Emilio Lledó rescata en un emocionado discurso el valor de la palabra amistad
El filósofo sevillano recibió ayer el XVIII Premio Internacional Menéndez Pelayo
"El silencio sería terrible si no tuviéramos las palabras", dijo ayer el filósofo Emilio Lledó (Sevilla, 1927) al recibir, en medio de un paraninfo repleto, el XVIII Premio Internacional Menéndez Pelayo, que otorga la UIMP. "De entre esas palabras, esas muchas palabras dañadas y maltratadas, quiero traer la palabra amistad", dijo en su discurso, porque cree "que necesitamos volver a pensarla y, sobre todo, a sentirla". Octavio Paz, Nélida Piñón, Mario Vargas Llosa y Ernesto Sábato han sido algunos de los autores que recibieron el premio en ediciones anteriores.
Tras la bienvenida del rector de la universidad, José Luis García Delgado, y de la laudatio, a cargo del profesor Pedro Cerezo Galán, la ministra de Educación, María Jesús San Segundo, rescató la figura de Lledó como modelo por su "pasión por formar investigadores", que se engrandece hoy que "la ciencia española vive un momento de ilusión". "Decía Picasso que lleva tiempo llegar a ser joven. A don Emilio Lledó le ha llevado 77 años", comentó la ministra. Con este reconocimiento, Lledó se suma a una lista de laureados de lujo que han recibido antes el premio.
Fue una maravillosa clase de filosofía. Emilio Lledó no pudo evitar ayer el instinto iluminado de enseñar a los presentes otro modo de pensar una actualidad en la que Irak y la preocupación por el terrorismo ocupan largas páginas en la prensa, algo que sostuvo, le sorprende. "El terrorismo no es ni con mucho el mayor mal de nuestro tiempo", había dicho horas antes, en rueda de prensa, el autor de El epicureísmo, resumiendo el contenido de su conferencia. "Los males de nuestro tiempo son la ignorancia, la miseria y la corrupción, y lo más temible, que nos instalemos en la mentira con la misma naturalidad con la que nuestros pulmones se acostumbran al aire".
La noria del poder
De "perversa alucinación colectiva" calificó el autor de Memoria del logos estos tiempos en los que "la oscura noria del poder" ha injertado "la no menos oscura y cruel teoría de la inevitabilidad de la violencia, de la hegemonía de la enemistad y del odio". Una época que recuerda, dijo, aquello que el escritor católico Bernanos "llamó tan certeramente la cólera de los imbéciles". Plauto ("fue él quien dijo antes que Hobbes que el hombre es un lobo para el hombre"), Platón ("no se debe responder con la injusticia, ni hacer mal a ningún hombre cualquiera que sea el daño que se reciba de él") y Heráclito ("la guerra es el padre de todas las cosas y el rey de todo") fueron algunos de los invitados que Lledó convocó a esta fiesta del conocimiento, auspiciada por una convicción que aprendió de Aristóteles: "La amistad es lo más necesario de la vida".
"Emilio Lledó ha sido fundamentalmente un hombre fiel, fiel a sus amores, a sus amigos, a sus compañeros y discípulos, a sus convicciones e ideales", explicó Pedro Cerezo Galán en la laudatio. El homenajeado agradeció con su estupendo buen humor: "Han sido exageraciones magníficas y generosas. La amistad a veces exagera. Uno quisiera ser como los amigos quieren que sea".
José Luis García Delgado, rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, destacó "la dimensión europea" del trabajo como profesor e investigador de Emilio Lledó y su proyección universitaria en Madrid, Berlín y Heidelberg.
Hubo tiempo para recordar a los pensadores españoles. Lledó evocó a Marcelino Menéndez Pelayo, cuyo sillón en la RAE -el ele minúscula- ocupa desde 1994, con una anécdota de hace más de 50 años, de sus tiempos de estudiante en Madrid. "¿Quién cree usted que es mejor, Ortega o Menéndez Pelayo?", le preguntó un profesor en un examen oral. "Le dije que los dos eran mejores y que no había que echarlos a pelear", recordó.
En ese tiempo, Lledó tenía con la imagen del intelectual "una relación de ambigüedad", afirmó. Sensación que se modificó con el estudio de Los heterodoxos, "ese libro asombroso, apasionado y despiadado a veces", escrito por Menéndez Pelayo cuando tenía 20 años.
El final fue otro homenaje: a la obra y a la persona del intelectual Eulalio Ferrer, exiliado en México tras la Guerra Civil española, "por su generosidad y su magnificencia, su pasión por la vida de la cultura". "Espero que pronto algún joven historiador emprenda la apasionante tarea" de "enseñarnos a amar esa parte de la España con la que él emprendió su exilio y con la que por múltiples, ejemplares razones, me siento, me he sentido desde mi viva memoria de niño de la Guerra Civil, absolutamente solidario".
Babelia
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