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El Japón de los siglos XVII y XVIII ilumina París

Toda buena exposición cuenta una historia. La del Grand Palais de París, abierta hasta el 3 de enero y dedicada a las pinturas y estampas japonesas de los siglos XVII y XVIII, es excelente y nos permite revivir una experiencia semejante a la del final de la Edad Media y el triunfo del Renacimiento, es decir, el dejar de considerar el mundo como un valle de lágrimas, mera transición hacia el paraíso, para que ese mismo mundo aparezca como el único paraíso posible, salpicado de placeres cotidianos.

Los japoneses, según nos explica el muy documentado catálogo, empleaban el término ukiyo -literalmente, "mundo de tristeza"- para referirse al carácter perecedero e ilusorio de los honores y satisfacciones que podía proporcionar la vida terrenal, algo así como la palabra vanitas sirve para todo un género de pintura de la contrarreforma. Pero el pesimismo budista del siglo XI y siguientes cambia de sentido durante el periodo Edo (1603-1868), que conoce la instalación de la capital en Tokio y el fin de un siglo de guerras civiles.

Personas y paisajes

La evolución de la pintura japonesa durante esos dos siglos comporta el acercarse a las personas y quitarle protagonismo al paisaje, que es evocado a través de las ropas o de algún elemento simbólico, y significa también interesarse por actividades como lavarse, peinarse, escribir, coleccionar grillos, pescar, soñar, mirarse al espejo, tomar el té, tender la ropa o hacer el amor. La otra gran novedad es la irrupción de las técnicas propias a la creación de perspectiva desde la lógica de la tradición occidental, importada por los jesuitas portugueses o los comerciantes holandeses. La fusión de los dos sistemas o modos de representación da, en algunos casos, geografías pictóricas dignas de un Eischer.

En total se presentan más de 50 pinturas y 150 estampas. Algunos autores destacan del conjunto, como es el caso de Hishikawa Moronobu, capaz de captar las figuras en movimiento, o el de Katsukawa Shunsho, introductor del concepto nigao-e o "retrato con voluntad de parecido", o por fin la del gran Kitagawa Utamaro, que propone primeros planos de los rostros o despliega su talento en el terreno de los shunga, las "imágenes de primavera" de fuerte contenido erótico y gran elegancia compositiva, mostrando y ocultando el cuerpo a través de un juego sofisticado con los pliegues de los kimonos.

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