_
_
_
_
ECONOMÍA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Perdimos el conocimiento

Emilio Ontiveros

EL CONSENSO EXISTE. El patrón de crecimiento de la economía española es vulnerable: la continuidad de la convergencia real con la estancada Europa exige una diversificación de los pilares sobre los que se ha basado la expansión en los últimos años. A una conclusión tal pudo llegarse hace al menos cuatro años, cuando ya se observaban señales suficientes que, en el mejor de los casos, no amparaban la complacencia entonces dominante. El debilitamiento de la productividad era una de ellas. El importante crecimiento del empleo nubló la percepción de que la eficiencia en su uso descendía significativamente: se utilizaban más horas de trabajo, pero el valor obtenido de cada una ellas no crecía. La productividad del trabajo en 2003 era equivalente al 93,5% de la media de la UE-15, la relación más baja desde 1975. El correspondiente contraste de la productividad total de los factores arroja el peor resultado desde 1970. La versión de que es poco menos que imposible conseguir simultáneamente tasas positivas de variación en ambos componentes del crecimiento no resiste al sentido común, ni a la evidencia aportada por no pocas economías, algunas de ellas europeas. Las cuentas exteriores, incluidos los flujos de inversión extranjera directa, advertían, por su parte, de la rápida dilución de algunas de nuestras ventajas competitivas, especialmente cuando se contrastaban con las de algunas economías emergentes de Europa. Además, muchas de éstas reducían rápidamente su riesgo a medida que aumentaban las probabilidades de su definitiva integración en la UE.

La inversión en educación y en investigación y desarrollo fue destacada a partir de la Cumbre de Lisboa, en marzo de 2000, como una variable estratégica para que Europa redujera la divergencia real frente a Estados Unidos

Mientras la inversión, excepción hecha de la construcción, mostraba en España una marcada debilidad, en algunas de las economías avanzadas (aquellas que han de servir de referencia en nuestra aproximación en la renta por habitante) se observaba desde mediados de los noventa una rápida inserción en la denominada economía del conocimiento: se intensificaba la inversión en tecnologías de la información que hacían más eficientes sus empresas, al tiempo que propiciaban un aumento en la tasa de natalidad empresarial. La inversión en educación y en investigación y desarrollo fue destacada a partir de la Cumbre de Lisboa, en marzo de 2000, como una variable estratégica para que Europa redujera la divergencia real frente a EE UU. Lógicamente, esa asignación de recursos públicos y privados debería ser mayor en aquellos países donde el retraso era más acusado y más expuesto su patrón de crecimiento.

Las últimas semanas han sido pródigas en balances del camino recorrido en esos ámbitos. Es el caso, por ejemplo, de la publicación del informe anual del World Economic Forum, el del Banco de España (que incorpora una evaluación del cumplimiento de la Agenda de Lisboa), el informe de la Fundación Cotec, o el eEspaña, de la Fundación Auna. De todos ellos se deduce nuestro retraso en la dotación de esos factores. La relación entre el stock de capital total y el empleo sigue siendo significativamente más baja en España que en el promedio de la UE, y más aún la proporción entre capital público y población. El indicador más reciente de capital tecnológico sobre PIB que suministra el Banco de España (el correspondiente a 1995) lo sitúa en el 43% del promedio de los Quince. La parte del PIB que representaba el gasto español en I+D era del 50,6% en 2001. En ese mismo año, el último disponible, el gasto público en educación por cada 100 habitantes comprendidos entre 16 y 64 años era equivalente al 73,6% europeo.

Los indicadores directamente expresivos de la inserción en la sociedad de la información no son más favorables. La posición en los distintos rankings nos sitúa entre las economías más rezagadas de la UE, por debajo en algunos indicadores de países recién llegados a Europa, con una renta por habitante y unos salarios medios significativamente inferiores a los nuestros, pero con unas habilidades laborales no muy inferiores. La reacción ante evidencias tales no puede ser otra que priorizar la generación de incentivos suficientes a la diferenciación favorable de nuestras empresas; eso hoy no significa otra cosa que intensificar la inversión en conocimiento.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_