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Petrarca, precursor del humanismo

El mundo de la cultura rinde homenaje al poeta italiano, a los 700 años de su nacimiento

Andrea Rizzi

Italia celebra en estos días los 700 años del nacimiento de uno de sus padres espirituales, Francesco Petrarca. Conferencias, exposiciones, conciertos, debates: el programa de las actividades invita a reflexionar sobre el hombre que, con su sensibilidad poética, su curiosidad insaciable y su firme espíritu crítico, contribuyó de forma decisiva a la superación del oscurantismo de la Edad Media, abriendo las puertas al humanismo, al Renacimiento.

Éste es el hilo conductor que une las distintas actividades conmemorativas: éste es el motivo de la actualidad de la obra del genio de Arezzo (lugar donde nació, el 20 de julio de 1304, porque su padre, que pertenecía al mismo grupo político de Dante, fue obligardo a exiliarse de Florencia en 1302). Desde la exposición Petrarca y su tiempo -que, en Padua, exhibe manuscritos autógrafos del poeta y otros textos del siglo XIV cedidos por bibliotecas de toda Europa- hasta la original interpretación de sus poemas, que el Teatro dell'Opera di Roma presentará el 2 de agosto, todos los actos destacan el papel de precursor del Renacimiento que Petrarca, con Dante, tuvo en la Italia del siglo XIV.

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Por eso Petrarca no es sólo un poeta italiano. El Renacimiento, la espectacular revolución intelectual que puso al ser humano en el centro del universo, es uno de los pilares sobre los que se fundan las sociedades occidentales. No sorprende entonces que celebren su obra las universidades de todo el mundo (París, Los Ángeles, Calcuta y Barcelona, entre otras).

El coraje de la independencia y la duda permanente ponen a Petrarca en el eje que parte de Grecia, pasa por Italia y se desarrolla en Francia: Platón, Miguel Ángel y Rousseau, como un anillo de conjunción, como una vértebra del meollo europeo. Pero su universalidad tiene también una raíz puramente poética. Su amor por Laura, cristalizado en el Canzoniere -su gran obra lírica-, produce movimientos de emoción en los lectores, a pesar del tiempo que nos separa de su origen, que, junto a la obra de Dante, han convertido en fina arena la roca del italiano vulgar.

Petrarca cantó su amor por Laura, y el dolor por su muerte, a causa, probablemente, de la misma epidemia de peste que constituye el marco narrativo del Decameron de Boccaccio (de quien Petrarca fue amigo y maestro). Aquel canto es una lección inolvidable. Pero su amor -y la lección- más grande fue, quizás, el deseo de conocimiento: el amor visceral por los libros que buscó, estudió y coleccionó hasta el día de su muerte.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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