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Columna
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Invisibles

Rosa Montero

Hace poco, regresando de un viaje a Estados Unidos, le escuché decir a un tipo en el aeropuerto, henchido de orgullo patrio: "¡Es increíble la cantidad de gente inválida que hay en ese país! ¡Nosotros no tenemos ni la mitad!". Yo más bien me temo que no es que en España haya menos minusválidos, sino que aquí no los vemos. Y son en buena medida seres invisibles porque la mayoría están confinados en sus casas, sitiados por una ciudad áspera y enemiga que les impide el movimiento. Las aceras sin rebajar, los badenes taponados por coches mal aparcados, los edificios públicos sin rampas, los cines y teatros sin ascensor, los taxistas que, aunque sea ilegal, se niegan a admitir discapacitados (a mí me ha sucedido acompañando a un amigo), los restaurantes llenos de escaleras. Es un mundo erizado de obstáculos insalvables, porque es un mundo lleno de ignorancia e incomprensión.

Un escritor chileno amigo mío que acaba de instalarse en Madrid tiene una niña minusválida de cuatro años de edad. Le está buscando colegio y, para mi pasmo, resulta que no hay centros escolares adaptados para niños así. Lo cual ya me parece el colmo de los colmos. En algunas escuelas, los amables profesores se han ofrecido a cargar a la cría en brazos para subirla a clase o bajarla al recreo. Pero, ¿qué sucederá cuando la niña crezca? ¿Y no resulta además repugnante a la razón, no es inadmisible que la cría no pueda disponer de su autonomía como persona, de una libertad de movimientos para la que sólo necesita la adaptación del edificio a una silla de ruedas?

Nos creemos un país moderno y rutilante y estamos orgullosos de todo lo conseguido en los últimos años. Barcelona se gasta la hijuela en ese proyecto inmobiliario que es el Fórum 2004; Zaragoza aspira a preparar la Expo 2008 y Madrid ambiciona los Juegos Olímpicos. Pero entre tanto rumbo y frenesí, entre tanta fiebre constructora, parece que nadie tiene tiempo ni corazón suficiente como para acometer las humildes reformas de albañilería que darían la libertad y la dignidad a los minusválidos, a todos esos seres invisibles que hoy tienen que resignarse a contemplar la vida desde el estrecho encierro de sus casas.

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