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CANCIÓN | Mercé 2004
Columna
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Entre folclore y fado

Comenzó la Mercè con ese acto tan tradicional de ocupar la calle. Como mínimo las calles que comunican la plaza de Catalunya con el Ayuntamiento pasando por la catedral. Una ocupación que, como mínimo anteanoche, no alcanzó las cotas de años anteriores. Por el Portal de l'Àngel se podía circular con comodidad y tanto ante la fachada de la catedral como en la plaza de Sant Jaume los llenazos no se acercaron a la sensación de agobio que se suele relacionar con la fiesta mayor de Barcelona.

Entre el Ayuntamiento y la Generalitat, Quico el Célio y su banda de las tierras del Ebro pudieron desparramar a placer esas verdades como puños que, servidas con buenas dosis de ironía y mucha sabiduría popular, trufan sus canciones. El primer acto del Mercèfolk se centró en una música con profundas raíces populares bien interpretada, aunque servida con excesivas interrupciones en forma de largas presentaciones habladas. Demasiado largas para una concurrencia que exteriorizaba ganas de fiesta.

También en la catedral se notaban esas ganas de fiesta, pero sin llegar a enturbiar los dos magníficos conciertos ofrecidos por Lídia Pujol y Misia. En ambos casos un entorno más íntimo hubiera sido deseable, pero las dos artistas superaron las dificultades con muchas tablas y un trabajo soberbio. La única cosa que empañó las dos presentaciones y las que vendrán estos días fue el descarado rótulo publicitario que tapa la fachada de la catedral y se convierte en telón de fondo. Económicamente tal vez sea necesario, pero es de un mal gusto tremendo y se completa con un par de proyecciones de logotipos de bebidas sobre la fachada de la Pia Almoina que acaba de ensuciar lo que era un bello decorado.

Lídia Pujol presentó las canciones de su disco Iaie con un buen grupo, en el que no se notaron las ausencia de los invitados de postín que la secundaron cuando presentó ese mismo trabajo en el Palau de la Música. Los mundos mágicos y secretos que propone Pujol en sus canciones volaron en la noche festiva como pequeños balones de aire puro.

Inmediatamente después la portuguesa Misia completó la velada aportando esas dosis de melancolía que llevan los fados y que ella sabe materializar como pocos. Acompañada por el seductor entrelazado de una guitarra española y una portuguesa, Misia llegó a estremecer a pesar de que lo suyo son las distancias cortas y en la plaza de la catedral, pasada la una de la madrugada, abundaban las ganas de fiesta.

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