El anticastrista que huele a muerte
Luis Posada Carriles, indultado en Panamá tras intentar asesinar al presidente cubano, está acusado de más de 50 atentados
El químico Luis Posada Carriles, de 76 años, huele a pólvora y muerte desde la fallida invasión a Cuba por bahía Cochinos, en el año 1961. Tiene la mandíbula desarticulada y la cicatriz de un balazo junto al corazón porque en el negocio del plomo y la trilita se da y se recibe. Proclamándose patriota contra la tiranía castrista, adiestrado por Estados Unidos en el cebo liberador, colocó una bomba en una nave de Cubana de Aviación, en 1976, y asesinó a sus 73 pasajeros. "La CIA nos lo enseñó todo... todo. Cómo matar, hacer bombas... nos entrenaron en actos de sabotaje", declaró, hace seis años, al diario The New York Times. "Castro no cambiará nunca, jamás. Nuestro trabajo es proveer inspiración y explosivos al pueblo cubano".
"La CIA nos lo enseñó todo... todo. Cómo matar, hacer bombas..."
El suministro de inspiración y explosivos durante decenios fue insuficiente para detonar la sublevación popular en la mayor de las Antillas, y Posada y tres cómplices de la ultraderecha en el exilio de cruento perfil prepararon el magnicidio en la Cumbre Iberoamericana de Panamá, hace cuatro años: harían estallar una carga bajo el trasero del sátrapa, durante un discurso universitario, y después descorcharían el champán y la insurrección pendiente. Pero los espías cubanos les pisaban los talones y alertaron al Gobierno panameño, que los detuvo. Fueron condenados a siete y ocho años de cárcel. La presidenta Mireya Moscoso, conservadora, negó su extradición a Cuba y los indultó. La Habana rompió las relaciones diplomáticas.
El socialdemócrata Martín Torrijos asume mañana la presidencia del país dispuesto a reanudarlas: "Los delitos indultados eran extremadamente graves: terroristas". La lucha contra la dictadura cubana, según reiteró siempre Posada, todo lo justifica: desde la asociación con el hampa y asesinos, hasta la voladura en pleno vuelo del avión que trasladaba a casa a los compatriotas deportistas, entre ellos el equipo juvenil de esgrima. "Yo soy un combatiente por la libertad". Le ayudó en aquel combate aéreo Orlando Bosh, su émulo en una cruzada que aprendió las cuatro reglas en la doctrina de la Seguridad Nacional de Estados Unidos de los sesenta y en los cuarteles de Fort Benning y Tampa.
"Cuando los cubanos trabajaban para la CIA los llamaban patriotas. 'Actos de sabotaje' era el término que usaban para clasificar este tipo de operación. Ahora lo llaman terrorismo. Los tiempos han cambiado. Fuimos traicionados". Posada se siente estafado porque Washington no atiende el eje de su propuesta política: el lanzamiento de una bomba nuclear sobre el malecón habanero y la instauración de una verdadera democracia. Veterano de la Brigada 2506 de bahía Cochinos, nada le arredra. Las autoridades cubanas le implican en los más de 50 ataques, secuestros, asesinatos y cartas bomba contra funcionarios, embajadas y propiedades cubanas en Argentina, Perú, México, Brasil, Costa Rica y Ecuador. También en los atentados dinamiteros de 1997 contra varios hoteles de La Habana. Murió un turista italiano.
"De todo lo que ocurra en Cuba, me culpan a mí. Si yo hubiera hecho todas las cosas que dicen que hice, sería un monstruo", dijo a la agencia France Presse hace tres años. Previamente había alardeado sobre su participación, directa o indirecta, en casi todo. "Hay que usar la fuerza". Nacido en Ciego de Ávila (Cuba), perdió sus negocios al triunfo de la revolución de 1959 y juró venganza. Vinculado a partir de 1961 a la Fundación Cubano- Americana de Miami, que supuestamente financió su fuga de una cárcel venezolana, en el año 1985, ha trabajado para la CIA y para los servicios secretos de Venezuela, Guatemala, El Salvador, Chile y Argentina.
El químico de Cienfuegos apoyó activamente las dictaduras militares latinoamericanas de los setenta, y los 30.000 desaparecidos del Cono Sur o las sarracinas de los espadones centroamericanos le dejaron frío, cuando no complacido. El socialista chileno Salvador Allende era otro rojo peligroso, y el general Augusto Pinochet, que lo derrocó en el año 1973, un patriota de su camada. Posada Carriles es un hombre de principios, y si no gustan es harina de otro costal. No tiene otros. Pero, fundamentalmente, es un hombre de acción y demolición. Para eso se enroló en el ejército norteamericano: para que el presidente John F. Kennedy (1917-63) le llamara a filas y remediara, al asalto, el fiasco de bahía Cochinos.
No fue posible porque Kennedy era un blando. El exilio cubano diseñó entonces otra estrategia: Jorge Mas Canosa, fallecido en el año 1998, cabildeó en la Casa Blanca desde la Fundación, y Posada Carriles amartilló el fusco. Lo hizo a cabalidad. El 28 de febrero de 1990 casi lo matan en Guatemala: una bala le atravesó el rostro, la lengua y varios nervios. El día de su clandestina reunión con The New York Times se quitó la camisa, enseñó las huellas del plomazo comunista junto al corazón y dirigió la mano del entrevistador hacia su barbilla. "Tenía una pulgada más de largo. Fui bastante atractivo". Desde entonces habla raro, pero igual de claro: "La decisión es no abandonar la lucha contra la dictadura".
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