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Columna
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Todos a la playa

Han levantado una playa a las orillas del Sena, una playa virtual y fluvial de bañistas en seco donde se practica el rito social del bronceado solar, pedestre y desprestigiado invento que sigue teniendo sus devotos pese a las advertencias y recomendaciones de médicos y científicos. Los rayos del sol, tradicionalmente benéficos, dadores de luz y de vida, se han transformado -una paradoja más de los tiempos modernos- en despiadados asesinos, tan mortíferos como los rayos de la tormenta, aunque más lentos en su acción destructiva. El sol ya no es lo que era, el distante y generoso astro rey se ha convertido en un dios irascible y rencoroso, alterado por la intervención de los industriosos pobladores del tercer planeta de su sistema. Para rizar el rizo, los productores de aerosoles, que han contribuido en su medida a la destrucción de la protectora capa de ozono, se benefician ahora de la cólera del sol vendiendo ingentes cantidades de ungüentos para protegerse de ella.

La playa de París se inauguró con gran éxito la temporada anterior, auspiciada por el Ayuntamiento, tal vez para mejorar la imagen urbana, afeada por la costumbre de los "broncistas" de asfalto de despelotarse en lugares públicos y soleados sin coartada patente; unas toneladas de arena a las orillas del río y el panorama cambia, prodigio de la realidad virtual, espejismo al alcance de ciudadanas y ciudadanos sin posibles, o sin tiempo para tomarse vacaciones en Saint Tropez o en el Caribe. Las playas urbanas han obtenido este año la homologación europea, con la apertura en la mismísima Bruselas de otro solárium municipal. Hasta ahora no he oído hablar de una iniciativa parecida en Madrid, pero supongo que en el equipo de Ruiz-Gallardón ya habrá alguien pensando en el invento. La playa de Madrid tendría su ubicación natural a las orillas del Manzanares. Ya hubo una Playa de Madrid, cerca y en feroz competencia con la colosal piscina del Parque Sindical, conocida popularmente como "el charco del obrero". La playa madrileña era fluvial pero no virtual, pues disponía de una zona de baño en el río; se nota que en aquellos años no andaba el personal con tantos tiquismiquis sobre la pureza y calidad de las aguas y es posible que el establecimiento tuviera que cerrar porque alguien empezó a preocuparse por tan turbio y vidrioso asunto. Aquella playa no era propiamente urbana pues se situaba a las afueras de la ciudad, junto a la carretera de El Pardo; la nueva playa tendría que ser más céntrica, accesible y de secano, no vamos a pedir más excelencias que las de París y Bruselas, pero, aunque el baño no sea posible, para atraer a los adoradores del Sol a las orillas de nuestro maltratado río, sus aguas tendrían que mantener las apariencias y engañar a la vista y al olfato del usuario.

El Manzanares es, como el Sena, un gran río literario aunque no haya dado ni para la lírica, ni mucho menos para la épica, conformándose, humilde y menestral, con ser objeto de sátiras y burlas literarias en verso y en prosa. Tal vez por eso, para no hacerse cómplice de nuevas befas y mofas, parodias y vilipendios, el sabio alcalde Tierno Galván puso patos y no cisnes para acallar a los gansos. Hoy, en los escasos tramos en los que el río no es propiedad de la autopista M-30, o de las edificaciones, en las riberas accesibles y urbanas del Manzanares donde podría ubicarse la playa, reina la degradación y se hace visible la incuria y la desidia y además el paisaje puramente acuático suele ser igual de desolado.

Abunda la historia de Madrid en los más diversos proyectos fracasados para devolver al río la dignidad que empezó a perder cuando hicieron corte a la villa, modesta como él y edificada para hacerle compañía. De todos los planes forjados sobre el lecho del Manzanares, el más ambicioso y quimérico fue el de hacerlo vía navegable y darle a Madrid una salida al mar a través de un canal hacia el Tajo, y el más siniestro y recurrente el de enterrarlo bajo una definitiva capa de cemento y asfalto para postrera ignominia del desgraciado afluente. Aunque comencé calificando de pedestres las playas de París y de Bruselas, estoy dispuesto a apoyar la implantación en Madrid de uno de esos arenales públicos y a exigir la supervisión y homologación de la previsible DGPU, Dirección General de Playas Urbanas de la Unión Europea y los oportunos certificados de control de calidad.

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