras. Cherie parece relajada y tranquila. Le han aconsejado que remita las preguntas sobre su vida a las vidas de sus antecesores. Mi tarea es conseguir que vuelvan al momento presente. Cuando oigo luego la cinta, la conversación está salpicada con la risa ronca y contagiosa de Cherie. Es una forma hábil de responder a las preguntas que no quiere responder, pero también es señal de una inconfundible alegría de vivir, una forma de ver el mundo.

En las primeras biografías de Tony Blair, Cherie era su conciencia social tras un rostro de gárgola. El biógrafo de Tony Blair, Anthony Seldon, dice que "una vieja amiga suya se quedó sorprendida por la obsesión que Cherie tenía con su aspecto y su imagen, y porque sólo hablaba de artículos de diseñadores famosos, dinero y fotografías suyas en la prensa".

Cuando fotografiamos a Cherie para este artículo, dos semanas después de mi entrevista, mostró un entusiasmo infantil. Sabe que los fotógrafos de moda van a elevarla, no a enterrarla. Así que está deseando que la fotografíen en su casa, en el número 11. Incluso abre su armario (tallas 42 y 44, y marcas que van desde Donna Karan hasta Topshop) y su cuarto de baño. La razón de enseñar el vestidor es un deseo de ser útil, más que de presumir. Nuestra estilista había llevado perchas llenas de ropa preciosa de diseño, prendas de Gucci y Donna Karan, entre otros. Pero Cherie explica que tiene que llevar marcas británicas. Las críticas pueden surgir en cualquier momento.

Así que Daniela, nuestra estilista, regresa; esta vez, Cherie elige un abrigo de Alice Temperley y, de su propio armario, un traje de rayas de Alexander McQueen. Las fotos muestran dos caras de Cherie Blair. La primera, su exuberante interés por el glamour. Tiene a mano a su peluquero de Michaeljohn, André Suard, y es evidente que disfruta posando para la cámara, haciendo preguntas, probando distintas expresiones. Su asistente personal tiene que contenerla cuando enseña demasiado escote en una foto. Cuando aparece el collar de diamantes de Bulgari se le ilumina el rostro. "Como una chica de 16 años", dirá después Daniela.

El otro aspecto de Cherie es su capacidad de seguir adelante en medio de dramas y complicaciones. En el número 11 hay un corte de luz y el equipo de moda se queda más de una hora sin poder hacer nada. Hay que arreglar el cabello y el maquillaje de Cherie a toda prisa. A todo esto, el vestíbulo está lleno de maletas, porque la familia está a punto de partir de vacaciones. Y sus niños entran y salen con sus alegres exigencias. Leo llega y se sienta en su regazo. Kathryn comenta con cariño que su madre está preciosa. Por fin, cuando el reportaje ha sobrepasado ya el tiempo previsto, entra Tony, un poco confuso con toda la parafernalia. No hay duda de que es una verdadera familia, ruidosa y cariñosa, además de, en ocasiones, un cuadro escenificado en beneficio del primer ministro.

¿Está obsesionada Cherie con su imagen? Es verdad que, en cuanto acabamos la entrevista, me felicita por mi bolso y me pregunta por el artículo que escribí sobre una crema supuestamente maravillosa. A Cherie la condenan inevitablemente por ser demasiado agresiva, politizada y ambiciosa, y, al mismo tiempo, por su frivolidad. No es extraño que otro de los temas de su libro sea la versión distorsionada que ofrecen los medios de las esposas.

Lo primero que le pregunto a Cherie es cómo fue su llegada a Downing Street. Debió de ser difícil dejar su casa por esta residencia oficial. ¿Estaba preparada?

"No creo que nadie pueda estar completamente preparado para todo lo que significa el puesto de primer ministro, un trabajo con jornada de 24 horas que, como es natural, tiene enormes repercusiones en la familia", responde.

El libro contiene escalofriantes relatos de esposas de primeros ministros que se despertaban a mitad de la noche y se encontraban con secretarias inclinadas sobre su cama mientras escribían al dictado. Cherie Blair cuenta que a George Bush le grabaron incluso yendo al baño. Le pregunto cómo aguanta la constante intromisión del personal. Explica la importancia de residir en el número 11 (antigua residencia del ministro de Hacienda), y no en el 10. "Desde luego, estamos en distinta situación [que las familias de otros primeros ministros anteriores]. En el piso del número 10 se entra por la puerta y ahí está el dormitorio. Aquí no pasa eso".

Ah, sí, el traslado al número 11. En su capítulo sobre los Thatcher, Cherie aplaude la incursión de Margaret en el número 11, en 1982. "Se las arregló para quedarse con dos dormitorios más, que pertenecían al número 11, mediante una división que hizo a toda prisa, antes de que lo advirtiera el nuevo ministro de Hacienda".

Le pregunto a Cherie si su traslado al número 11 fue amistoso (se dice que Gordon Brown, actual ministro de Hacienda, se sintió totalmente forzado a irse). "Gordon nunca vivió aquí", responde rápidamente Cherie. "No vive en el piso. Está clarísimo que no cabíamos todos en el piso del número 10. El piso de arriba no es precisamente bonito, y la mayoría de los residentes han visto que no tiene una disposición muy cómoda. En cambio, el número 11 se construyó para que se viviera en él".

Es la unica ocasión en la que Cherie nombra a Gordon Brown, aliado y rival de su marido. Cuando le menciono el libro de Anthony Seldon, biógrafo de Blair, que cuenta con unas fuentes detalladísimas y asegura que Cherie llamaba a Brown "la podredumbre en el corazón del Gobierno", se ríe de forma rotunda y lo califica de "esa obra de ficción".

La aportación de Cherie al legado doméstico del 10 de Downing Street ha consistido en añadir duchas. "Ah, sí, las duchas", se ríe. "Es una tontería, por supuesto, pero la obra se hizo en 1963 y, en aquella época, la mayoría de los hogares británicos no tenían duchas. Así que no las pusieron. Pero para mí, con una familia de adolescentes que juegan al rugby y al fútbol, es fundamental tener ducha. Ya sabe cómo son los chicos, hay que regarles de arriba abajo…".

Le pregunto también por las quejas de Norma, la mujer de John Major, antecesor de su marido, de que no hubiera servicio doméstico. "Nunca lo ha habido". Le pregunto si se encarga de cocinar. "Me encanta cocinar. No lo hago tanto como antes porque no tengo tiempo. Pero no creo que Tony se hubiera casado conmigo si no hubiera sabido cocinar". En Chequers (la casa de campo oficial), los problemas de personal son diferentes. Allí es más fácil recibir, pero la vida sigue girando en torno al primer ministro. Cherie acaba de volver de pasar allí el fin de semana. Tony regresó antes a Londres, mientras ella se quedaba terminando un trabajo. Cuando fue a usar uno de los cuartos de baño, se encontró con que ya habían quitado el papel higiénico y las toallas.

Pasamos a hablar de la imagen. El estilo y el vestuario de las cónyuges de Downing Street se examinan con lupa (excepto en el caso de Denis Thatcher). ¿Cómo se produjo la conversión de Cherie a propósito de la ropa?

"Me parece un poco injusto, porque siempre me ha gustado la ropa. Quizá no siempre he sabido vestir tan bien como me veo obligada ahora y tampoco siempre acierto. Tuve una mala experiencia aquel 2 de mayo, cuando abrí la puerta de casa en camisón y despeinada y me hicieron una foto". Hace una mueca y se ríe. "En aquel momento comprendí que mi vida nunca volvería a ser la misma y que nunca más podía permitirme que me pillaran desprevenida. Lo mejor fue que a la mayoría de la gente le hizo gracia; pero, al final del año, el fotógrafo obtuvo un premio por la foto y, cuando fui a entregárselo, pensé: 'Dios mío, qué pinta tan terrible tengo".

La foto es famosa. Es el equivalente, en mujer de primer ministro, a la de la falda transparente de lady Diana en la guardería. Ahora, a Cherie la fotografían para Harper's Bazaar, igual que a Diana. Tiene, como ella, su vida repartida entre la caridad y la vanidad, y, como ella, tiene un vago papel.

Lo que resulta particular en Cherie es que, a pesar de su mente cultivada, tiene meteduras de pata tan elementales que resultan imperdonables o adorables, según de qué lado se esté.

Está el incidente de eBay, que The Daily Mail aprovechó para ilustrar tanto la chifladura de Cherie, dispuesta a pujar por unos zapatos, como el fenómeno general de que las mujeres subasten zapatos. ¿Le sorprendió el jaleo que se organizó por lo de eBay?

"Utilizo muchísimo Internet, es un instrumento de trabajo muy importante para mí. He usado mucho Tesco on-line y Sainsburys on-line [unos supermercados], porque me traen toda la compra pesada y resulta muy cómodo. Nunca había usado eBay y no sabía que, así como en Tesco nadie puede ver lo que estás comprando, en eBay lo ve todo el mundo. Así que, por supuesto, no puedo volver a utilizarlo".

El episodio de eBay es un ejemplo de la mezcla de "grandiosidad y rutina" en la vida de Cherie. Le pregunto qué opina de las diferencias entre ser una esposa que trabaja y la mujer del primer ministro. "Estoy segura de que, en el futuro, lo normal será que trabajemos. Puede que yo sea la primera que tengo mi profesión y continúo dedicándome a ella. Pero hay un contraste extraordinario. No es como el caso de la familia real, porque aquí todo es bastante común; pero, al mismo tiempo, tiene elementos extraordinarios. Un día estás en la Casa Blanca, que es impresionante. Y los demás días llevas una vida normal".

El objetivo de Cherie, dice, no es decirle a su marido lo que opina el mundo, "sino que son más cosas las que entran en ser el ancla, una persona que le apoya incondicionalmente y no tiene más intereses que estar a su lado. Y en política, desde luego, eso no es fácil". Su voz tiene un deje de amargura.

¿Son un matrimonio contra el mundo? "No es nosotros contra el mundo, es que estamos constantemente expuestos y todo el mundo tiene algún momento en el que baja la guardia, y en casa es donde puede hacerlo, es el lugar en el que se puede ser uno mismo. También es, en parte, porque, al vivir en este lugar, todo concierne a los dos".

En política, seguramente, son las dos únicas personas que no compiten entre sí. Cherie se ríe con discreción. Vuelve a flotar la sombra de Gordon Brown. "Bueno, los miembros del equipo son estupendos, pero es verdad que entre los políticos siempre hay mucha rivalidad. Supongo que el otro elemento es que, cuando uno es gobernador del Banco de Inglaterra o empresario, por lo menos, de noche, puede irse a casa. Mientras que, aquí, la casa y la oficina están en el mismo sitio. Hay que hacerse un hueco en el que poder ser uno mismo, un ser humano".

El acceso que tiene una cónyuge sobre el primer ministro sería la envidia de cualquier político ambicioso. ¿Qué esposa podría resistir la tentación de ejercer su influencia o defender sus causas? John Rentoul, biógrafo de Blair, asegura que Cherie "ha puesto hierro en el alma [del primer ministro", y Mary Wilson decía que "cada esposa tiene el derecho y el deber de influir en su esposo, sobre todo si tiene algún poder". ¿Cómo ejerce Cherie su influencia?

Se ríe. "Puede que no lo haya notado, pero el primer ministro sabe muy bien lo que quiere".

¿Pero lo ha intentado?

"Ni siquiera después de 25 años estoy segura de que pudiera obligarle a hacer algo que no quiera. Ah, sí, dejó el tabaco".

Le pregunto qué opinan sus hijos mayores sobre la guerra. En todo el país, los adolescentes han vivido con interés el tema. Levanta la mano, como un escudo, al oír mencionarlos.

"Los niños tienen derecho a crecer con normalidad", dice. "En familia hablamos de todo tipo de cosas, pero, al final, Tony es el que decide".

Le pregunto a Cherie si cree que es ella quien debe sacar a su marido de la política si, alguna vez, cree que le va a perjudicar seguir en ella.

"Denis quería lo que quería Margaret Thatcher; si ella hubiera querido seguir, él la habría apoyado".

¿Es ésa su postura?

"¿Qué, si Tony desea continuar? Siempre estaré a su lado. Sin duda".

¿Durante cuántos años?

"En realidad, eso es cosa del pueblo británico", replica (es decir, no de Gordon Brown).

Le pregunto cómo ve su vida después de la política. "Será agradable tener un poco más de tiempo con Tony y para los niños. Toda madre sueña -sobre todo, si trabaja fuera de casa- con tener más tiempo".

Le pregunto si le preocupa la salud de su marido. Al fin y al cabo, estaba con él cuando el corazón le dio un susto.

"Lo que tiene Tony es que está increíblemente en forma, de modo que, cuando leí en los periódicos que tenía problemas de salud, pensé que es el hombre más sano que conozco y se cuida mucho".

¿Es ella responsable de que se cuide? "Francamente, me cuesta todo el tiempo del mundo arrastrarme hasta el gimnasio, así que no creo que pudiera obligarle a él; por supuesto, puedo hacer ciertas cosas, como vigilar lo que come".

Le pregunto si Tony ha dejado el café, como se comprometió. Se ríe. "Es más difícil de lo que se cree. Yo le vigilo. Lo que he conseguido hacer por su salud es lograr que dejara de fumar. Pero eso fue hace casi 25 años".

Entre las ventajas del cargo, muchos cónyuges han disfrutado con la tradición de pasar un fin de semana de agosto en Balmoral. El duque de Edimburgo aparece en el libro como un personaje divertido y bastante caballeroso. Le pregunto a Cherie qué relación tiene con la reina y el príncipe Felipe. Al fin y al cabo, la han acusado de tener un comportamiento vagamente republicano, no hacer reverencias y bostezar durante los oficios del jubileo de la reina. (Aunque pasó justo antes de su aborto y debía de estar agotada.) Cherie señala, sin reparos, que la reina y el duque de Edimburgo son mucho mayores que ella, así que no tiene la misma familiaridad que tenían otros cónyuges de primeros ministros anteriores. "Hay una diferencia importante: para mí, la reina siempre ha sido una anciana; queda feo decirlo, pero yo nací en 1954, cuando ella ya era adulta, y cualquier adulto parece viejo cuando se es niño. Sin embargo, después de ver una foto de ella con Churchill, pensé que era joven y muy guapa, y que el primer ministro sí que era un anciano. Eso siguió pasando cuando los primeros ministros eran mayores que ella. Tenían más cosas en común; compartían opiniones, por edad o por entorno, que no podemos compartir el duque de Edimburgo y yo".

Sin embargo, Cherie se ha paseado en el Land Rover de Balmoral con la reina y está deseando volver a hacerlo.

Las vidas de los cónyuges de primeros ministros consisten en un ciclo de expectativas, decepciones e impopularidad. Tony y Cherie Blair han sido muy criticados en la prensa. Se les ha acusado de ilusos, extravagantes e incluso, tal vez, estar mal de la cabeza: ¿no están sufriendo la misma evolución que sus buenos amigos, los Clinton? Ese mismo día, The Daily Mail publicaba un artículo sobre Hillary Clinton en el que afirmaba que pegaba a su marido. Cherie se ríe a carcajadas.

"Qué interesante, no creo que sea cierto". Vuelve a reírse.

A Cherie le fascinan las imágenes que tienen los cónyuges del número 10 en la prensa. "Cuando se conoce a la persona, se ve muy bien. Sé que las imágenes que yo conocía estaban distorsionadas, y supongo que mucha gente tiene una opinión de mí que tampoco corresponde a mi realidad. Así son las cosas cuando se vive en esta pecera".

Si se lee su libro como historia social, los dos cambios fundamentales son los ocurridos en las mujeres y la clase social. Cherie dice que pronto será corriente que las esposas de los primeros ministros trabajen, porque eso es lo que está ocurriendo con las mujeres en general. Le pregunto si cree que las mujeres deben trabajar.

"No creo que las mujeres deban trabajar. Creo que deben tener la posibilidad de elegir. La verdad es que muchas mujeres no la tienen. Mi madre tenía que trabajar".

Le pregunto sobre las diferencias de clase entre los cónyuges. (En general, cuanto más antiguos, más aristocráticos.) "Independientemente de lo que sean quienes mandan hoy en la sociedad, donde ya no están es en los cotos de caza, y se ha producido un enorme cambio en la sociedad durante el reinado de Isabel II". A Cherie le preocupa mucho la cuestión de las clases. Puede que se haya alejado del socialismo puritano, pero sigue siendo fiel a su clase. Según Seldon, al principio tenía reservas sobre Blair, que era un joven "de escuela privada y alta burguesía". En cuanto a Blair, la infancia de Cherie, de extracción obrera y en el mundo del espectáculo, era parte de su encanto. A Cherie le interesan mucho las distinciones de clase de los cónyuges anteriores por su interés por la historia social, pero también puede deberse a que su propio matrimonio hace que la cuestión de clase sea un motivo de interés permanente.

Le pregunto si los prejuicios de clase le irritan. "No me irritan. Siempre me ha gustado la historia. Si no hubiera estudiado derecho, habría estudiado historia, salvo que, entonces, habría tenido que hacerme profesora. El cambio histórico es beneficioso, ¿no? ¿No demuestra hasta dónde hemos llegado como sociedad? Y demuestra hasta dónde hemos llegado en el sentido de que las mujeres tienen mucha más libertad de elección. Los que se educaban eran los chicos. Ahora no existe esa actitud".

Una cosa que une a todos los cónyuges es la fe religiosa. Le pregunto a Cherie qué significa para ella su catolicismo. "Si una persona tiene convicciones religiosas, eso afecta a toda su vida". En las memorias del arzobispo Carey, cuenta que, en una ocasión, escribió a Blair para expresarle su preocupación porque participaba en los ritos católicos. ¿Ha intentado convertir Cherie a su marido?

No me sorprende que vuelva a responder con otra carcajada. Resignada a sus tácticas defensivas, cambio la pregunta para que me diga cuál considera el mayor logro de Blair en estos años.

Vuelve a reírse. "No voy a entrar en eso. Todavía no hemos terminado, ni mucho menos".

Al salir, Cherie me pregunta si quiero echar un vistazo a la sala del Gabinete, y, después de un instante, si me gustaría saludar a su marido, que está sentado en el balcón con su asesor Jonathan Powell.

"Hemos hablado de la influencia que tengo sobre ti, de que soy yo quien decide toda la política", le dice con regocijo. "Ah, y también hemos hablado de que Hillary Clinton pega a su marido".

El primer ministro me da la mano y parece un poco mareado. "¿Cuándo sale este artículo", sonríe pese a los temores. Powell no dice nada. El primer ministro y su mujer hablan de unos actos que tienen y de si se van a ver en la velada benéfica que tiene ella esa tarde. Me doy cuenta de que están coqueteando. La pecera se está poniendo caliente.

Cherie puede haber tenido cuidado de mostrarse imparcial sobre si las mujeres deben trabajar o no, pero la objetividad de la abogada se pierde cuando me acompaña a la puerta. "¡Qué agradable es charlar con otra mujer trabajadora!", me dice, mientras me besa en las dos mejillas. Una petición final de solidaridad femenina.

© Telegraph Magazine. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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