Juegos de riesgo
En la medida en que la política -por la fuerza de la mitad más uno que marca el punto de mayoría- tiende a simplificarse en dos bloques antagonistas, tiene, a veces, ribetes de juego de niños. Aznar tenía la foto del trío de las Azores, Zapatero tenía que ligar su trío alternativo para cerrar el ciclo del cambio. Bien está que el estado de excepción al que Aznar sometió a España haya terminado. Y que España deje de jugar a dividir a Europa desde la periferia, a mayor gloria del amigo americano. En la sociedad espectáculo, todo cambio necesita sus iconos para ser reconocido. Pero la satisfacción de Zapatero -su siempre bien impostada sonrisa parecía desbordarse por la comisura de los labios- era tal que se le ocurrió decir que "la vieja Europa está como nueva". Como pie de una foto con Schröder y Chirac -dos políticos en pleno otoño de sus carreras-, quiérase o no, es un sarcasmo.
La misma lógica del antagonismo político ha conducido a Zapatero a cambiar de opinión sobre la comparecencia de Aznar en la comisión del 11-S. El reflejo gremial que mueve a todo ciudadano cuando gana estatus hizo que, inicialmente, Zapatero estuviese dispuesto a impedir la comparecencia del ex presidente. Pero el juego de los antagonismos ha podido más. El PSOE, con la generosidad del que ya ha conseguido lo que buscaba, le ofreció al PP el cierre pactado de la comisión. Pero éste, que tiene un pie en el aznarismo y otro buscando desesperadamente un apoyo, pretendió que fuera el PSOE el que cargara con la responsabilidad de cerrar la comisión. La respuesta la ha dado Zapatero: ¿no queréis dejarlo? Pues, que venga Aznar. Al PP, a pesar de que Aznar había reiterado su disposición a comparecer, le ha sentado fatal. Y ha devuelto el golpe. El juego continúa. En su línea de crear la máxima confusión posible, ha intentado, sin éxito, que comparecieran los confidentes de la policía, lo que podría haber creado serios problemas para el buen desarrollo del procedimiento judicial. Y ha aprovechado el rechazo de su propuesta para volver a lanzar la velada amenaza de abandonar la partida. El PP no tuvo el coraje de asumir el cierre de la comisión y ahora pretende descalificarla. Todos sabemos que de estas comisiones no pueden salir investigaciones objetivas, porque las reglas y los usos que las rigen pretenden que la verdad se establezca por mayoría. Pero el PP, que ha gobernado ocho años, es responsable principal de que sean así. Si la comisión sigue, por lo menos, tendremos más información, más documentos, para que cada ciudadano pueda establecer su juicio.
Aznar ha sido citado. Una espantada de él y de su partido sería una gravísima ruptura de las reglas del juego que el PP no se puede permitir. Sólo serviría para reforzar su peor perfil. El PP, ante los movimientos contrarios de opinión pública que produjo la guerra de Irak, se acostumbró a jugar la carta de la movilización de los creyentes y abandonar los espacios periféricos del partido, en los que se sitúan los electores más críticos. La derrota no parece haberle sacado de esta estrategia. El número de Zaplana es otra representación para gozo y disfrute de los creyentes más incondicionales. Un síntoma del estado de desconcierto que hay en el PP.
El PP se encuentra en un delicado punto de indecisión. Como han señalado algunas encuestas, la ciudadanía española da por pasada la etapa Aznar. Pero, al mismo tiempo, ni los ciudadanos en general, ni los electores del PP en particular, acaban de identificar los signos que emite el partido. La perpetuación de Fraga y el semi-retorno de Aznar aumentan la confusión de la opinión sobre a dónde va el PP.
En este contexto, los sectores del PP y algunos medios de comunicación afines que, para salvar el honor del Gobierno de Aznar, llevan tiempo elaborando teorías conspirativas sobre el 11-M, montadas a partir de precarios retales, no sé si han calculado bien los riesgos. Si, como se ha dicho, el monarca de Marruecos advirtió a Josep Piqué del peligro de que España sufriera un atentado islamista y los servicios del vecino país confirmaron la sospecha al CNI, Aznar, en su comparecencia, tendrá que explicar por qué el Gobierno fue tan poco previsor, por qué hizo caso omiso de las señales que le llegaban.
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