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Reportaje:EL PAÍS | Novela negra

'El secuestro de Miss Blandish'

EL PAÍS presenta mañana, lunes, por 1 euro, la primera novela del escritor británico James Hadley Chase

La primera vez que leí esta novela me atrajo mucho que en el título apareciera el nombre de Miss Blandish. Me refiero al título en español, porque el original, No orchids for Miss Blandish, resulta más enigmático. El caso es que hacía pensar en una mujer rica y joven a quien le iban a suceder cosas que no le habían ocurrido antes. ¿Quién era? ¿Por qué la secuestraban? Sólo estas preguntas hacían la novela bastante apetecible. Y, sin embargo, y éste es uno de sus hallazgos, los dos interrogantes se desvanecen en las primeras páginas. Enseguida sabemos que se trata de una bella heredera. La vemos entrar en el club Golden Slipper envuelta en el brillo de su cabellera rojiza, de su piel blanca, de sus grandes ojos y de un impresionante collar de perlas, que la convierte en una doble tentación. Conviene retener este momento porque será la primera y última vez que contemplemos a la auténtica e inocente Miss Blandish; en el resto de las páginas será un fantasma de sí misma. Y en la última habrá comprendido que ha perdido la inocencia para siempre y que ya no puede regresar a su mundo; su mundo y su padre la esperan, pero ella es otra persona, ha bajado al infierno y aún no ha salido de él. Pobre Miss Blandish, no podía sospechar que esa noche al entrar en el club acababa de dejar atrás su vida y que al salir lo hacía a otro planeta, al planeta de la humillación, de la espera ciega, las drogas, la tortura, la violación. Es peligroso ser demasiado deseable, es peligroso despertar la codicia en los ojos ajenos. Al pensar en ella, reducida en una habitación y sola, es imposible no pensar también en el personaje de Temple Drake de la novela Santuario, de William Faulkner. Sin duda, James Hadley Chase debía sentir fascinación por la novela norteamericana, sobre todo por la novela negra que tan cautivadoramente había iniciado Hammett con Cosecha roja, seguido de cerca por Chandler. De no ser así, no se entiende que este escritor británico, cuyo verdadero nombre era René Raymond, en lugar de continuar la estela de la novela policial inglesa, basada en el ingenio y el juego intelectual, diera un enorme salto y plantara en Kansas y Springfield, al otro lado del océano, la historia de ésta su primera novela, compitiendo con los maestros del género y obteniendo un clamoroso éxito que le animaría a seguir con una ingente producción literaria.

"Los bandidos están en primer plano y accedemos a la historia a través de ellos"

La escribe en 1939, época aún de gánsteres y de tiroteos con el FBI. Precisamente ellos fueron los que abatieron cinco años antes en Florida a la banda de Ma Barker y su hijo Fred, que Chase reconvirtió en El secuestro de Miss Blandish en Ma Grissom y Slim, y de paso los elevó al pódium de los Bonnie and Clyde, de los John Dillinger. Y, como ellos, han disfrutado de su baño de gloria cinematográfica, entre cuyas versiones destaca La banda de los Grissom, de Robert Aldrich (1971). Precisamente, también en la novela los bandidos están en primer plano, y accedemos a la historia a través de ellos, lo que por cierto con tanto talento sabe hacer otro grande de la serie negra, James. M. Cain, de modo que nos familiarizamos con ellos, hasta incluso encariñarnos con algunos. Por ejemplo, la gloriosa entrada de Miss Blandish en el club la vemos con los ojos de Bailey, componente de la banda de Riley, que enseguida fenece a manos de la banda de Grissom, como si se nos dijese que siempre hay alguien con menos escrúpulos. Por suerte, Bailey vive lo suficiente como para que nos identifiquemos con su sincera admiración ante la visión de Miss Blandish: "Tenía todas las cosas que las demás tenían y, además, algo que a las demás les faltaba". Puro texto de novela negra. Poesía de la supervivencia sin poesía. "Johnny va a abrir la boca de tal modo que se verá todo el alcohol que lleva dentro", dice Ma. Ma y Slim son esos psicópatas necesarios para que una banda criminal pueda sostenerse, porque el resto de sus miembros en algún momento titubeará, y acaso para que en esta novela cualquier otro criminal pueda resultar entrañable.

En este sentido he de confesar que mi bandido favorito es Eddie. Tiene la valentía de enfrentarse a Ma y Slim, y está casi a punto de arrebatarle su papel al detective, Fenner, que aparece bastante desdibujado, sin cuajar, hacia la mitad de la novela para ir descubriendo lo que los lectores ya sabemos con una gran pericia por parte del novelista. Eddie está casi a punto de ser un héroe, de salvar a Miss Blandish, de salvarse a sí mismo y de salvarnos a todos. Pero en esta historia no se salva nadie, todos perecemos bajo una capa de pólvora. Tal vez lo único que quede sea vivir el momento como hace Eddie, que considera a las mujeres "terroncitos de azúcar" y es adorado por ellas, hasta el extremo de protagonizar el tal vez único momento romántico y tierno de la historia con una rubia casual en una habitación de hotel mientras es perseguido por la policía.

La novela está llena de rubias, de hombres que les pellizcan las nalgas en cuanto pueden, de coches Packard, Airflow y Dodge, de tipos más muertos que "una chuleta de cordero", de whisky, de pistolas y de brutalidad. Tal vez ahora suenen a tópicos junto con algunas frases, pero en 1939 no debían de serlo tanto. Y además, no saborear los tópicos en esta novela es como ir a París y pasar de largo ante la Torre Eiffel o en Nueva York ante la Estatua de la Libertad.

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