El muro de las lamentaciones
El Tribunal Internacional de La Haya puede optar por decir misa, decidir que sólo los homosexuales pueden adoptar niños, que las mujeres son más piadosas matando que los hombres o exigir unánimemente, como hizo el viernes, la demolición del muro que Israel está construyendo en Cisjordania. No pasa nada. Antes se cumplirán las tres primeras hipótesis que la sentencia ya dictada en La Haya. La responsabilidad de que así sea no recae sólo sobre el "Gobierno fascista de Sharon" y el "ignominioso trío de las Azores" -Alá los maldiga-, como reclama toda la prensa de los países islámicos y la mayor parte de la prensa europea.
Es obvio, hasta para el más corrupto de los hijos de Ariel Sharon, que el muro que divide en trozos la Cisjordania ocupada para robarles a los palestinos gran parte de su territorio y hacer imposible una mínima esperanza de vida digna en el resto es ilegal, inmoral y uno de los mayores desprecios a la dignidad humana que ha cometido un Estado miembro de la ONU en la última década. Es grosera la añagaza del Plan Sharon de dejar a los palestinos de Gaza que se pudran en un pozo negro de miseria a cambio del beneplácito para fagocitarse Cisjordania a plazos -un bocadito por aquí ampliando el muro, otro extendiendo los asentamientos-, por cierto, ilegales todos, no sólo los cuatro chamizos de okupas ultras marginales que el Gobierno israelí quiere desmontar.
Pero realmente clama al cielo la hipocresía de las sociedades europeas cuando olvidan en sus lamentaciones ante el muro que son ellos los promotores del lema de "seguridad antes que justicia" que hoy lleva a la mayoría de los israelíes a favorecer la construcción de este monstruo. Porque acosar y humillar a víctimas como hace Israel es perfectamente equivalente al pacto con los asesinos para garantizar seguridad y beneficios, especialidad europea donde las haya. Los compadreos de Alemania y Francia con un Irak ya bajo embargo de la ONU, como el entusiasmo propalestino electoralista de la mayoría de los Gobiernos de la UE y su pasión por un Arafat que besa tanto a dignatarios europeos como ordena matar civiles israelíes hicieron imposibles, cuando no patéticos, los esfuerzos mediadores europeos antes y después de los Acuerdos de Oslo, el ministro Moratinos sabe de esto. Ello, unido a la impotencia europea en materia de seguridad y política exterior, puso a la UE en una situación de irrelevancia que dejó a EE UU -y, así son las urnas de Florida, a George Bush- con el único poder real para intervenir en el conflicto. Y que Sharon pesa más que Bush no se deduce sólo de las fotos. "Es probable que la crisis de civilización que sufre Oriente Medio hoy no se deba sólo a la destrucción del orden previo a 1918, sino también de la falta de convicción que hubo para imponer el nuevo marco acordado entonces para 1922", dice David Fromkin en su libro aún no superado sobre el surgimiento del Oriente Medio tras la caída del Imperio Otomano, A peace to end all peace (Una paz para acabar con todas las paces, Avon Books, Nueva York, 1989).
La ruptura del atlantismo ha hundido las esperanzas de una paz en Oriente Medio a no ser que el proceso de transición a un régimen prooccidental en Irak triunfe. El reordenamiento de la región del que Fromkin hablaba es imprescindible también para obligar a Sharon a derribar ese muro, dejarle construir los que quiera dentro de sus fronteras de 1967 y trasladar allí a toda la población israelí asentada en Cisjordania. Para que esto sea posible, EE UU y Europa han de dejar de una vez de sabotearse. Y llorar menos.
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