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Ciencia recreativa
Columna
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Las ratas del Pacífico

Javier Sampedro

Los genetistas han deducido hechos asombrosos sobre el pasado de nuestra especie -desde que salimos de África hace 50.000 años hasta la propagación de las lenguas indoeuropeas, hace 10.000-, pero quizá no sean capaces de entrar en más detalles históricos. Sus deducciones se basan en la comparación del ADN de los actuales habitantes del planeta -cuanto más distinto el ADN, más lejano es el ancestro común-, y las poblaciones humanas no siempre observan el debido respeto a la pureza étnica, al menos en lo que toca al intercambio genético, vulgo coito. Un solo macho de Homo sapiens fuera de control, como el Gengis Jan, es capaz de contaminar los cromosomas de medio continente asiático. Así no hay forma de afinar.

Pero puede haber otra forma de afinar. Los antropólogos, por ejemplo, llevan dos siglos discutiendo cómo se poblaron las islas del Pacífico. Los primeros humanos que llegaron allí se asentaron en Nueva Guinea, el archipiélago Bismarck y las islas Salomón (la "Oceanía próxima") hace unos 33.000 años. Hablaban, y siguen hablando, lenguas papúa. Las lenguas austronesias sólo aparecieron hace 3.500 años, coincidiendo más o menos con las primeras evidencias arqueológicas de una cultura avanzada llamada Lapita, que llegó más lejos que la Papúa, hasta las islas Fiji, Samoa y Tonga (la "Oceanía remota"), y mil años después colonizó el gran triángulo polinesio comprendido entre Nueva Zelanda, Hawai y la isla de Pascua.

La discusión, que lleva dos siglos abierta, es si ese salto cualitativo de hace 3.500 años se debió al progreso cultural de los antiguos habitantes Papúa o, por el contrario, a una invasión desde el Sureste asiático por parte de un nuevo pueblo más avanzado, los Lapita. Los intentos de resolver esta cuestión mediante el ADN no han tenido éxito. Las mezclas entre los nativos y los inmigrantes europeos de los últimos 300 años han enturbiado las trazas genéticas de las antiguas migraciones. Pero el evolucionista E. Matisoo-Smith, de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda), ha resuelto el problema analizando el ADN de un pasajero habitual de las canoas austronesias: la rata del Pacífico, Rattus exulans.

Desde el punto de vista de un genetista, las ventajas de las ratas sobre los humanos son inmensas: son abundantes en todos los yacimientos de la cultura Lapita, no saben nadar, de modo que sólo pueden colonizar una isla viajando en la canoa de sus dueños, y no se cruzan con las ratas europeas, introducidas en la zona en los últimos 300 años.

A diferencia del humano, el ADN de estas ratas sí dibuja un árbol genealógico nítido en las islas del Pacífico. Llegaron allí hace 3.500 años, junto a los primeros Lapita, pero su propagación por la Oceanía próxima fue lenta y compleja, con muchas interacciones y viajes de ida y vuelta. Los Lapita trajeron a las islas una cultura avanzada, en efecto, pero no ejecutaron ningún paseo triunfal por los dominios Papúa. Más allá, cuando se estudian las islas de la Oceanía remota, donde no había nadie hasta que llegaron los Lapita, el ADN de las ratas sí refleja una colonización rápida y directa, sin regresos ni turbulencias: dos fases históricas claras que han dejado su huella en los genes de la rata del Pacífico.

Las ratas, por cierto, no viajaban en las canoas como polizones. Los Lapita las llevaban consigo para comérselas.

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