Cuba, el faro de su existencia
Las pasadas navidades, después de una navegación a vela de 50 días entre Altea y La Habana, tras sortear un huracán en el Caribe y sostener un inquietante encuentro con un barco guardacostas norteamericano, Antonio Gades, ya en tierra firme, me decía: "Cuba no es una simple aventura, es el puerto de mi vida". No era un comentario epatante, una frase más. Para Antonio, Cuba, o mejor dicho, la revolución cubana, fue siempre un faro en su existencia y en su arte. Tanto, que es imposible comprender al bailarín sin entender al hombre comunista, comprometido con la causa cubana.
La pasión por la revolución cubana de Antonio comenzó casi el mismo día en que se enteró de que los guerrilleros barbudos de Fidel Castro bajaron de Sierra Maestra y expulsaron del poder al dictador Fulgencio Batista, en enero de 1959. Acababa de cumplir 23 años, y siempre guardó en su memoria lo que después le diría su padre: "Si tan mal le sienta a Estados Unidos que hayan ganado, ésa es gente de fiar".
"No perdonan a Cuba no haber claudicado frente al país más poderoso de la Tierra"
Desde el primer momento, fue un incondicional de la revolución. Ya en sus primeros viajes a la isla, Antonio trabó relación de amistad y camaradería con Alicia Alonso y los "compañeros" del Ballet Nacional de Cuba, pero también con los cubanos de a pie y con los principales dirigentes del país. No es casualidad que, en 1982, Fidel Castro y Alicia Alonso fueran los padrinos de su boda con Marisol, cuando la pareja ya tenía a María, Tamara y Celia, sus hijas.
Antonio siempre lo decía: fueron Cuba y algunos amigos del alma, sobre todo el fiscal comunista Jesús Vicente Chamorro, quienes pusieron en su cabeza y en sus manos ideales y libros que no pudo leer en su juventud porque tuvo que echarse a la calle a trabajar. Con Chamorro viajó a Cuba en numerosas ocasiones, y ambos -que más que amigos, eran hermanos- defendieron juntos contra viento y marea los argumentos de la revolución por el mundo.
"Lo que no le perdonan a Cuba es haber hecho una revolución popular y haberse mantenido firme, sin claudicar frente al país más poderoso de la tierra", decía Gades las pasadas navidades en La Habana. Aquí estaban, afirmaba, sus verdaderos "compadres", entre ellos Raúl Castro y el ministro del Interior, Abelardo Colomé, de quienes llevaba fotos en la cabina del Luar 040, su último velero -la mar, con la revolución, era su gran pasión-.
Pero Gades no sólo se entregó desinteresadamente a la causa política de Cuba. También lo dio todo profesionalmente, en la danza. Con Alicia Alonso y su ballet participó en numerosos proyectos, realizó coreografías, bailó como invitado de la compañía por el mundo. Fue Alicia quien le convenció para volver a las tablas después de que decidiese abandonar el baile tras los últimos fusilamientos de Franco, en 1975.
Su último gran éxito, Fuenteovejuna, lo concibió y preparó en la isla con ayuda del coreógrafo cubano Alberto Méndez. Fue a principios de los noventa, cuando nadie apostaba nada por la supervivencia del socialismo cubano. Dedicó la obra a Celia Sánchez, heroína revolucionaria y compañera inseparable de Fidel Castro. "Fuenteovejuna es una lección de solidaridad. Igual que Cuba", dijo en aquella conversación, tras atracar con el Luar 040 en la bahía de La Habana.
La última vez que lo vi fue el 5 de junio. Lo acaba de condecorar Fidel Castro con la Orden José Martí, la más alta distinción que concede el Consejo de Estado de la República de Cuba. Estaba feliz. Antonio era desde hace muchos años miembro del Partido Comunista de Cuba, aunque pocos lo sabían. Al preguntarle si algún día se conocería algo de lo que Antonio Gades había hecho en la sombra, tras bambalinas, por la revolución, sonrió y le brillaron los ojos.
Babelia
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