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Entrevista:SIMEÓN DE SAJONIA-COBURGO | Primer ministro de Bulgaria

"Lo que uno gana con el apoyo popular pesa muchísimo"

Ana Carbajosa

En su despacho de primer ministro, Simeón de Sajonia-Coburgo, de 67 años, el primer ex rey que dirige un Gobierno republicano, se prepara para viajar el miércoles a España, el país donde ha pasado media vida. Dos banderas, una de Bulgaria y otra de la UE, presiden la sala y los planes de su Gobierno, cuya prioridad, tras la entrada de Bulgaria en la OTAN, es la incorporación a la Unión. El que fuera rey de Bulgaria con seis años y obligado al exilio durante mas de 50 es un pragmático convencido que volvió a su país para triunfar en las legislativas de 2001, con un programa liberal y de lucha contra la corrupción. Tres años más tarde, los sondeos reflejan un importante desgaste del Ejecutivo de jóvenes tecnócratas liderado por el ex monarca y vaticinan una holgada victoria de los poscomunistas. Simeón de Sajonia-Coburgo recibe a EL PAÍS para hablar de su vida, de los obstáculos de la Hoja de Ruta trazada por la UE para el ingreso y de la difícil transición del comunismo al capitalismo.

"El modelo occidental es muy duro; nos acostumbramos a él, pero es duro"
"Turquía es nuestra vecina; a nosotros nos convendría que entrara"

Pregunta. ¿Usted se siente rey o primer ministro?

Respuesta. Yo lo reduzco a servir de manera correcta. La denominación es muy relativa. Ahora soy primer ministro y me enorgullece mucho porque es un cargo electivo, porque lo que uno gana con el apoyo popular pesa muchísimo.

P. ¿Más que rey?

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R. Son cargos diferentes.

P. ¿Ha renunciado a su condición de rey o piensa en la restauración en Bulgaria?

R. Ese tema no está ni sobre mi mesa ni sobre la agenda de este Gobierno, ni creo que los ciudadanos lo deseen. Ahora lo importante es llegar a la UE.

P. ¿Que puede aportar Bulgaria a la UE?

R. Esta parte del mundo es muy rica en historia. Nuestro pasado puede ayudar a la espiritualidad y religiosidad de Europa. La UE no es sólo una unión económica. Soy un europeísta convencido y entusiasta. No se cumpliría este magnifico hecho de la UE si quedaran islitas de países continentalmente europeos que no estén incorporados.

P. ¿Turquía debería entrar?

R. Durante 50 años Turquía fue uno de los elementos mas importantes de la OTAN. Turquía tiene una parte en Europa, es nuestra vecina. ¿Cómo vamos a decirles 'habéis sido europeos mientras podíais defendernos y ahora no'? Eso no es aceptable. El tema se reduce a si cumplen los criterios de adhesión. Rechazarles a priori sería una injusticia. Hemos sido parte de este imperio cinco siglos, es un vecino muy grande con un potencial económico fenomenal. A nosotros nos convendría que entrara.

P. La UE, en sus informes, alaba el progreso económico de Bulgaria, pero señala temas pendientes como la reforma de la Administración, el sistema judicial, sanitario y algunos aspectos de respeto a las minorías, como los gitanos...

R. Es verdad que la Administración necesita una modernización. Tenemos un lastre después de años de un sistema de inercia y de no fomentar la iniciativa y la responsabilidad, pero lo iremos superando. La modernización del sistema judicial es imprescindible, pero no se puede hacer de un día para otro. El respeto de las minorías es un malentendido porque Bulgaria ha sido siempre un país muy tolerante. Intentamos integrar a los gitanos... pero hay otra gente que también tiene carencias. Vamos bien en macroeconomía, pero es difícil trasladarlo al nivel de vida de la gente. Además, el Fondo Monetario Internacional nos limita para hacer la política social que quisiéramos. Por eso, la atención excesiva de los organismos internacionales a los gitanos podría generar un rechazo. Hay que ir poco a poco.

P. ¿Y la corrupción?

R. No se puede colgar un sambenito a todo el país. Sí, hay corrupción, pero la gente se cree que son los grandes negocios y para mí el problema es el pequeño soborno a un funcionario. En Bulgaria hay un choque entre dos generaciones que se han visto privadas de muchísimas cosas, y de repente ven todo lo que el consumo les ofrece y eso tienta a muchos. Debería haber cursillos para los occidentales, que viesen lo que es salir del sistema soviético y de un día para otro encontrarse con la libertad de mercado. El otro modelo tenía a las sociedades muy protegidas de un modo artificial y la gente no sabe cómo enfrentarse a la vida. El modelo occidental es muy duro; nos acostumbramos a él, pero es duro.

P. Bulgaria ha hecho los deberes para entrar en la OTAN, ha reformado su Ejército, ha enviado tropas a Irak, ¿cómo ha afectado esto a las relaciones con Rusia?

R. Las relaciones con Rusia son normales y fluidas, aunque Moscú podía haber actuado de forma más peculiar por el hecho de que unos países que estaban en el Pacto de Varsovia se incorporen a la OTAN, pero no ha sido así. Rusia es un grandísimo país con recursos naturales casi ilimitados, tenemos un idioma parecido y tenemos la misma religión, son vínculos. Sería absurdo mirar sólo a Bruselas o a Washington.

P. ¿Por qué decidieron enviar tropas a Irak?

R. Bulgaria hizo todo lo posible como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU para que hubiera una segunda resolución, pero los demás aspirantes a la OTAN enviaron tropas y a nosotros, como nuevos miembros, nos resultaba muy difícil no enviarlas, no podíamos estar a las duras y a las maduras.

P. Las encuestas reflejan una nostalgia del comunismo en la mayoría de la población, a la que le resulta difícil digerir los recortes en sanidad o educación. ¿Cómo se le puede explicar a la gente que las reformas son necesarias?

R. Es una cuestión generacional. Los de mi generación piensan que durante el comunismo había muchas ventajas, pero era a costa de cosas más sagradas como la libertad o la democracia. Aun así, no hay que dramatizar. La nostalgia es algo irreal.

P. Pero a su Gobierno le está costando un gran desgaste político, a favor de los ex comunistas.

R. Sí, pero al final del mandato empezamos a recuperarnos.

P. ¿Cómo funciona la cohabitación entre un presidente ex comunista y un primer ministro, ex rey y que está al frente de un Gobierno de centro-derecha.

R. Llevamos tres años y hay una armonía positiva. Miramos menos al lado ideológico y más a lo que es nuestra meta. Intentamos respetarnos y hay una simpatía personal que también pesa. La religión o la ideología no es importante, lo importante es la persona.

P. Primero rey, luego primer ministro, ¿después presidente?

R. Ya tengo 67 años. No soy un político típico, no es mi carrera. Por haber ocupado un cargo no tengo por qué ocupar otro.

P. ¿Le gustaría volver a España si no se dedica a la política?

R. He vivido allí 50 años, donde tengo a mis hijos y nietos, a los que veo muy poco y eso pesa. Me gustaría tener más tiempo para leer y para la teología, que siempre me ha interesado.

P. ¿Qué le animó a dejar Madrid y venir a la batalla política?

R. Yo nací aquí y siempre pensé en cómo echar una mano y de repente salió esta oportunidad. Muchos confiaron en mí y hubiera sido una cobardía no aceptar.

P. ¿Y su actividad empresarial? ¿La compatibiliza con el cargo de primer ministro?

R. Al salir de Madrid lo dejé todo. Dimití de unas empresas y de otras se ocupan mis hijos.

P. ¿Qué espera de su visita a España la próxima semana?

R. Va a ser muy emocionante. Ya le he preguntado a mi hijo, el cirujano, qué medicamentos puedo tomar para no emocionarme demasiado, porque es muy especial volver en estas circunstancias.

P. Sin embargo, su visita llega precedida de la polémica con su nombramiento como hijo adoptivo de Madrid y las palabras de su embajador al decir que agradecerá el reconocimiento al Gobierno de José María Aznar...

R. La invitación para venir la cursó el presidente Rodríguez Zapatero cuando nos conocimos en Dublín el 1 de mayo.

P. ¿Y el agradecimiento?

R. Yo no dije nada de eso.

El primer ministro búlgaro, Simeón de Sajonia-Coburgo.
El primer ministro búlgaro, Simeón de Sajonia-Coburgo.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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