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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Pobreza: es política, no 'buenismo' de ONG

Joaquín Estefanía

EN FEBRERO, ZAPATERO DECLARÓ: "Quiero ser el presidente de Gobierno que saque a España del trío de las Azores y la integre en el quinteto de la Alianza contra el Hambre... El hambre es la más mortífera arma de destrucción masiva, y acabar con ella no es una utopía". Medio año después, ZP lo hizo realidad. La estancia del presidente español en la asamblea de la ONU ha dado visibilidad a sus opiniones. En 48 horas se unió al grupo director de la Alianza contra el Hambre, y leyó un discurso que rompió con la política exterior del PP.

Los neocons españoles no lo han podido soportar. Han acusado a ZP de "buenismo" y de parecer "el presidente de una ONG". Quizá porque no han leído los papeles que llevó a Nueva York. Pero las expresiones de ZP no son sólo buenismo, sino una visión política alternativa a la vigente hasta ahora. El terrorismo global tiene una causa directa, el fanatismo de quien lo ejerce, pero también un caldo de cultivo que lo explica: las desigualdades exponenciales, la pobreza extrema, la humillación política y la percepción distorsionada en parte, pero en parte también certera, que el débil tiene del fuerte. Combatir estas causas subyacentes reducirá el problema.

La causa directa del terrorismo es el fanatismo de quien lo practica. Pero hay causas subyacentes como son las desigualdades y la pobreza extremas, la humillación política o la percepción que el débil tiene del fuerte

Durante mucho tiempo, los neocons han confundido estas causas objetivas con justificaciones bienintencionadas de la violencia estructural. Tesis como las de Kofi Annan, secretario general de la ONU, o como las de ZP ayudan a romper ese mecanicismo que se ha querido imponer como pensamiento único.

Además de las cifras aportadas anualmente por los organismos multilaterales (PNUD, Banco Mundial...), muchos autores se han dedicado al análisis de la desigualdad. El historiador Agnus Madison recuerda que los 1.000 millones de personas con rentas más altas ganan casi el 60% de los ingresos mundiales; los 1.500 millones de rentas medias, el 20%, y los 3.500 millones de rentas bajas, el resto. El Nobel Joseph Stiglitz -que el pasado jueves se reunió en La Moncloa con ZP, que le ha leído durante el verano- sostiene que la última década ha mostrado una creciente concentración de la renta y la riqueza entre la población, las empresas y los países: en 1990 había 2.718 millones que vivían con menos de dos dólares al día, y diez años después esa cifra se había elevado en más de 100 millones, el 45% de la población mundial.

Lo más significativo de la Alianza contra el Hambre es que no se ha centrado en soluciones unilaterales, sino en un cóctel de medidas de distinta naturaleza: el incremento de la ayuda oficial al desarrollo para alcanzar el 0,7% del PIB de cada país donante; el alivio de la deuda externa de los países más pobres mediante condonaciones o cambios de deuda por inversiones en educación; la sustitución de una política agraria proteccionista (fundamentalmente en EE UU y Europa) por un comercio más equilibrado, en el seno de la OMC. Y nuevas fórmulas de financiación al desarrollo, entre las cuales las más imaginativas han sido una tasa a las transacciones del capital volátil (tasa Tobin), un impuesto al comercio de armas, la aceleración y el abaratamiento de las remesas que los inmigrantes envían a sus países de origen, o la donación de un porcentaje de cada operación que se haga con una tarjeta de crédito. En algunos casos, ello supone una victoria moral de los alterglobalización, que lo han defendido en solitario.

Mientras esperamos a saber cómo se concretan las promesas de ZP en los Presupuestos del Estado, hagamos un poco de demagogia constructiva: se necesitan 50.000 millones de dólares anuales para erradicar el hambre, permitir el acceso al agua potable para todos los seres, darles un techo y luchar contra las grandes epidemias; la comunidad internacional gasta 10 veces esa cantidad en publicidad. Harían falta 13.000 millones de dólares anuales para cubrir las demandas nutricionales y sanitarias básicas; cada año, Europa y EE UU gastan 17.000 millones en la alimentación de mascotas domésticas.

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