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Reportaje:

Cadena perpetua por matar a su perro

Un hombre pasará toda su vida en prisión tras ser hallado culpable en EE UU de decapitar a su mascota

Hay una cierta dosis de demagogia al definir a James Abernathy como el hombre que se enfrenta a una cadena perpetua por haber matado un perro, pero el sistema legal de California, más interesado en el castigo que en la reinserción, permite esa aberración jurídica: Abernathy puede, efectivamente, pasar el resto de su vida en la cárcel por haber decapitado a su perro.

En un país en el que uno de cada dos hogares tiene un perro, el bienestar de las mascotas se ha convertido en una obsesión enfermiza que contrasta -por seguir en el sendero de la demagogia- con el desinterés hacia determinadas injusticias sociales. Hay que tener perro y reverenciarlo en público para estar realmente integrado en el estilo de vida americano, que incluye casa en los barrios residenciales con garaje para dos coches. Aquí a los perros se les habla como si fueran bebés y se les trata como si fueran reyes.

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En una sucesión normal de los acontecimientos, a Abernathy "sólo" le habrían caído tres años de cárcel por matar a su perro. Es lo que fijan las leyes de ese Estado por un delito de crueldad contra los animales.

Pero California es también uno de los Estados pioneros en la aplicación de la llamada "ley de los tres delitos", más conocida como "tres delitos, y se acabó". La legislación impone penas de entre 25 años y cadena perpetua a quien cometa tres delitos violentos. Es la antítesis de la reinserción: se considera que ese límite -tres delitos violentos- es la demostración clara de una criminalidad crónica e incorregible que merece apartar para siempre de la sociedad al infractor. En California la norma es aún peor porque el tercer delito que colma el vaso de lo permisible no ha de ser necesariamente violento. Cualquiera vale. Incluso matar un perro.

Abernathy ha sido un maleante, eso no lo discute nadie. Tiene un historial repleto de múltiples delitos menores y dos mayores, dos asaltos a mano armada. Los cometió hace 18 años y los pagó con largas condenas. Desde 1986, a Abernathy sólo le faltaba un delito para verse encerrado de por vida en una cárcel. Y lo cometió.

Una noche discutió acaloradamente con su novia. El perro pagó los platos rotos. Abernathy golpeó al animal con un palo de golf, le clavó una estaca y le cortó la cabeza con unas tenazas de jardinero. Al perro, una hembra de pastor alemán, le había puesto el nombre de su novia, Marie.

Después, nervioso y medio llorando, llamó a la puerta en casa de la vecina para pedir ayuda, o quizá consuelo. Dijo estar "mentalmente mal" y pidió a quien abrió la puerta que no llamara a la policía "porque me iba a meter en un lío". La vecina llamó a la policía.

Declarado culpable de matar al perro, su abogado intenta demostrar ahora que lo hizo víctima de problemas mentales, la única vía que tendría su cliente para cambiar la cadena perpetua en prisión por una larga estancia en un psiquiátrico. El fiscal asegura que el acusado "finge los supuestos problemas psiquiátricos" igual que fingía "oír voces" en cuanto fue detenido por la policía.

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