Respeto
Lo que pedía el tetrapléjico Ramón Sampedro era sólo respeto, un poco de respeto, nada más que eso, el justo. El derecho a morir dignamente y a que sus semejantes, tan distintos, tan extraños y ajenos a él, respetasen su decisión de hacerlo. Cuando pongan en los cines la película que ha realizado Alejandro Amenábar basándose en la historia del marino gallego pasaré por taquilla. La de Sampedro es una de las pocas historias de la historia reciente (plagada de episodios nacionales innobles y alimentada en la letrina del papel cuché) que merece respeto y una buena película (Mar adentro tiene toda la pinta de serlo). Una historia realmente edificante en los tiempos que corren, arrastrados por la sucia corriente de ese río que lleva fango rosa y hectolitros de sangre de la crónica negra. Sin embargo, el derecho a elegir la propia muerte sigue siendo un asunto pendiente que alguien alguna vez, algún gobierno, no tendrá más remedio que abordar con todas las de la ley y reglamento en mano.
Morirse todavía está mal visto. Hay muchos ciudadanos empeñados en impedir que abandonemos este perro mundo cuando sólo podemos esperar sus mordiscos; señoras y señores convencidos de que la vida no es tan sólo un derecho, sino una obligación, algo muy parecido a una condena que hay que sobrellevar con la ayuda de sondas nasogástricas o máscaras de oxígeno. Lo que pedía Sampedro era que le dejasen hacer mutis en paz, pero no le dejaron. No pedía canonjías ni ayudas, ni subsidios ni sueldos vitalicios como el del ex gerente del Athletic, tan vivo. Sólo quería estar muerto, para lo que le resultaba imprescindible morirse previamente. Un respeto. Eso es lo que quería y lo que pedía ese hombre entero que era Ramón Sampedro.
Es lo mismo que pide justamente Alejandro Amenábar en la entrevista concedida a la revista Zero la semana pasada. Una entrevista que ha dado que hablar por lo que menos debería interesarnos. La homosexualidad del director de Mar adentro es tan irrelevante que en la entrevista dura sólo unas líneas. Lo importante es el resto, lo demás, o sea, todo. A Alejandro Amenábar le preocupa "la situación que se vive en nuestro país, donde no existe respeto por nada ni por nadie". Es la verdad. No hace falta buscar argumentos complejos ni realizar ningún tipo de análisis social. En España no existe el respeto, se ha perdido (si es que algún día lo hubo) y encontrarlo o ganarlo parece complicado. Lo único respetado es el dinero. La cuenta de resultados es la Biblia para los píos dueños de los medios de comunicación que difunden basura. Harían falta unos cuantos como Ramón Sampedro para que este país consiguiera respetarse a sí mismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.