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Montecarlo recupera la grandiosidad de San Petersburgo

Una exposición muestra a través de la ciudad el reto modernizador de Pedro I y Catalina II

Hace un año, San Petersburgo celebró el tercer centenario de su fundación por el zar Pedro I y ahora el Fórum Grimaldi de Mónaco presenta una exposición en Montecarlo dedicada a evocar a la que fuera entonces capital rusa. El reto es de primera magnitud porque no sólo se trata de reproducir el sueño arquitectónico de Pedro I y Catalina II, sino de contar el cambio que supuso para Rusia el edificar una ciudad que abría el país a Europa.

El visitante puede contemplar mapas, grabados, fotos o pinturas que reproducen el aspecto físico de San Petersburgo, pero el reto es el de reflejar la magnitud del cambio que supuso para Rusia construir una ciudad que iba a acabar con el dominio de la Iglesia, que dotaba a Rusia de marina, al tiempo que la obligaba a modernizar el sistema de gobierno del país, dotándolo de instituciones propias de una monarquía ilustrada.

Para que la exposición haga comprensible todas las significaciones de San Petersburgo -políticas, económicas, sociales, culturales- había que transformar los 4.000 metros cuadrados que el Fórum Grimaldi ofrece para exposiciones en un recorrido con un fuerte poder simbólico, y de eso se han encargado la comisaria de la exposición, Brigitte de Montclos, y el escenógrafo François Payet, que han imaginado un trayecto que se abre, tras cruzar las puertas del iconostasis del monasterio de Simonov, con el acceso a un espacio en forma de cruz en el que se han reunido iconos, casullas, tallas religiosas, retablos, relicarios y crucifijos que nos remiten a la Rusia con la que Pedro I quería romper, la tradición y la cultura que esperaba dejar atrás.

Las victorias militares sobre los suecos, que poseían hasta entonces el control del Báltico, tienen un carácter fundacional y son celebradas por cuadros, grabados y todo tipo de objetos reunidos para la ocasión. Una sala circular presidida por una extraordinaria esfera armilar sirve para que nos encontremos con los objetos que traducen la modernidad del zar, su preocupación científica manifiesta en los lentes binoculares que se hacía enviar de París, los cuadrantes solares, brújulas marinas, astrolabios geodésicos o "botiquines" de viaje de un zar que creía en la ciencia y el progreso. Todo eso desemboca en una gran sala presidida por dos gigantescos tapices de tema mitológico que se abre, en forma de balcón, sobre las grandes maquetas de la iglesia de Smolny, de la destinada al castillo de San Miguel y de una versión de la catedral de San Isaac nunca terminada a partir de proyectos arquitectónicos de Rastrelli, Brenn y Rinaldi, respectivamente. El tamaño de las maquetas -están hechas a una escala de 1 a 20- permiten que el profano pueda hacerse una idea muy aproximada de lo que puede dar de sí un proyecto, incluida la decoración de interiores.

Un gigantesco diaporama propone imágenes de la ciudad y, a través de los cuadros de vistas, se puede seguir la evolución de San Petersburgo entre 1703 y 1796, constatar la presencia obsesiva del agua, el rigor plano de un sky line que sólo las agujas de los campanarios y los mástiles de los barcos se atreven a desafiar. Luego, ya en pleno barroco, los espacios de exposición se hacen ovalados, las mesas se llenan de servicios de porcelana especialmente diseñados para Catalina II y el trayecto desemboca en una galería que muestra una parte de la colección de la soberana, esa mujer que se carteaba con Voltaire y buscaba en Montesquieu y Beccaria la inspiración legal para sus reformas.

El Fórum Grimaldi, que en años anteriores propuso como gran exposición veraniega una consagrada al circo y otra antológica de Andy Warhol, tiene como vocación diversificar el atractivo turístico de Montecarlo, busca atraer otro tipo de público con exposiciones que se estiman como las mejores que pueden verse en el ámbito francófono.

<i>Vista del puente Sant Isaac desde la isla de Vassielievski,</i> obra de Benjamin Patersen de 1799.
Vista del puente Sant Isaac desde la isla de Vassielievski, obra de Benjamin Patersen de 1799.
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