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Reportaje:VIOLENCIA EN IRAK

Las dos Simonas quieren volver a Irak

El cautiverio de Simona Torretta y Simona Pari cambió de signo cuando sus captores comprobaron que no eran espías

Enric González

Fue, a juzgar por el relato de Simona Torretta y Simona Pari, un secuestro de guante blanco. Las dos cooperantes italianas podrían estar aún bajo el síndrome de Estocolmo, por el que las víctimas se identifican con sus captores. Pero algunos elementos indican que las dos Simonas fueron tratadas con cierto cuidado. A Pari, alérgica a ciertos alimentos y vegetariana, le sirvieron comidas especiales; a Torreta le proporcionaron medicamentos para curar una gastritis. Se trató de un secuestro peculiar por varias razones: porque afectó a mujeres, porque éstas eran pacifistas y ayudaban a los iraquíes más débiles, porque no hubo filmaciones ni fotografías en cautividad. Incluso por el desenlace. Torretta y Pari recibieron como obsequio de despedida una caja de dulces y un Corán comentado, y los secuestradores, según Simona Pari, les pidieron disculpas.

Las rehenes recibieron como obsequio de despedida una caja de dulces y un Corán
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Torretta y Pari prestaron declaración ante el juez en cuanto llegaron a Roma. Esa primera actuación judicial de urgencia, realizada también con los anteriores rehenes italianos, tres guardaespaldas privados (un cuarto compañero fue asesinado), tiene como objetivo recoger un testimonio "fresco", no afectado por el contacto con familiares y amigos. El juez y los médicos que las reconocieron las encontraron cansadas, pero lúcidas y en perfecto estado de salud.

El relato comenzó con el momento del secuestro, el 7 de septiembre, en la sede en Bagdad de la ONG italiana Puente a Bagdad. Los secuestradores, un grupo de entre 10 y 15 personas que se comportaban como militares (unos daban órdenes, los otros respondían "sí, señor"), preguntaron los nombres a todas las personas presentes. Parece claro que buscaban a Simona Torretta y Simona Pari, aunque también se llevaron consigo a dos ciudadanos iraquíes, la cooperante Mahnaz Bassan y el ingeniero Rael Alí Abdul Aziz. Los introdujeron en un vehículo, tumbados, atados y con vendas en los ojos, y circularon durante unas cuatro horas. Al menos dos veces franquearon controles policiales sin ningún problema.

Pasaron la primera noche en un lugar de tránsito en el que Abdul Aziz recuerda haber oído una llamada al rezo en una mezquita cercana. A la mañana siguiente fueron trasladados al escondite donde permanecieron durante 20 días, hasta su liberación. Bassan y Abdul Aziz fueron encerrados en solitario, aunque cerca, porque la mujer oyó alguna vez la voz potente del ingeniero cuando hablaba con los raptores. Pari y Torretta compartían un zulo.

Las primeras jornadas fueron, según las dos Simonas, "muy duras". Los secuestradores sometieron a los rehenes a interminables interrogatorios y a amenazas, aunque en ningún momento hubo golpes, ni para las mujeres ni para el hombre. "Estaban convencidos de que éramos espías y de que nuestro trabajo era una cobertura para recoger información destinada al Gobierno italiano", explicó Simona Torretta. "Luego nos dijeron que habían hecho averiguaciones sobre nosotras y, desde aquel momento, al tercer día, su comportamiento cambió". Ya sin interrogatorios, las jornadas se sucedieron monótonas. Torretta y Pari comentaron que en algunos momentos reían y en otros se angustiaban, pero sin pensar que fueran a matarlas. "No nos parecieron un grupo político, hablaban fundamentalmente de religión", dijeron.

En Roma, mientras tanto, Silvio Berlusconi había delegado en uno de sus hombres de confianza, Gianni Letta, subsecretario de la Presidencia del Gobierno, la coordinación de los esfuerzos para la liberación. Letta organizó dos operaciones paralelas: diplomática y pública una, bajo la dirección del ministro de Asuntos Exteriores, Franco Frattini, encaminada a buscar apoyos en los países árabes; y otra encubierta, a través del Consejo de los Ulemas suníes y de informadores clandestinos, coordinada por dos agentes secretos conocidos con los nombres (falsos) de Abu Laila y Andrea Cresmo. La semana pasada se localizó al grupo secuestrador y empezaron las negociaciones directas. El sábado, como prueba de que Pari y Torretta estaban vivas, los secuestradores hicieron llegar a los mediadores italianos una grabación con sus voces. El lunes se alcanzó un acuerdo definitivo, también articulado, al parecer, sobre dos planos, público y privado. Por un lado, el Gobierno italiano se comprometió a incrementar su ayuda humanitaria y a asumir el tratamiento de una treintena de enfermos iraquíes. Por otro, según numerosas fuentes, aceptó pagar un millón de dólares.

El comisario extraordinario de la Cruz Roja de Italia, Maurizio Scelli, ya implicado en los secuestros de los cuatro guardaespaldas y del periodista Enzo Baldoni, fue elegido como "receptor" de los rehenes y enviado a Bagdad en un avión especial el lunes por la noche. El martes por la mañana, los secuestradores anunciaron a los rehenes la liberación inminente. Poco después, cubrieron la cabeza de las italianas con velos negros, vendaron los ojos a los dos iraquíes y les hicieron subir a todos a bordo de un vehículo. Los dos locales fueron liberados en lugares distintos y ambos hicieron lo mismo: tomar un taxi hasta su casa. Las italianas fueron conducidas hasta las cercanías de la mezquita de Umm al Qura, sede del Consejo de los Ulemas, donde encontraron a Scelli, al que otras personas habían conducido hasta allí también con los ojos vendados. Alguien filmó el encuentro y entregó el vídeo a Al Yazira. El hombre que había acompañado a las dos Simonas formalizó el acto entregando una pistola a Maurizio Scelli. "Con esta pistola las habríamos matado", dijo. Ayer, las dos dijeron que querían volver a Irak.

Simona Pari posa con unas niñas musulmanas durante una fiesta de bienvenida en Rimini.
Simona Pari posa con unas niñas musulmanas durante una fiesta de bienvenida en Rimini.EFE
Rodeada de <i>carabinieri,</i> Simona Pari habla con la prensa en la puerta de su casa de Roma.
Rodeada de carabinieri, Simona Pari habla con la prensa en la puerta de su casa de Roma.AP

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