_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La voluntad de los vascos

Por fin se reunieron Ibarretxe y Zapatero. Al parecer, ambos salieron contentos de la entrevista. Ignoramos los motivos de tanta satisfacción, porque ha trascendido poca cosa de lo que se habló entre ellos. Algunos retalitos de frases de Ibarretxe, conocidos hasta la saciedad, sazonados con alguna que otra máxima de nueva incorporación. Eso y poco más, escaso condumio para que se nos abriera el apetito. Bueno, estamos contentos, y uno se siente tentado a decir que eso no está mal. Lo que hace unos meses hubiera montado una remolina, capaz de alimentarnos una temporada, se ha saldado con un casi ayuno informativo que relega a Ibarretxe y a su plan a los márgenes de lo estrafalario. Tuvo más cola, y digamos que más interés, la reunión que el presidente del Gobierno mantuvo con Maragall. Es una prueba de la diferente importancia estratégica que poseen en la actualidad ambos presidentes autonómicos y sus respectivos proyectos.

Y sin embargo, lo que hace unos meses hubiera montado una remolina sigue ahí, vivito, es un decir, y coleando. ¿Qué es lo que ha cambiado? El lehendakari sigue adelante con su proyecto, que piensa someterlo a votación parlamentaria el próximo invierno. Tampoco parece haberse arrepentido de su intención de someterlo después a referéndum y así ver plasmada esa voluntad de los vascos y de las vascas, a la que tanto recurre en sus argumentaciones. Todo eso sigue ahí, con sus riesgos intactos, pero hay también algo etéreo, difuso pero perceptible, que de alguna forma lo diluye. Habrá quienes aseguren que lo que ocurre es que se ha bajado la guardia, o que se prepara un camino de componendas que, entre el yo te doy y tú me das, permitirá disfrazar lo mismo, promoverlo como si fuera otra cosa e imponerlo. El tiempo nos dirá si tienen razón. Sí tengo la impresión de que ha cambiado el ámbito de recepción de ese asunto que nos trae de cabeza; lo que no veo con claridad es cuáles han de ser sus consecuencias. Percibimos un cambio de situación, pero ésta no muestra aún unos perfiles definidos.

El plan Ibarretxe ha tenido un inesperado efecto perverso para sus propios fines. Planteado en términos de excepcionalidad y bilateralidad -relación de Euskadi con España-, su formulación, junto a determinadas alianzas tácticas, desató un debate generalizado sobre la organización territorial de Estado que no favorece a sus pretensiones. Removió unas aguas que sólo recogían pequeños sobresaltos y se ve convertido en una gota de una marea que determinará unas pautas de las que no va a poder sustraerse. Entre las frases de Ibarretxe tras su encuentro con Zapatero, llamaba la atención alguna en que se reflejaba ya esa participación plural en las reformas del Estado que hayan de emprenderse.

Al margen de cuáles vayan a ser las materias a transferir que se negocien en los diversos estatutos en marcha, hay una pauta que va a ser común a todos ellos y que se va a constituir en marco de las reformas en perspectiva, incluida la de la Constitución. No me estoy refiriendo al marco constitucional como límite, o no me estoy refiriendo sólo a él, sino a otra exigencia -que, en realidad, va ligada a él en el caso que nos ocupa- y de cuyo incumplimiento adolece el plan Ibarretxe. Este trata de hallar su legitimidad en una mayoría absoluta parlamentaria no cualificada -la voluntad de los vascos y de las vascas- que un referéndum movilizador de la comunidad nacionalista trataría de corregir al alza, lo que falsearía la situación real y efectiva de la voluntad política de los vascos. La novedad de la nueva situación reside en que todas las reformas se van a emprender por consensos mayoritarios, ajenos a todo trágala parlamentario previo, una pauta ejemplar que condenará al plan Ibarretxe a un estatus de plan banderizo, que es lo que realmente es, y lo marginará de esa oleada reformadora. Al nacionalismo vasco siempre le quedará el recurso al empecinamiento montaraz, pero quizá hayan de empezar a preguntarse los nacionalistas por cuántos vascos y vascas van a estar dispuestos a seguirles por este camino desquiciado y sin fin.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_