El tenor peruano Juan Diego Flórez despliega su fenomenal fuerza belcantista
"Rossini está en mis cuerdas", afirma el joven cantante, de 31 años, que debuta hoy en Madrid
Es su debut oficial en una ciudad que está al tanto de sus hazañas. Será hoy, a las 22.30, cuando el tenor peruano Juan Diego Flórez (Lima, 1973) entone en el Auditorio Nacional de Madrid a Mozart, Donizetti, Gluck, piezas de zarzuela y, por supuesto, a Rossini, el compositor que más gloria le ha dado y en el que se ha convertido en joven y pujante referencia con su dificilísimo repertorio. "Rossini está en mis cuerdas", afirma Flórez, designado por Pavarotti como la gran figura de la nueva generación. Él se lo toma con tranquilidad y huye de las celebridades: "Quiero vivir tranquilo", asegura.
"Yo sé dónde fallo y me propongo mejorar en todo lo que pueda"
"Ésta es una ciudad importantísima para la ópera, para mí es mucha responsabilidad"
Se le nota algo nervioso. Juguetea con un abrebotellas blanco entre sus manos. No le gusta hablar. Prefiere cantar. En el escenario es donde lo dice todo. No se explaya demasiado en las respuestas, sonríe con artes de gran tímido y se quita importancia escondido tras sus gafas ligeras y vestido con camiseta y vaquero. Pero aunque se empeñe en pasar desapercibido, no puede: es Juan Diego Flórez, el gran fenómeno joven de la lírica, la última sensación del belcantismo, el nuevo rey de Rossini, Bellini y Donizetti.
Genera debates por Internet, cuenta con grupos de incondicionales que le siguen a todas partes; algunos llegan desde Japón. Hoy, por fin, hace su debut oficial en Madrid -aunque cantó hace dos años en la capital en un recital privado-, en el ciclo Grandes Intérpretes, organizado por Scherzo y patrocinado por EL PAÍS. Es el recital más esperado del año pero a Flórez no le gusta sentir presión: "Ésta es una ciudad importantísima para la ópera, para mí es mucha responsabilidad".
Siempre hay una primera vez, aunque el tenor volverá dos más la próxima temporada, para cantar en el ciclo de lied en el Teatro de la Zarzuela, en febrero; y antes, a lo grande, para hacer El barbero de Sevilla en el Teatro Real en enero. No podía ser con otra cosa que con un gran Rossini: "Lo descubrí en la escuela de Filadelfia, donde estudié entre 1993 y el 96. Hice Il viaggio a Reims y me dijeron: 'Lo tuyo es Rossini'. Tengo 16 óperas suyas en mi repertorio. No puedo cantar todo lo que él hizo, hay cosas que no van con mi voz". Se puede decir que desde que debutara en 1996 con un título rossiniano, Matilde de Shabran, con 23 años, se ha convertido en un auténtico especialista en los juegos musicalmente diabólicos que escribió el compositor de Pesaro, pero ahora trata de ampliar sus títulos. "Creo que mi repertorio es más elástico. Canto Bellini, Donizetti, Gluck, he hecho algún Verdi, Falstaff, y algún Puccini, Gianni Schichi", afirma.
Lo que no quiere son agobios. Ni baños de multitudes. "En la ópera los cantantes normales todavía tenemos la suerte de poder ir por la calle. Sólo Pavarotti y Domingo creo que no podrían andar tranquilos por una ciudad". Del rock ya se alejó hace tiempo, aunque sigue escuchándolo todavía por puro gusto y para rememorar los tiempos en que quería ser un beatle en Lima con su grupo de músicos. "A mí me gustaba el rock y la canción peruana -a la que se dedicaba su padre y que él incluye en sus recitales bastante a menudo- pero le fui cogiendo poco a poco el gusto a la ópera hasta que se ha hecho mi pasión", afirma.
Una pasión que ha agarrado al viejo estilo, sin ansias de popularidad a toda costa, conformándose con metas muy estrictas: "Los dos grandes objetivos de un cantante de ópera deben ser que se le invite a los teatros más importantes y repita, y mantener las cualidades vocales en forma", cree. Él lo hace a base de insatisfacción o de búsqueda de la perfección constante: "No me conformo con el elogio fácil y me voy a la cama. Siempre estoy insatisfecho, inseguro, y me gusta tener gente a mi alrededor que me lo diga. Yo sé dónde fallo y me propongo mejorar en todo lo que pueda", asegura lanzando ese escupitajo a la autocomplacencia que suelen mostrar sólo los grandes.
Para huir del halago también renuncia a meterse en las páginas de Internet que promueven sus fans. "Lo digo siempre: el público es lo más importante. Mucha gente hace un esfuerzo enorme por ir a verte y debes ser amable con ellos, pero no me meto en las páginas de Internet que hablan sobre mí. Lo hace mi agente y me lo cuenta, pero como me llega por él no deja de ser para mí un chisme y no algo que deba tomarme demasiado en serio, así también huyo de la presión", dice.
Pero tampoco le gustan los sustos, aunque sabe que con buena técnica pueden ponerse a su favor. Como ocurrió la única vez que cantó en Madrid en un recital privado organizado por un banco en el Teatro Real. Ese día se le colocó una flema en la garganta y la apartó con buena técnica, cuando lo normal hubiese sido abandonar. Cuando se le recuerda, Flórez carraspea demasiado. "Ah, sí, la flema. Fue porque el ambiente estaba demasiado seco. Lo normal es esperar una media hora o así, tomarse un té caliente y lubricar las cuerdas. Pero salí, canté y eso parece que el público lo vio como una heroicidad, como el coraje, las agallas de un tenor, qué bien, eso hizo aquella noche un poco especial", recuerda.
Tras la estela de Alfredo Kraus
Aumenta su repertorio a razón de un título al año. Esta temporada ha sido I puritani, de Bellini, con la que Juan Diego Flórez debutó el pasado mes de mayo en Canarias. Vendrán más para el futuro, como L'elisir d'amore y Don Pasquale, de Donizetti, además de otros alejados del estricto belcantismo como el duque de Mantua, del Rigoletto de Verdi, que hará en Lima y Dresde en 2008. Luciano Pavarotti ha dicho de él que es el futuro, pero a la vista de por dónde encamina sus pasos de gigante del canto precavido, se diría que su modelo es Alfredo Kraus. Él lo confirma y declara su admiración: "Espero seguir su ejemplo. Siempre supo mantenerse en plenitud de facultades. Se cuidaba mucho, hacía gimnasia; yo no la hago, pero ya voy a empezar", promete.
Hay más cosas de Kraus que le fascinan: "Tuve la suerte de poder escucharle en vivo en Nueva York, aunque no de conocerle personalmente. Admiro y aprendo de sus versiones, de su técnica, de su estilo aristocrático, de esa elegancia para colocar la frase", asegura. Ahora llega a Madrid, que durante décadas fue el reino donde muy pocos le hacían sombra a Kraus, para conquistar a un público que se ha sentido un poco huérfano desde que el gran tenor canario murió. Ésa es, entre otras razones, la expectación que despierta su debut en el Auditorio Nacional, donde el tenor peruano, el más dotado para el belcantismo hoy en el mundo, que se presenta junto al pianista Vicenzo Escalera, ha preparado un programa especial en el que, además de Rossini, Donizetti, Cimarrosa, Gluck y Mozart, ha seleccionado tres romanzas de zarzuela de Los gavilanes, Doña Francisquita y El trust de los tenorios: "Siempre canto zarzuela porque es un placer cantar en el idioma propio. A la gente le gusta mucho, además, cuando los hispanoparlantes lo hacemos. Piensan que cantamos mejor", dice.
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