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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Revisión de la Guerra Civil

En una cita circunstancial, al comienzo de su texto Enrique Moradiellos nos recuerda que a fines del año 2001 más de la mitad de los españoles consideraban que no se había olvidado el resultado de la Guerra Civil. Moradiellos es un muy buen especialista en las relaciones exteriores de ese periodo y últimamente ha escrito varios libros de alta divulgación muy meritorios. Uno tiende más bien a temblar cuando se le presenta un libro que verse sobre la Historia de España y sus mitos. Suele proceder de algún amateur convertido en propagandista de la extrema derecha o de alguien que hace tiempo abandonó la lectura y ahora pretende hacer pasar nuevos tópicos de antaño. Pero el libro de Enrique Moradiellos es serio, ponderado y resume muy bien lo que hoy se piensa en los medios profesionales acerca de la Guerra Civil.

1936. LOS MITOS DE LA GUERRA CIVIL

Enrique Moradiellos

Península. Barcelona, 2004

256 páginas. 16,25 euros

No trata tan sólo de las razones de una victoria y una derrota sino también de la memoria colectiva de la guerra sobre la que bien vendría que se escribiera más. Pero a la hora de enumerar aquéllas lo hace de un modo, a mi modo de ver, muy correcto. No hubo en 1936 dos Españas sino como mínimo tres (la franquista, la revolucionaria y la democrática) cuyos proyectos eran antitéticos. El papel de la división del Ejército fue decisivo para que la guerra se configurara como tal porque de no haber existido habrían conseguido la victoria total con rapidez los que tuvieran a los militares tras de sí. Nada hacía presagiar una victoria total o una derrota sin paliativos. Pero la situación internacional favoreció a Franco concediéndole una superioridad material casi permanente. Más que las virtudes del general fueron las superiores incapacidades de su adversario las que contribuyen a explicar el desenlace. Y estas últimas se refieren no sólo a la tardanza en la constitución y funcionamiento de un Ejército organizado sino a la posibilidad de mantener unos niveles de producción industrial y alimenticia suficiente para atender las necesidades bélicas.

Resulta verdaderamente significativo que textos de Azaña o Rojo como de historiadores actuales y algún historiador profranquista serio, como Salas, prueben, por la coincidencia, la verdad de estas afirmaciones. Una vez más en un aspecto muy controvertido del pasado hay consenso entre los especialistas.

Claro está que también es posible encontrar algún punto de discrepancia. Moradiellos concluye su libro con dos retratos del gran vencedor (Franco) y el perdedor por excelencia (Negrín) de la guerra que son realmente innecesarios. Lo importante es que ofrece una imagen de Negrín que contrasta fuertemente con la que tenían Prieto, Besteiro o Azaña y que también tiene poco que ver con la documentación soviética a la que hemos tenido acceso en los últimos tiempos. Quizá las fuentes primarias británicas le sesgan de forma inevitable. Pero hay un Negrín que dista mucho del demócrata resistente que es la imagen con la que se nos quiere mostrar.

Pero, además, me atrevería

a decir que todas esas causas de la derrota y la victoria bien podrían resumirse en una tan sólo. Si la República perdió la guerra fue porque ya no era la de abril de 1931 sino una confusa amalgama de legalidad y de revoluciones. En estas circunstancias no podía funcionar bien el aparato del Estado pero tampoco las potencias democráticas estuvieron dispuestas a ir más allá de la no-intervención. Claro está que a las alturas del verano de 1936 se estaba convirtiendo en imposible que el Estado republicano permaneciera incólume si se producía una sublevación. Franco provocó la revolución y con ella favoreció su victoria. Pero ésa fue, sin duda, la peor de las soluciones imaginables.

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