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Columna
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Sí, pero...

Andrés Ortega

"Sí, pero ...", le va a decir el miércoles la Comisión Europea a Turquía. "Pero..., sí", confirmará, con menos claridad, el Consejo Europeo en diciembre. En realidad, todo se ha mezclado. La respuesta a las ansias de entrar de Turquía es, en el fondo, lo que la Unión Europea se está diciendo a sí misma sobre su propio devenir. Pues está descubriendo que, con la ampliación a 10 nuevos miembros, la UE ha cambiado de forma irremediable, aunque no sepa muy bien aún a qué. Pero hay que amarrarla en un núcleo sólido antes de abrirla aún más.

"Europa, ¿una bella idea?", se preguntó la conferencia organizada en Varsovia por el instituto holandés Nexus. La idea, la tenemos, aunque, hablando en términos generales, no sepamos bien qué hacer con ella ahora. La construcción no tiene modelo al que agarrase, ni suficiente liderazgo político para empujarla. Los deseos ciudadanos de más Europa en muchos campos crecen, pero la impopularidad de la UE también. ¿Está Europa llegando a sus límites o ha tomado rumbos equivocados?

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Hay dos dimensiones internas en esta construcción: la de la reconciliación franco-alemana, en torno a la cual ha girado todo lo demás durante estos años (además de la germano-polaca o germano-checa), y la de la reunificación (de Alemania y del continente). Pero las vivencias históricas próximas (las que, cómo máximo, se remontan a los abuelos) son muy distintas y casi opuestas entre el Este y el Oeste. Las visiones de la identidad europea, las razones para la integración, también. Lo que hace que las visiones de ese futuro en común en el horizonte máximo, el de los nietos, también sean distintas. Incluso el siempre difícil concepto de una identidad europea está en retroceso. Sin embargo, aunque Europa se puede construir sobre la necesidad, necesita también de la ambición. Pues, como señalara el autor de La rebelión de las masas, "los europeos no saben vivir si no van lanzados en una gran empresa. Cuando ésta falta, se envilecen, se aflojan, se les descoyunta el alma".

Hay un reto central para la UE que tiene una dimensión interna y otra externa, a saber, la relación con el mundo islámico. Según un estudio en curso de Jytte Klausen en varios países de la UE, dos terceras partes de los dirigentes electos de los musulmanes europeos querrían europeizar el islam, incluso en las lenguas en que se enseña. Quieren que se desarrolle como una "religión europea", aunque una de las características de la UE sea el secularismo, ser un espacio, un club laico, no un club de laicos. El debate sobre la compatibilidad de islam y Europa es uno de los centrales, y por eso afecta a la cuestión turca. Y en la medida en que hay un islamismo violento, obliga a la UE a mejorar su agenda de protección de la sociedad civil.

Europa no debe sólo mirarse al ombligo, sino, un poco a modo de faro moral, preguntarse qué aporta al mundo. Sin el empuje europeo, por ejemplo, la Corte Penal Internacional no sería una realidad. Lo más urgente es quizás la relación con su vecindad, al Sur (Magreb, resto del Mediterráneo y gentes cercanas) y al Este (Ucrania y Rusia, que un día, quizás no tan lejano, pueden plantear tanto como Turquía el ingreso en la UE). La idea de solidaridad hacia el exterior es tan fundamental para la UE y su futuro como la de la cohesión interior.

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No es el mejor ejemplo intentar poner en pie centros de detención para inmigrantes ilegales en esta periferia. Primero, porque parece inmoral. Y segundo, contraproductivo, pues acabarán convirtiéndose en polos de atracción de esa inmigración. Francia, dentro de su territorio, ya lo vivió en Sangatte, cerrado por esos motivos.

Tras muchos éxitos, los últimos el euro, un tratado constitucional que no se sabe bien si cierra una etapa o abre otra -y que los ciudadanos juzgarán-, y la quinta ampliación, la Unión Europea, como los ordenadores cuando se atascan, está necesitada de un reseteo o incluso, como se dijo en Varsovia, de una reconfiguración.

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