El hombre a quien no le tiembla el pulso
El presidente ruso, Vladímir Putin, ha convertido en su divisa política el rechazo a toda negociación con los terroristas
El presidente ruso, Vladímir Putin, se mantuvo fiel a su reputación de duro, de intrasingente con los terroristas, a los que no debe hacer ninguna concesión y con los que no se debe negociar ni llegar a compromisos. La temeraria operación lanzada ayer no contradice sus palabras de que todos los esfuerzos estaban dirigidos a salvar las vidas de los rehenes. Para Putin, la única manera de salvar a la mayoría de los niños que estaban en manos del comando suicida que desde el miércoles mantenía en vilo a toda Rusia era lanzando una operación de rescate. Esta operación tiene que haber comenzado a prepararse desde un principio por los servicios secretos y por supuesto contaba con el visto bueno del presidente, por más que ahora traten de presentar el asalto como una decisión improvisada tomada en el lugar de los hechos.
"Rusia no mantendrá negociaciones con terroristas ni separatistas. Seguiremos haciendo frente al terrorismo el tiempo que sea necesario"
Putin ha creado un Estado autoritario y centralizado que, sin embargo, se muestra impotente ante su más grande amenaza
Ya el mismo día en que el comando terrorista penetró a tiros en el patio de la escuela de Beslán, el primero de septiembre, Putin, que aún permanecía en Sochi y no había interrumpido sus vacaciones para regresar urgentemente a Moscú, aseguró: "Rusia no mantendrá negociaciones con terroristas ni con separatistas. Seguiremos haciendo frente al terrorismo el tiempo que sea necesario".
Verdad es que en esas declaraciones seguramente se refería a los atentados terroristas que provocaron las dos tragedias aéreas el 24 agosto pasado y al bombazo que produjo la inmolación de una kamikaze en la boca de un metro capitalino hace cuatro días. Pero ellas reflejaban la política que ha mantenido Putin desde que llegó al poder, primero como primer ministro en agosto de 1999 y luego como presidente a partir del 31 de diciembre de ese mismo año.
Durante todo este tiempo, el presidente Putin se ha dedicado a construir un Estado que muchos observadores califican de "régimen centralizado y policiaco-militar". En estos marcos, y para lograr sus objetivos de crear un poder autoritario al que nadie pudiera criticar fuertemente, Putin liquidó a los principales medios de comunicación independientes. Ante todo, acabó con las televisiones NTV, que pertenecían al magnate mediático Vladímir Gusinski, quien había adoptado una política de oposición al Kremlin, y Canal 6, controlado por el oligarca Borís Berezovski, otro enemigo declarado de Putin que, perseguido por la justicia rusa, ha debido refugiarse en Gran Bretaña.
En el plano político, emprendió una reforma radical, con el principal objetivo de terminar con la influencia de los caciques regionales. Para ello, creó siete distritos federales en cada uno de los cuales incluyó a varias provincias rusas y a cuyo frente nombró a siete representantes plenipotenciarios, especie de virreyes con amplios poderes.
Al mismo tiempo, expulsó del Consejo de la Federación, la Cámara alta del Parlamento, a los gobernadores y presidentes de las repúblicas que forman Rusia y en su lugar éstos tuvieron que nombrar a sus representantes, en su mayoría personajes desconocidos que carecen de peso político.
La Duma Estatal o Cámara baja también la puso bajo su férreo control al garantizar el triunfo del partido progubernamental Yedínaya Rissía (Rusia Unida). Hoy esa organización tiene mayoría constitucional, es decir, dos tercios de los escaños, mientras que los liberales del partido Yábloko y la Unión de Fuerzas de Derecha se quedaron sin representación parlamentaria.
El acoso a la petrolera Yukos, destinada ante todo a sacarse del camino al multimillonario Mijaíl Jodorkovski, que tenía ambiciones y planes políticos considerados como una amenaza por el Kremlin, hizo cundir el pánico entre los medios financieros y empresariales, que comprendieron que debían abandonar cualquier intento de influir en la política estatal.
Por último, ha aumentado sustancialmente la financiación de lo que en Rusia llaman "instituciones de fuerzas", es decir, servicios secretos, militares, policías. El presupuesto destinado a esas instituciones aumentará el próximo año en el 30%, algo inusitado en los últimos decenios.
A primera vista, el presidente consiguió su objetivo y creó un Estado autoritario y centralizado. Pero esta victoria ha sido pírrica: el Estado de Putin se ha mostrado impotente ante la más grande amenaza que ha enfrentado la Rusia independiente: el terrorismo. Su Estado ha resultado ser fuerte por fuera pero débil por dentro. Por lo menos dos circunstancias explican este fenómeno: la corrupción de arriba abajo -que ha permitido entre otras cosas que los soldados vendan armas a los enemigos contra los que combaten y ha impedido detener a vehículos llenos de terroristas y explosivos- y la debilidad de la sociedad.
Mientras más fuerza cobraba el Estado, más apolítica se volvía la población.
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