La venganza de las naciones
Una victoria del no a la Constitución europea en Cataluña daría pie a que se incidiera en la imagen de un país ensimismado, cada vez más encerrado en sus particulares neurosis. Una victoria del no en Europa, además de ser un regalo impagable para la Administración de Estados Unidos, sería una especie de venganza de los estados nación contra el montaje supranacional que sus gobiernos idearon.
No creo -ni deseo- que estos resultados se den. Pero Cataluña se juega mucho en este debate, porque el europeísmo ha sido siempre una pieza ideológica angular de las fuerzas más representativas del nacionalismo y del catalanismo. Una tradición que se rompe ahora, con la decantación de una parte importante de los dirigentes de Convergència hacia el no. En el imaginario nacional, Europa era el lugar natural de resolución de los malestares e incomodidades generadas por la articulación en el Estado español. Dar la espalda al proceso europeo, aunque sea con buenas razones, es un gesto, equívoco. Y no será fácil que el electorado nacionalista siga a sus dirigentes, como ya se ha visto por la fractura de sintonía en la coalición CiU.
La importancia del debate viene dada porque las razones a favor del no a la Constitución son muy poderosas. Durante mucho tiempo el rechazo a Europa ha sido monopolizado por la extrema derecha, que, en algunos países, ha hecho de la inmigración y de la construcción europea los chivos expiatorios de todos los males, y por la extrema izquierda que rechazaban la Europa del capital, que no tiene en cuenta los intereses generales de la población. La asunción por parte de la Unión Europa de los principios liberalizadores y desreguladores de la ortodoxia neoliberal ha agravado el descontento. La izquierda parlamentaria, sin embargo, ha asumido el proceso de construcción europea como algo irreversible e imprescindible para la definitiva pacificación de Europa, la configuración de una potencia capaz de contrarrestar el unilateralismo americano y la posibilidad de defender a escala europea el modelo genuino de estado social. El estado del bienestar será de ámbito europeo o no será.
El texto de la Constitución europea añade un factor de complicación al debate. En cierto modo, se ha convertido en un chivo expiatorio de sustitución. A una parte de la opinión le gustaría cargarse la Constitución si esto no significara cargarse Europa. Quizá, lo que olvidan estos sectores es que Europa es fundamentalmente un proceso. Votar no es interrumpir un proceso sumamente laborioso que ha conseguido en 50 años superar divisiones y recelos seculares.
Hay razones muy poderosas para el no. La principal es el propio documento que se somete a referéndum. En realidad, no es una Constitución, es un tratado. Y sería bueno que así se explicara, porque es evidente que como Constitución es mala e insuficiente. Votar sí requiere hacer el acto de confianza de que esta Constitución será rápidamente superada. La debilidad del documento es evidente, los argumentos en contra, en nombre de la Europa social, son consistentes. Del mismo modo que las naciones sin estado tienen fundados motivos de recelar, por el nulo reconocimiento que merecen, empezando por sus idiomas propios. Argumentos, por tanto, los hay y sólidos. Pero, insisto, Europa está en construcción y es como proceso que, a trancas y barrancas, va avanzando. Es con la acción política permanente, más que con el voto negativo con lo que se puede conseguir que Europa se vaya encarrilando.
Sin duda, el déficit político de Europa es grave. Cualquier paso hacia una mayor institucionalización y hacia una responsabilidad más directa de sus gestos es positivo. Un no generalizado de la ciudadanía europea podría ser un revulsivo. Pero, en el hipotético caso de que se diera, ¿se vislumbra en alguna parte el proyecto y los liderazgos alternativos que le dieran consistencia? El problema del no a la Constitución europea es su amalgama. En él coinciden desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, desde el nacionalismo democrático hasta el nacionalismo étnico y racista, desde la derecha más proamericana hasta una parte del socialismo democrático. Una vez rechazada la Constitución, ¿qué?
Porque, en el fondo, el gran peligro del no es que responda estrictamente a contenciosos de orden interior de cada uno de los estados, con lo cual, la dinámica negativa que frena las transferencias de soberanía tanto hacia lo supranacional como hacia lo local puede acabar saliendo reforzada. Al fin y al cabo, la dificultad de asunción del proceso europeo por parte de la ciudadanía tiene mucho que ver con las actitudes de algunos dirigentes nacionales, que contribuyen eficazmente a desdibujar el perfil de la Unión Europea: por su escasa convicción europeísta (Chirac, por ejemplo) o por su descarada traición (Aznar, sin ir más lejos).
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