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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuatro años después

Cuatro años atrás, en su discurso en Filadelfia de aceptación de la candidatura republicana a la Casa Blanca, George W. Bush no mencionó una sola vez el terrorismo, aunque la amenaza y algunos duros golpes de Al Qaeda eran ya una realidad. El jueves, al repetir el rito ante la convención republicana en el Madison Square de Nueva York, y con un mandato a sus espaldas, lo hizo 16 veces. Entretanto, naturalmente, ha habido el 11-S, la guerra de Afganistán y la de Irak. Sobre todo, hay una estrategia de campaña cuyo guión han seguido la convención republicana y Bush al pie de la letra, subrayando el papel de la fuerza militar y su supuesta capacidad de liderazgo. No tuvo reparo incluso en hablar positivamente de su "bravuconería", relacionándola con su origen tejano. Y, naturalmente, remató la sarta de descalificaciones de su rival John Kerry por ineptitud para el mando, tarea en la que le había precedido la víspera su vicepresidente Cheney con singular celo.

Probablemente Bush ha sabido sacar más provecho de la convención que Kerry de la suya. Aunque ésta es una campaña muy larga, ahora entra en su fase más dura, a cara de perro, con el contraataque de Kerry mediante anuncios pagados y, sobre todo, los debates en televisión. Los republicanos que han ensalzado a Bush como un gran líder saben que la gran debilidad de Kerry es su credibilidad y falta de calor. Pero la victoria del 2 de noviembre dependerá en gran parte de que alguno de los candidatos sea capaz de movilizar a su favor a los pocos indecisos que muestran las encuestas o a los muchos millones de potenciales electores que habitualmente desertan de las urnas. Bush y sus asesores en mercadotecnia ya se están encargando de centrar la atención sobre el terrorismo, aunque en su discurso en Nueva York el presidente en ejercicio haya evitado cuidadosamente mencionar el nombre de Osama Bin Laden (aparte de no citar a Aznar en el capítulo de agradecimientos por el apoyo prestado en la guerra de Irak).

¿Y si es la economía el motor del voto? Sus efectos son sentidos de manera muy diferente por las distintas capas de la población y los éxitos en productividad pueden estar traduciéndose en pérdida de empleo. Cuatro años atrás, en Filadelfia, Bush consideró que el superávit en las cuentas públicas que dejaba Clinton no era "dinero del Gobierno", sino que le correspondía "al pueblo". No sólo no se lo ha devuelto, sino que con bajadas de impuestos, recortes sociales y una subida espectacular de los gastos militares aquel superávit se ha convertido en un gran agujero negro, del que no habla Bush. Se ha limitado a lanzar los grandes epígrafes de una agenda para mejorar la sanidad pública, la educación o las jubilaciones, pero sin explicar cómo. Sólo indica un camino: el privado, que apunta al hablar de la "sociedad de la propiedad".

La reelección para un segundo mandato de todo presidente de EE UU tiene siempre tintes de plebiscito. En el caso de Bush es una auténtica reválida. En 2000 perdió en votos populares y ganó gracias a un discutido fallo del Supremo sobre los resultados en Florida. Cuatro años atrás criticaba duramente a Clinton y Gore por "no haber dirigido". "Lo haremos", prometió entonces. Y efectivamente lo ha hecho, hasta límites insospechados. Pero una mayoría de la población lo considera un rumbo equivocado. Quizás la respuesta que más pese el 2 de noviembre es la que cada votante se dé a la pregunta con la que Clinton derrotó al padre de Bush: ¿están los norteamericanos mejor ahora que cuatro años antes?

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