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Columna
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El congreso del miedo

Josep Ramoneda

Por fin sabemos el modelo de Estado al que aspira Convergència Democràtica de Catalunya (CDC): su congreso acaba de proclamarse confederal. Es una novedad mayor porque la comedia de la inconcreción formaba parte de la esencia de CDC durante el pujolismo. Mantener el misterio sobre la idea de Estado era la pieza angular de la ambigüedad; es decir, del comercio político en todas direcciones que ha caracterizado el aporte del pujolismo a la gobernabilidad del país. La ambigüedad permitió pasar, sin sobresalto anímico alguno, de ser socio del PSOE a ser socio del PP. O tener un pie en el nacionalismo identitario y otro en el europeísmo pragmático. Con la consagración del confederalismo en el ideario convergente, se rompe un tabú del pujolismo, que siempre se había manifestado partidario de esconder su idea de España. ¿Cabe interpretarlo como el anuncio de que CDC se desprende del pujolismo ideológico?

CDC se apunta a lo que algunos han llamado el revival posmoderno de lo confederal. Curiosamente, una confederación, como asociación de países dentro de un Estado respetando lo que es desigual, no es muy diferente del federalismo asimétrico que el presidente Maragall predicó con cierta tenacidad hasta que sintió cierto hastío intelectual de tanto repetir lo mismo. Quizá Maragall se dio cuenta de que, insistiendo en este discurso, se podía acabar imponiendo la idea de que para los catalanes es más importante ser reconocidos como distintos que las cosas concretas en las que podamos ser distintos. CDC durante el pujolismo -que hasta ahora es la totalidad de su historia- siempre optó por la actitud conservadora de evitar cambios estatuarios. Pujol tenía el fundado prejuicio de que cualquier cambio de marco, en la medida en que tenía que ser global, resultaría igualitario. Y ya se sabe que para el nacionalismo la diferencia es lo único importante. Pero ahora CDC se ha visto emplazada al debate estatutario. Su respuesta ha sido su idea de España: "Una unión libre y en pie de igualdad de las naciones que conforman el Estado español".

Curiosamente, al concretar la idea de España se les desdibuja la idea de Europa. Si sobre España Pujol había impuesto siempre la ambigüedad, sobre Europa Pujol se movía por actos de fe. Me atrevería a decir, si el ex presidente no lo considera blasfemo tratándose de religiones políticas, que su europeísmo era el único sentimiento político equiparable a su nacionalismo. Pujol sabía de las enormes dificultades de un proceso, el de unificación europea, que vivió con suma atención desde el principio, y siempre tuvo claro que la apuesta por Europa se tenía que mantener aun en los malos momentos y aun al precio de dar por buenos pasos que parecían insuficientes, pero que abrían nuevos espacios. La Constitución europea es uno de ellos: esta plagada de deficiencias y queda lejos de satisfacer las aspiraciones de mucha gente que creemos firmemente en la Unión Europea. Pero Europa siempre ha avanzado abriendo una pequeña puerta para después poder abrir otra más grande. La Constitución europea es bastante birria, pero hay algo que sería peor que esta Constitución: cargársela. Europa se ha convertido en algunos países en el chivo expiatorio del malestar. Sería una verdadera ruptura con su historia -es decir-, con el pujolismo, que CDC utilizara a Europa para quitarse de encima los demonios que lleva en el cuerpo después de su derrota. La excusa es el trato inadecuado que recibe el catalán. Decir no a la Constitución por esta razón, es perder la perspectiva de que en Europa sólo se avanza con mucha tenacidad y con mucha labor de presión e incordio. Cuando ante una situación de peligro se responde instintivamente con cierta radicalización ideológica, a menudo se cometen errores de perspectiva: paga quien menos culpa tiene. En este caso, Europa. CDC perdería jirones de su perfil si optara por la beligerancia con el proceso europeo.

Por lo demás, el congreso de CDC ha sido el congreso del miedo. Miedo, ¿a qué? Miedo a la división y al enfrentamiento interno. El momento era delicado: la salida del poder aceleró la sangría de votos. La pérdida del monopolio del nacionalismo hizo que CDC, de pronto, se sintiera desnuda. El congreso ha sido conservador: salvar los trastos, poner el contador a cero y ver si en los próximos meses se puede conseguir alguna aceleración. Para ello era positivo el debate, pero era imprescindible evitar choques y traumas. No ha quedado otro remedio que acudir, una vez más, al padre fundador. Pujol ha tenido que estar en primer plano de un congreso en el que, en otras circunstancias, le hubiesen rendido el homenaje de despedida. Pujol ha tenido que arropar a un Mas que en las imágenes del primer día parecía encogido por el miedo. No es fácil someterse al voto de los correligionarios después de tres derrotas consecutivas.

Artur Mas ha salvado la papeleta con éxito. El resultado, si nos atenemos estrictamente a los números, le da toda la legitimidad para intentar que el motor convergente vuelva a coger velocidad. Pero no se pueden obviar algunos elementos que el propio Mas hará bien en tener en cuenta. El voto masivo a su favor tiene algo de voto de patriotismo de partido: en parte, fue el voto del miedo al caos, a la descomposición; y la sobreactuación de Pujol en su apoyo -para evitar el fantasma de la ruptura- hace que la sombra de la tutela del ex presidente se prolongue más de lo razonable.

Como acostumbra a ocurrir en tiempos de zozobra, se optó por lo fácil: abrazarse a los dioses del lugar. En un partido nacionalista hablar de más nacionalismo nunca suena mal. Los resortes sentimentales se activan con facilidad. De modo que CDC se sitúa en la subasta soberanista a la que Esquerra Republicana le ha emplazado. No estoy seguro de que en este caso el miedo haya guardado la viña. Salvo que la propia CDC sea consciente de lo que algunos sospechamos: aparte de nacionalismo no tiene mucho más que proponer. Si encima se carga el europeísmo, el traje es muy estrecho para un partido que había sido bastante grande.

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Una vez más el aroma de lo familiar se ha hecho sentir en un partido demasiado trabado por los compromisos personales que unen a Pujol y Mas. Pero este parece ser un signo de identidad de todos los partidos catalanes, que no saben vivir sin la familia cerca. Forma parte del paisaje y de los riesgos de los países pequeños.

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