Masacre en el corazón de Bagdad
Un coche bomba causa 47 muertos y 120 heridos frente a una comisaría de la capital iraquí
Un potente coche bomba explotó ayer en el centro de Bagdad, en el barrio de Etefia, al final de la calle Haifa. Al menos 47 personas perdieron la vida y más de 120 resultaron heridas. La mayoría de los muertos eran aspirantes a policía -que guardaban turno para alistarse en la comisaría de Karj, la principal en la orilla oeste del Tigris- y ciudadanos que se hallaban en un café. Es el atentado más grave que sufre Bagdad en seis meses. Horas después, el grupo Monoteísmo y Guerra Santa del jordano Abu Musab al Zarqaui, al que EE UU vincula con Al Qaeda, reclamó la responsabilidad de la acción, tras la que equipos de rescate infradotados se movían entre decenas de cuerpos inertes en busca de un hilo de vida.
Humo negro, gritos, lágrimas y desesperación. Había restos de sangre en el pavimento, en las paredes y los árboles; jirones de ropa y zapatos sin dueño. "¿Por qué no nos protegen como a los americanos?", vociferaba un hombre empujando una camilla. Decenas de ambulancias con las sirenas ululando pugnaban en el atasco por aproximarse a la calle del atentado, junto a la comisaría de Karj, una instalación que por su importancia (es la responsable de las demás de la zona) debía de estar protegida. El caos circulatorio dificultaba el paso de esas asistencias y de los coches de bomberos. Helicópteros artillados norteamericanos efectuaban vuelos rasantes sobre los tejados.
Decenas de voluntarios, enfermeros y doctores, algunos con batas blancas de la ONG Médicos del Mundo (MDM), ayudaban entre gritos añadiendo alboroto a una escena que parecía arrancada del infierno. Algunos jóvenes comenzaron a desmadejar el tráfico a voces para facilitar la evacuación hacia el hospital de Karj, al otro lado de la avenida y apadrinado por MDM cuando la seguridad de los extranjeros permitía las ayudas humanitarias.
El ministro de Interior, Falá Naqib, se acercó a Karj para calmar los ánimos y prometer mano dura: "Eliminaremos a los que han hecho esto. Nuestros enemigos son los terroristas que quieren impedir la reconstrucción". Pero la gente ha dejado de creer en la retórica y exige hechos: "Abajo Alaui; él es culpable", decía uno a quien sujetaban por los hombros.
Enorme cráter
Otros arremetían contra el presidente de EE UU, George W. Bush, y se empeñaban en teorías conspiratorias sobre un misil norteamericano. La deflagración fue tan fuerte que algunos policías sospechaban que podría tratarse de un doble coche bomba, aunque sólo había un enorme cráter. La metralla cruzó la calle Jeque Maaruf, donde se halla la comisaría, y afectó a un café, un restaurante, a parte del mercado y a una decena de tiendas. Varios vehículos quedaron calcinados.
"Era un coche bomba aparcado junto a la fila de voluntarios para alistarse a la policía y no un suicida. De ahí el gran número de víctimas", explicó el coronel Adnán Abdelrahmán, portavoz del Ministerio de Interior a Efe. Se trata del atentado más mortífero en Bagdad en seis meses y el más grave en Irak desde julio, cuando otro vehículo cargado de explosivos mató a 68 personas frente a una comisaría de Baquba, a 60 kilómetros al norte de la capital.
La calle Haifa, que cruza esa parte del centro de Bagdad, hacia el barrio de Etefia fue cerrada por la policía. Un par de todoterrenos blancos y azules y una alambrada herrumbrosa de espinos servían de advertencia de que la batalla del domingo se podía repetir en cualquier momento. Haider Saed, que vive en esa calle bautizada la Pequeña Faluya por sus antecedentes baazistas, afirma: "Los americanos van a efectuar una operación". Y añade: "Todos en Haifa sabemos quiénes son estos rebeldes. ¿Extranjeros? No creo; son iraquíes suníes y viven en el barrio".
El atentado de ayer se produce 24 horas después de que se decretara un toque de queda en esa zona. Tropas norteamericanas tomaron posiciones y pidieron a los vecinos que permanecieran en sus viviendas lejos de las ventanas y de las puertas a través de altavoces.
Nadie supo explicar cómo un vehículo cargado de explosivos y de piezas de artillería pudo acercarse tanto a la comisaría cuando en Bagdad la psicosis de atentado es general. Muchos sospechan que la insurgencia ha trasladado su lucha a la capital. Otro coche bomba explosionó poco después en la calle Saadum, en la margen oriental del río. Murió el conductor, un presunto suicida, y un peatón resultó herido. Al parecer su objetivo era un convoy de contratistas occidentales; no hay información de si explotó antes de tiempo o su conductor fue abatido.
Fue el de ayer un día especialmente violento en un país que se ha quedado sin capacidad de sorpresa: dos soldados estadounidenses perdieron la vida en Bagdad en la noche del lunes y un tercero ayer en Mosul (son 1.013 los militares de EE UU fallecidos desde que comenzara la guerra y la cifra de heridos se eleva a 18.000). Tres policías iraquíes fueron asesinados en Hilla, al sur, donde se halla el cuartel general de las tropas polacas, y otros 12 agentes locales perecieron en Baquba cuando el minibús en el que viajaban fue alcanzado por ráfagas de ametralladora. En Ramadi, el vértice occidental del triángulo suní, hubo combates entre insurgentes y fuerzas norteamericanas: 10 muertos y 22 heridos.
Y en Baiji, al norte de Tikrit, cuna de Sadam Husein, se produjo un atentado contra la central eléctrica que dejó sin luz a gran parte de Bagdad. El sabotaje afectó al oleoducto del norte, por lo que las exportaciones de petróleo hacia Turquía están suspendidas de nuevo. Malas noticias para los mercados internacionales y para el plan político de EE UU de celebrar elecciones en Irak en enero.
Las elecciones, en el punto de mira de la insurgencia
El caballo, que en el mundo árabe es sinónimo de gobierno, está sin domar. Peor: parece desbocado. A menos de cuatro meses de las elecciones (enero), que deben legitimar el proceso dirigido por Estados Unidos en Irak, la insurgencia (una maraña de 26 organizaciones) parece más capaz que nunca de golpear múltiples objetivos en un solo día, incluso en Bagdad, como lo demostró el domingo. La única respuesta norteamericana y la del primer ministro, Ayad Alaui, al desafío es la misma: mano dura.
La consigna es repetir que habrá comicios. Lo afirma casi a diario el primer ministro y ayer lo dijo en Bruselas el presidente Gazi al Yauar. Pero la osadía insurgente resulta un obstáculo real. La ONU, encargada de su organización, mantiene en Bagdad a 36 personas, un tercio dedicada a las elecciones. La cuestión no es forzar una votación a cualquier precio, la clave es que sea creíble para el pueblo iraquí. De ello depende la legitimidad de las futuras autoridades.
El mando militar estadounidense prometió retomar el control de las ciudades díscolas en poder rebelde antes de diciembre (es decir, después de las elecciones de Estados Unidos). Las opciones no son buenas: si pacta introducirá en el proceso a unas fuerzas que buscan su expulsión de Irak y un Estado islámico; si elige la fuerza, el odio de la población hacia el ocupante se incrementará.
En dos meses y medio, Alaui, que fue seleccionado por EE UU por su perfil de hombre duro, ha perdido prestigio tras la crisis de la ciudad santa de Nayaf, en agosto. Las encuestas más serias le otorgan un 2% de popularidad, en la paupérrima media de su Gobierno. El único que destaca es el vicepresidente Ibrahim al Yaafari, líder del partido Dawa, con un 10%. En cabeza, el ayatolá chií Alí Sistani, con un 35%. En esa misma encuesta, el ex dictador Sadam obtiene un 1,7%, lejos del 99% que se otorgaba cuando él era presidente y organizaba los referendos.
Desde que Estados Unidos traspasó la soberanía teórica hace dos meses y medio, la situación ha empeorado: más de 1.500 iraquíes y cerca de 150 soldados han muerto. Sin su aval, el de hombre duro, Alaui tiene muy difícil ganar. "¿Aceptaría España un primer ministro que tiene un pasaporte estadounidense en un bolsillo y uno iraquí en el otro y que ha admitido que trabajó para la CIA?", pregunta Wamid Nadmi, profesor de la Universidad de Bagdad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.