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La campeona anónima

Para muchos es una desconocida. Sin embargo, la madrileña Virginia Ruano lidera desde hace dos años las competiciones de dobles de tenis femenino. Junto a la argentina Paola Suárez ha ganado 25 torneos, siete del Grand Slam.

Carmen Pérez-Lanzac

Las piernas de Virginia Ruano son robustas, macizas, envidiables. La tenista las mueve con una agilidad asombrosa, con la que pelea por cada bola que bota en la cancha. Los que han trabajado con ella conocen su mejor baza: la tenacidad. Ruano no da un partido por perdido. "Sus rivales saben que no vale con dejarla medio muerta", dice la tenista Gala León, su amiga desde los 16 años. "A Vivi hay que matarla; si no, no se rinde".

Puede que muchos la descubrieran durante los Juegos Olímpicos de Atenas, donde consiguió la plata en dobles junto a Conchita Martínez, una de esas raras ocasiones en que se emitió una final de dobles femenina. Que se lo digan a sus padres, que a veces tienen que seguir los partidos de Virginia a través de Internet, con el marcador cambiando en tiempo real, pero sin poder ver lo que está sucediendo en la cancha. Y sin embargo, desde hace dos años, su hija y la argentina Paola Suárez, su compañera deportiva, encabezan, y con mucha ventaja, el ranking mundial de dobles femenino. En 1998 ganaron su primer torneo, y se dieron cuenta de que con entrenamiento podían llegar lejos. Desde entonces han conseguido 25 trofeos de dobles. Hace un mes ganaron su tercer Open de Estados Unidos sin perder un solo set, y con él ya suman siete títulos de Grand Slam.

Cuando no está participando en algún torneo por el mundo, Ruano vive en Madrid y se mantiene en forma en el Centro de Alto Rendimiento Deportivo de Madrid. "Enhorabuena, Vivi", le dicen los que se cruzan con ella. "Otro premio más al saco, ¿eh? ¿Cuántos van ya?". La tenista sonríe entre contenida y entusiasmada. No es alta: 1,69 metros para sus 60 kilos. Luce un peculiar lunar sobre el iris izquierdo y pecas por toda su cara, de aspecto aniñado, aunque las arrugas que rodean sus ojos delatan su edad: 31 años.

Ruano es la menor de tres hermanos. Sus padres, de León, se mudaron a Madrid cuando él empezó a trabajar en Iberia. Antes de coger una raqueta, Virginia hizo gimnasia deportiva. Cada tarde entrenaba en este mismo centro, y su madre o su hermano Juan Ramón, nueve años mayor, hacían con ella el trayecto en transporte público: dos horas y media al día. Tanto sacrificio acabó por hartar a la familia, y la convencieron para que cambiara los potros por una raqueta, ya que en su barrio había un club de tenis, el club Los Brezos.

Enseguida le cogió el pulso al tenis. "Era excepcional", dice Carmen Bustamante, su primera profesora. "La ponía a jugar con chicos mayores y se le ocurrían jugadas sin que yo le dijera nada". Pronto las clases dieron sus frutos. Cuando Virginia tenía 10 años, la familia veraneó en Torre del Mar. En la urbanización organizaron un torneo de tenis para todas las edades que ganó Vivi, la única chica. "Es mi primer recuerdo de la satisfacción de un premio, un trofeo rojo y plata…".

Con 11 años, Ruano llegó a la semifinal del Campeonato de España alevín, donde se encontró con una de las dos tenistas que marcarían su trayectoria: Conchita Martínez, que le ganó el partido. La otra, Arantxa Sánchez-Vicario, se colocó en la cima del tenis femenino con sólo 15 años. Cuando Conchita pasó a la categoría infantil, Virginia fue campeona de alevín. Y así sucedía siempre. "Cuando coincidía con Arantxa o Conchita, llegaba a semifinales o a la final y perdía contra alguna de ellas", recuerda Virginia. "Y cuando subían de categoría, yo ganaba". El éxito de la catalana y la aragonesa, que en 1995 fueron número 1 y 2 del mundo, ha eclipsado la carrera de Virginia. "No ha sido fácil convivir con su éxito. La diferencia entre nosotras era mucha. Cuando yo ocupaba el puesto 60, ellas eran primera y segunda. Estaban tan arriba… Me hubiera gustado que hubiese más españolas intermedias para fijarme en ellas y pensar: yo también puedo llegar".

1989. Gonzalo López y Jorge Martínez, Aspar, el piloto de motos, deciden abrir un club de entrenamiento en Alzira (Valencia). Para darlo a conocer inauguran una escuela de alta competición y montan un equipo de tenis femenino, el Grefusa Tenis Squash. López le hace una oferta a Juan Ramón: él dará clases en la escuela y la empresa financiará la formación de su hermana. Una propuesta suculenta que horroriza a Virginia. "Yo quería quedarme con mis padres, pero ellos veían que era una oportunidad. Entrenar, viajar… No podían pagarlo. Al final me fui un poco obligada. Recuerdo ir en el viaje medio dormida y, al llegar, abrir un ojo y pensar: madre mía, qué duro va a ser esto".

En las fotos de aquellos años, Ruano aparece agarrada a un peluche, bajo un póster de Bruce Willis como cualquier adolescente, aunque su vida era bien distinta. "Imagínate. Seis chicas más solas que la una en medio de los naranjos. Nos levantábamos y prácticamente nos caíamos en las pistas. El pueblo estaba a un kilómetro, y no teníamos coche ni carné de conducir. Gala [León] y yo fuimos las únicas que lo aguantamos". "No teníamos vida social y en cuanto llegaba alguien le cogíamos la moto y nos largábamos", ríe Gala. "Una vez hasta nos pilló la policía".

En 1995, Virginia salió de Alzira dispuesta a hacerse un hueco. Terminó el año en el puesto 64 del ranking, franqueando una barrera que parecía infranqueable. Sorprendió a todos llegando a cuartos de final en Roland Garros, pero su siguiente rival la dejó fuera de semifinales. Y adivinen quién era… Conchita. En los años siguientes ganó torneos menores que no les sonarán de nada: Cardiff, Budapest, Saratosa. Pasaba inadvertida. Hasta que en 2002 se situó en cabeza de dobles y su nombre dejó de sonar como secundaria.

A Virginia siempre le gustaron los dobles. Junto a Eva Bes fue campeona de España en todas las categorías, pero una mala racha de la zaragozana la obligó a buscar nueva pareja. En 1995 se estrenó en Houston junto a Paola Suárez, una argentina tres años menor. Perdieron, pero congeniaron. Tres años más tarde ganaron en Roma tras vencer a las hermanas Williams, a Conchita y Patricia Tarabini, a Arantxa… "Hasta entonces jugábamos dobles por seguir en los torneos y por dinero", cuenta Suárez. "Pero vimos que merecía la pena entrenar".

Desde que empezó a ganar en dobles, Ruano ha duplicado sus ingresos. En individuales ocupa el puesto 61 del ranking, y en cuanto a ganancias ostenta el 11. En total ha ganado 3,7 millones de dólares, siendo la 37ª tenista que más ha ingresado ganando torneos en la historia. Pero Virginia, como dice su hermano, es de la cofradía "del puño cerrado". Se ha comprado un piso -de nueva construcción y con terraza, eso sí- a dos pasos del de sus padres y se ha dado un capricho: un todoterreno BMW azul plateado que conduce oyendo las melodías pegadizas de Kiss FM.

La estadística no engaña: lo suyo son los dobles. Ha ganado el 68% de los partidos de dobles que ha disputado, mientras que en individual ha triunfado en el 54%. "Supongo que se me da bien. Primero, porque me gusta; segundo, porque lo hago desde pequeña, y tercero, porque he encontrado a alguien que me complementa. Paola tiene golpes fuertes, y yo soy más estratégica. Y nos llevamos muy bien". Juan Ramón, su hermano, lo tiene claro: "Nunca se han recriminado nada y eso es fundamental. Cuando una está de bajón, la otra le sube el ánimo. Por eso han durado tanto, por su empatía".

José Luis Arilla, otro grande de los dobles, compañero de Santana durante una década, también ha analizado a la pareja. "Virginia es rápida, tiene buenos reflejos y se complementa a la perfección con Suárez, otra latina con temperamento. En dobles, la compenetración es imprescindible, y ellas juegan casi de memoria. Deben de ser amigas". No se equivoca. Virginia y Poli, como la llama la madrileña, son uña y carne. Cuando no están compitiendo, hablan por teléfono y Paola considera a Ruano su mejor amiga. Tiene gracia oír a Virginia soltar palabras argentinas. "¿Nos vemos?", le pregunta un amigo. "Dale", contesta Vivi, al más puro estilo porteño.

Después de años en la sombra, a Vivi, siempre contenida, se le ilumina ligeramente el rostro cuando habla de lo que ha supuesto para ella lograr el reconocimiento con 31 años. "Cuando eres joven te quieres comer el mundo, pero a esta edad sabes que no te queda tanto". A pesar de ello, le duele el contraste de su popularidad entre España y Argentina. "Allí voy por la calle y me conoce la gente. Aquí, cuando me paran, suelen ser argentinos".

Por el momento, la pareja tiene el podio asegurado. Su reto pendiente es llegar a una final de Wimbledon, torneo que se les resiste. El otro, ganar una medalla olímpica, ya está cumplido. Ruano lo cumplió junto a Conchita Martínez, y Suárez, con Patricia Tarabini. Las chinas Tian-Tian Sun y Ting Li, que jugaron mejor que las españolas, se interpusieron entre éstas y el oro, y Virginia tuvo que conformarse con subir al podio de la plata. Del otro lado, Paola sonreía mientras le ponían la medalla de bronce. Aunque su sueño era conquistar el oro y la plata, quizá cumplan su promesa, partiendo sus medallas en dos para volver a forjarlas y lucir sendas medallas, mitad bronce y mitad plata.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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