La paz de las conciencias
"¡Dejen a los muertos en paz!", declaró el entonces presidente del Gobierno José María Aznar en referencia a las 62 víctimas del accidente del Yakolev 42. No quería darse cuenta de que la paz, a las personas fallecidas, se la dan sus familiares y amigos. Esa paz, a la vista está, no la otorgó la farsa de identificación que Federico Trillo calificó de "impecable", y que no acertó ni una vez siquiera. En cada caso, esa paz es íntima, particular: una lápida donde ir a llorar, unas cenizas esparcidas...
Por interés político, Aznar y Trillo dieron carpetazo al asunto, desparramando la memoria y la dignidad de los muertos, y pisoteando un proceso de luto que ahora, en muchos casos, debe empezar desde cero. Para las familias de los fallecidos, la paz puede llegar ahora. La paz de las conciencias de todos los responsables de este atropello también es un asunto íntimo. En cambio, es asunto de todos que, sin merecerlo, Trillo siga en la Cámara donde el pueblo está representado.
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