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Columna
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El PP e Irak

Es de derecho natural que PSOE, en el poder, y PP, en la oposición, interpreten de manera diferente los mismos acontecimientos y que uno trate de sacar el máximo partido de los posibles puntos débiles del otro, especialmente en campaña electoral. Desde una perspectiva geopolítica, por tanto, cabe estar en contra o a favor de la guerra de Irak, siempre en función de lo que cada uno entienda que España gane o pierda en el caso. Así, la guerra, aparte de verse como crimen universal o acción benéfica para la Humanidad, se juzgará, sobre todo, como error o acierto de realpolitik.

Lo inaceptable es, sin embargo, la deformación de eso que llamamos los hechos, lo que uno y otro dijeron, prometieron, olvidaron, etcétera, pero haciéndolo desde una perspectiva positivista, porque lo que la gente piensa no lo sabe nadie. Y aquí el lenguaje resulta ser el gran prestidigitador. La Administración del presidente Bush ha creado su propio esperanto para la guerra y el PP le sigue los pasos con entusiasmo.

La tele española se puebla estos días de señores que afirman que Zapatero ha retirado las tropas para cumplir una promesa electoral. La promesa, sin embargo, no es causa sino efecto. Se prometió la retirada porque la guerra no había recibido el fiat de la ONU; porque se había inducido a ella con infundios, como la existencia de armas de destrucción masiva; porque el apoyo y participación de España ahondaba la división europea; y porque la opinión española decía masivamente no a la intervención. Pueden parecer bien o mal esas razones, pero son las que adujo Zapatero. Y de ello se deduce que la promesa sólo es una conclusión y no el motivo para obrar.

Una segunda y extendida afirmación es la de que Zapatero prometió que mantendría las tropas si había una nueva resolución del Consejo de Seguridad que amparara esa permanencia. Se puede discutir si la resolución recién aprobada ampara poco o mucho, pero lo que el líder del PSOE exigió era que la resolución diese la dirección política -y militar- de la guerra a la ONU, y eso no ha ocurrido. La ONU está en la operación, y Kofi Annan sabrá por qué, pero la dirección política -y militar- sigue siendo toda de Estados Unidos, con la débil nota al pie de la anuencia de un nuevo Gobierno iraquí, que recibirá poderes de naturaleza muy imprecisa el próximo 30 de junio.

Tercera afirmación, que España se ha retirado de la guerra antiterrorista al abandonar Irak. El MI5, la CIA y los servicios de información de Francia, Alemania, y ¿quién no?, ya reconocieron en su día que Al Qaeda y Sadam Husein se profesaban odio genuino. Por ello, a consecuencia de la intervención de los anglosajones hay terrorismo en Irak, que es la que ha abierto el país al islamismo criminal. Por ello, España, al retirarse, no ha abandonado a nadie porque en Irak en vez de combatir lo que se hace es fomentar el terror.

Y cuarta, que España es irrelevante en el mundo, siempre como consecuencia de haber dejado a Washington en la estacada. Pero ocurre que España es sólo modestamente relevante, con guerra o sin ella. Si Aznar hubiera ganado el 14-M, los abrazos de Bush y el presidente francés, Jacques Chirac, en Normandía, habrían relegado igualmente esa relevancia a la división que le corresponde, como cuando el anterior jefe de Gobierno habló ante un Congreso norteamericano con los congresistas en el recreo. Lo que España tenía con el PP no era relevancia sino notoriedad, pagada, además, a un fuerte precio en sangre, propia y ajena. Y, nuevamente, es posible que se considere ese precio pagadero o no, pero hay que hacerlo sin fabricaciones lingüísticas de por medio.

Aparte de todo ello, el solo hecho de que se haya aprobado una resolución que queda visiblemente lejos de lo que era la posición de Francia y Alemania y que, sobre todo, París haya dado su visto bueno al documento, no favorece en nada a Zapatero, por mucho que su posición siga siendo, en teoría, impecable. Lo que ha pasado es que España pierde cara, simplemente, porque su posición, identificada como está con la francesa, sufre de que Chirac haya frenado sin avisar.

Todo ello nos lleva a la última apreciación sobre un juego que ahora apenas está comenzando. Un precio a pagar por la decepción que ha sufrido Estados Unidos, está claro que haberlo, haylo. La reciente firma de un tratado de muchísima amistad entre Washington y Rabat no es sólo un regate a Madrid, sino un cambio copernicano de alianzas, que sólo puede augurar cosas malas; y que nadie se extrañe si la monarquía alauí recuerda, súbitamente, que existen Ceuta y Melilla.

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