Casarse de palabra y sin papeles
Ni ritual religioso ni civil. Ni sacramento ni cita en el juzgado. "No creo que necesite un papel para demostrar nada o aparecer como pareja de alguien ante la gente", afirma Laura Fernández, traductora de 28 años que convive desde hace siete con Jorge, su novio, en un barrio del norte de Madrid.
A los 20, los 22 o los 24 años, casarse no es una prioridad. Amarse y vivir juntos, sí. Como ensayo de convivencia, o como compromiso privado. Sólo uno de cada dos chicos y dos de cada tres chicas en ese tramo de edad deciden legalizar su convivencia y pasar al matrimonio. A esas edades casarse puede ser un lujo, una afirmación religiosa, o un gesto neorromántico.
A los 30 años se produce cierta metamorfosis: una importante porción de las parejas de hecho que inician juntas la treintena acaban casándose. Por dos motivos: porque se espera un hijo común o porque resulta más ventajoso económicamente. Pero junto a esta tendencia crece también la opción de no pasar por la vicaría o el juzgado aunque lleguen los hijos y los lazos económicos se estrechen. ¿Para qué casarse? La pregunta se multiplica como un eco entre las jóvenes parejas. Si ambos trabajan y tienen nóminas separadas y si son conscientes de que el amor puede extinguirse, la propuesta de pasar por el altar o el juzgado carece de sentido.
"Yo no me veo casándome en un futuro. Quizás me lo plantee si la ley no cambia y espero un hijo, porque el matrimonio te quita muchos problemas, pero hoy ni me lo planteo. Hasta ahora no hemos tenido grandes dificultades. Sólo notamos la desventaja cuando nos interesamos por unos pisos de protección oficial en Pozuelo y vimos que al ser solteros nos daban menos puntos", agrega Laura Fernández. "Jorge tampoco es proclive a que nos casemos. Suele decir que hasta que no sea igual de fácil divorciarse que casarse no merece la pena".
No casarse es también una estrategia de permanencia. La conquista no está acabada. Dado que no hay matrimonio no hay posesión. La relación se mantiene hasta que funcione. A veces hasta encontrar una nueva pareja, o hasta casarse para confirmar la relación. Con el tiempo, las parejas de hecho se parecen cada vez más a un matrimonio: hipotecas compartidas, hijos en común, etcétera. Si no les une Hacienda, será la guardería infantil, o a veces el colegio.
No obstante, la presión social ha disminuido. Las diferencias externas entre un joven matrimonio y una pareja con hijos en la que él y ella no son el marido o la esposa, sino "mi chico" y "mi chica" son tan sutiles que en muchas casas de vecinos nadie sabe ni pregunta ya quién está casado por la Iglesia, por lo civil o de palabra. Los hechos sustituyen a los nombres.
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