Alianzas democráticas
Las alianzas extranjeras de Estados Unidos se han convertido en tema de debate en las elecciones presidenciales de este año. El senador John Kerry, el candidato demócrata, ha acusado al presidente George W. Bush de descuidar y ofender a los aliados de Estados Unidos, especialmente en Europa. Afirma que una Administración de Kerry restablecería el respeto hacia Estados Unidos en todo el mundo. El antiamericanismo no es nuevo en Europa, pero la opinión que se tiene de EE UU ha sido generalmente más positiva en el pasado. Durante la guerra fría, EE UU no solamente aplicaba políticas con visión de futuro como el Plan Marshall, sino que también representaba la libertad y la democracia. Naturalmente, la admiración por los valores estadounidenses no significa que los demás quieran imitar la forma que tiene EE UU de llevarlos a la práctica. Aunque muchos europeos admiran la devoción estadounidense por la libertad, prefieren mantener en su país políticas que amortigüen los principios económicos individualistas liberales con una sólida asistencia social. A pesar de toda la retórica sobre la vieja y la nueva Europa, al final de la guerra fría las encuestas de opinión demostraron que las dos terceras partes de los checos, polacos, húngaros y búlgaros percibían a EE UU como una buena influencia para sus países respectivos, pero menos de la cuarta parte quería importar los modelos económicos estadounidenses.
La cultura popular puede ser muchas veces una fuente importante de poder blando. Productos tan sencillos como los vaqueros, los refrescos de cola o las películas de Hollywood contribuyeron a producir resultados favorables en por lo menos dos de los objetivos estadounidenses más importantes desde 1945. Uno fue la reconstrucción democrática de Europa después de la II Guerra Mundial, y el otro fue la victoria en la guerra fría. El Plan Marshall y la OTAN fueron instrumentos decisivos del poder económico y militar, pero la cultura popular reforzó sus efectos. Los dólares invertidos por el Plan Marshall contribuyeron al logro de los objetivos estadounidenses en la reconstrucción de Europa, pero también lo hicieron las ideas transmitidas por la cultura popular estadounidense. En la actualidad, aproximadamente dos terceras partes de las personas encuestadas en diez países europeos dicen que admiran a EE UU por su cultura popular y los avances en ciencia y tecnología, pero solamente una tercera parte considera una buena idea la propagación de las costumbres estadounidenses en su país. EE UU no tiene que hacer que los demás parezcan pequeños estadounidenses, sino que tiene que estar a la altura de sus valores esenciales para poder utilizar con eficacia su poder blando. Por esto han tenido un coste tan alto los ejemplos de las prisiones de Abu Ghraib y la bahía de Guantánamo. Por esto también es tan importante que haya una prensa libre que informe de estos problemas, sesiones especiales del Congreso que los investiguen, y un conjunto reciente de decisiones del Tribunal Supremo que conceden recurso legal a los prisioneros. EE UU no es perfecto, pero mientras se atenga a sus valores esenciales podrá superar sus errores y recuperar su poder blando en los países democráticos.
Por ejemplo, Estados Unidos era extraordinariamente impopular en tiempos de la guerra de Vietnam, y sin embargo recuperó su poder blando antes de una década, y es interesante analizar el porqué. Parte de la respuesta puede ser que cuando los estudiantes se manifestaban en las calles en protesta no cantaban La Internacional, cantaban Venceremos. Los valores democráticos de Estados Unidos serán la clave del éxito en la restauración del poder blando. Algunos escépticos sostienen que hacer hincapié en los valores es una explicación errónea de la forma en que se producen los cambios en la política mundial, y que el verdadero problema entre Europa y Estados Unidos es estructural. Según este argumento, con la desaparición de la Unión Soviética, el equilibrio bipolar de poder se extinguió y Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia, lo cual engendró resentimiento y envidia y, por consiguiente, una época difícil para las relaciones entre ella y Europa. Si el resentimiento europeo es inevitable, dicen algunos líderes estadounidenses, entonces la respuesta adecuada es encogerse de hombros. La popularidad es efímera y nunca debería guiar la política nacional. Estados Unidos, según el punto de vista de estos dirigentes, puede actuar sin el aplauso del mundo. No necesita aliados e instituciones permanentes, dicen, porque basta con una coalición de los que estén dispuestos a formar parte de ella. Como dijo el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld: "Los asuntos deberían determinar la coalición, en vez de ser la coalición la que determine los asuntos".
Pero es un error desestimar tan a la ligera la decadencia del atractivo estadounidense. La recuperación de Estados Unidos de las políticas impopulares del pasado, como la guerra de Vietnam, se produjo ante el telón de fondo la guerra fría, en la que los países aliados temían a la Unión Soviética como al mayor de los males. Es más, aunque la condición de EE UU de única superpotencia es un hecho estructural, las políticas sensatas pueden suavizar el cortante filo de esta realidad. Después de la II Guerra Mundial, el país pudo utilizar recursos de poder blando y asociarse con otros en una serie de alianzas e instituciones que duraron 60 años. Cuando rememoramos la guerra fría, es importante recordar que la estrategia estadounidense de contención combinaba la fuerza disuasoria de su poder duro militar con el atractivo de su poder blando cultural, que erosionó la confianza y la fe en el comunismo tras el telón de acero. El hincapié de la Administración de Bush en promocionar la democracia en Oriente Próximo hace pensar que comprende la importancia de los valores en la política exterior. Sin embargo, la Administración se niega a verse frenada por restricciones institucionales. Invoca el poder blando, pero se centra únicamente en la esencia y no lo bastante en el proceso en sí. La única forma de alcanzar el tipo de transformación en Oriente Próximo que pretende la Administración de Bush es trabajando con otros y evitando la reacción negativa que se produce cuando Estados Unidos actúa como una potencia unilateral e imperialista. La democracia no se puede imponer en un tiempo razonable solamente por la fuerza. Hace falta tiempo para que eche raíces, como demuestran los casos del sureste de Asia en los que ha tenido éxito. La impaciencia de la Administración de Bush con las instituciones y aliados socava sus propios objetivos. Lo irónico es que fue EE UU quien construyó algunas de las alianzas e instituciones más duraderas que ha visto el mundo moderno, y que fueron primordiales para el poder estadounidense durante más de medio siglo.
Joseph S. Nye, decano de la Kennedy School of Government, fue subsecretario de Defensa con la Administración de Clinton. Es autor de La paradoja del poder norteamericano. Traducción de News Clips.
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