La realidad y el deseo
MIENTRAS LA COMISIÓN parlamentaria sobre el 11-M sigue recibiendo con luz y taquígrafos el testimonio de los comparecientes (esta semana, los invitados-estrella fueron los actuales directores del CNI, de la Guardia Civil y de la Policía, y sus predecesores bajo el Gobierno del PP, así como varios altos mandos del instituto armado), la Audiencia Nacional continúa instruyendo el sumario del atentado. Un auto del juez Del Olmo dictado el lunes pasado levantó el secreto de las actuaciones para rechazar los recursos de varios implicados contra el auto de 18 de junio que había acordado su prisión.
Las preguntas acerca de la idoneidad o la conveniencia de que el poder legislativo y el poder judicial investiguen simultáneamente en paralelo unos mismos hechos no tienen respuestas fáciles ni concluyentes. Aunque la distinción entre las responsabilidades políticas escrutadas por las comisiones parlamentarias y las responsabilidades penales depurables por los tribunales evita la interdicción procesal del non bis in ídem y ofrece en teoría una salida a eventuales conflictos, no soluciona algunos problemas prácticos. La Constitución faculta al Congreso y al Senado para nombrar comisiones de investigación "sobre cualquier asunto de interés público" y establece que las conclusiones de las Cámaras no vinculan a los tribunales ni afectan a las resoluciones judiciales, aunque puedan ser comunicadas al ministerio fiscal para la interposición de eventuales acciones. Pero el artículo 76 nada dice de una hipotética prejudicialidad penal en la secuencia temporal de las dos encuestas; entre las consecuencias indeseadas y nocivas de ese desarrollo en paralelo de la investigación parlamentaria y la indagación judicial, los desajustes y las contradicciones temporales entre ambas encuestas ponen un inquietante espacio de manipulación a disposición de los intoxicadores.
Los intentos del PP y de algunos periodistas para sembrar dudas maliciosas sobre los trabajos de la comisión parlamentaria chocan frontalmente con la instrucción sumarial del juez Del Olmo
En ese resquicio están depositando los huevos de la sospecha y de la insidia los diputados del PP presentes en la comisión y algunos publicistas entre los que destaca con luz propia Pedro J. Ramírez, rodeado por su habitual cardumen de espías paraguayos, fiscales indómitos, aventureros extorsionadores, militares desleales, chivatos a sueldo, jueces ególatras, policías corruptos, periodistas alimentados por fondos de reptiles, confidentes hampones y políticos intimidados o empresarios chantajeados por la amenaza de publicar en la prensa informaciones -ciertas o falsas- contra su honor. Los comisionados Del Burgo y Martínez Pujalte vienen descargando sobre los comparecientes la tarea de probar que ETA no participó en el atentado; también dejan entrever que la verdadera autoría del 11-M se esconde bajo una enigmática X, malicioso homenaje retrospectivo a los crímenes de los GAL. El director del diario El Mundo exige igualmente la probatio diabolica de la inexistencia de otras conjeturas (como "descartar que ETA haya tenido alguna intervención, influencia o al menos conocimiento de los hechos") y olfatea como un perdiguero la pista del Fu-Man-Chu de guardia responsable de haber sido el guardagujas de los trenes de la muerte utilizados para "cambiar la correlación de fuerzas en el Parlamento español", derrocar al PP y dar la victoria al PSOE el 14-M; al igual que los intentos de repetir la historia -escribió Marx- suelen transformar las tragedias en farsas, Pedro J. Ramírez acostumbra a dirigir remakes sainetescos de casos célebres: así, los papeles del Pentágono se convirtieron en los papeles de Perote.
Los autos dictados el 18 de junio y el 19 de julio por el magistrado Del Olmo -que levantaron parcialmente el secreto del sumario 20/2004- muestran cómo las conjeturas del PP y de sus publicistas afines no tienen cabida en el mapa laboriosamente cartografiado a lo largo de cuatro meses por el juez instructor. Pero aunque la obstinación de los hechos supera antes o después la resistencia de la gente intelectualmente honrada, los políticos que utilizan la mentira como instrumento para llegar al poder y los periodistas resueltos a que la realidad no les estropee un reportaje fabulado nunca los considerarán suficientemente probados: la realidad y el deseo, sin embargo, son cosas distintas.
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