El silencio de las palabras
No todo superviviente es testigo. Hace falta además talento literario. Cuando el talento se pone a disposición de experiencias extremas nace una conmoción que conforma un género literario con infinidad de matices: la ingenuidad de Ana Frank, el temple de Primo Levi, la sobriedad descarnada de Robert Antelme, las preguntas de Elie Wiesel, el descaro hiriente de Tadeuz Borowski, la brillantez de Jorge Semprún... Pues bien, dentro de esa constelación Charlotte Delbo, resistente francesa detenida por la Gestapo, deportada a Birkenau con otras 230 presas de las que sólo volvieron 49, es un caso singular de creación literaria.
Lo literario no le viene de la mezcla entre verdad y ficción que reclama Semprún para que el lector no sólo se informe sino comparta el sentimiento de los testigos. Aquí todo lo que se cuenta es verdad; la creación se limita a sugerir un hilo conductor del que cuelgan los relatos que la autora encadena en la trilogía Auschwitz y después cuyos dos primeros volúmenes aquí se presentan.
AUSCHWITZ Y DESPUÉS I Y II
Charlotte Delbo
Traducción de María Teresa
de los Ríos
Turpial. Madrid, 2004
164 y 167 páginas, respectivamente
14 euros, cada uno
LAS FOSAS DEL SILENCIO
Montse Armengou
y Ricard Belis
Plaza & Janés
Barcelona, 2004
256 páginas. 18,50 euros
Ese hilo conductor es el que da título al segundo volumen: 'Un conocimiento inútil'. Extraño propósito cuando toda la obra está devorada por la necesidad de relatar. El lector que la acompañe hasta el final podrá constatar la eficacia de su relato: sabrá lo que es la sed cuando le cuenten lo que es vivir durante días sin más agua que la que proporciona la sopa; lo que significa morir lentamente cuando las uñas del pie quedan pegadas al calcetín como una piel inútil...
¿Por qué todo ese esfuerzo por recordar y relatar es inútil? Lo da a entender en un poema final: porque fracasa en su intento de transmitir lo que vivió. El testigo sabe demasiado y si no lo puede transmitir, más vale callar, con lo que toda su lucha por recordar está de más. Ese mismo exceso de experiencia hace inútil el conocimiento que tienen o tenemos los que no venimos de tan lejos.
Pero sólo se puede llegar a la insuficiencia o inutilidad del relato cuando éste ha tenido lugar. Sólo es sabio el silencio que se produce después de haber hablado, de ahí la necesidad de hablar. Esto es lo que persiguen Montse Armengoud y Ricard Belis, en Las fosas del silencio, una investigación minuciosa sobre la represión franquista durante la Guerra Civil basada en la recogida de testimonios directos. Nada hay tan cercano al olvido como los tópicos globalizadores del tipo "hubo abusos por los dos bandos". Contra la estrategia de olvido, patrocinada por los protagonistas políticos de la transición y por los historiadores de prestigio, y contra la banalización del recuerdo, que sigue dominando el inconsciente colectivo, parten en guerra estos dos mosqueteros. El libro es fascinante por sus detalles. De los Queipo de Llano, Mola, Yagüe, Asensio o Castejón habíamos oído barbaridades, pero acompañarles por unos momentos en su campaña bélica pone al descubierto un plan sistemático de exterminio del humus social y cultural que sustentó a la República: sus valores, sus maestros, sus escuelas, sus instituciones, sus líderes. Había que convertir en delincuente al republicano de bien, había que exterminar a los líderes naturales, había que insuflar miedo en las generaciones venideras exterminando a una parte de las familias... El español de a pie, víctima por un lado de los cuarenta años de propaganda franquista y del silencio de la transición, no sabe. Y el problema no es su ignorancia histórica, sino la deriva moral: si no se ajustan las cuentas con ese pasado, las generaciones venideras se incorporarán o incorporarán un tipo de (in)humanidad colectiva que conserva los gérmenes letales de donde proceden. Este libro pone de manifiesto que la memoria es imparable y que lo que no se hizo en la transición, ni se ha hecho aún ahora, se hará. Ya no basta con conocer el pasado, hay también que preguntarse por qué ha habido que callar.
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