Libros útiles en un mundo imperfecto
El periodista británico George Monbiot, columnista del diario The Guardian, investigador y activista incansable, cumple la vieja máxima: pesismismo de la razón y optimismo de la voluntad. "Todo se ha globalizado salvo nuestro consenso. Únicamente la democracia ha sido confinada al Estado nación", constata en su último libro, La era del consenso. Manifiesto para un nuevo orden mundial.
Visto que las Naciones Unidas no son democráticas y representan los intereses de los Estados más que los de las personas, Monbiot ha elaborado una propuesta barata, simple y viable: un parlamento mundial elegido por sufragio directo. 600 representantes que saldrían de un número igual de circunscripciones. Cada una de ellas agruparía a diez millones de habitantes.
Monbiot estudia los costes y las necesidades humanas y le salen las cuentas. Va a promocionar su propuesta entre las organizaciones que asisten al Foro Social Mundial, gente voluntariosa acostumbrada a la adversidad.
Si el proyecto saliese adelante, este Parlamento Mundial no tendría ninguna capacidad ejecutiva y, en principio, ningún reconocimiento oficial. Pero tendría algo más valioso: la legitimidad. Un ejemplo: Estados Unidos hubiera preferido invadir Irak con el apoyo de la ONU, lo más parecido a un organismo internacional legítimo. No lo consiguió y las consecuencias se conocen. El poder moral de ese parlamento sería temible.
Con este mismo espíritu,Monbiot completa el cuadro de necesidades con una Unión Internacional de Compensación y una Organización de Comercio Justo. Parecen sueños, pero al terminar de leer el libro surge la pregunta: ¿por qué no? Y resulta difícil encontrar buenas objecciones a tanto realismo británico, repleto de sentido común y sano optimismo.
En Desglobalización, el sociólogo filipino Walden Bello analiza con detalle las diferentes crisis que aquejan hoy al sistema mundial: ocaso del multilateralismo, degeneración de la democracia, marginación de los países pobres, etcétera. Parte esencial de su propuesta es deconstruir las peores herencias de la reacción neoliberal. ¿Cómo? Protestando y negándose a colaborar. Nada nuevo y, por lo demás, algo complicado mientras los pobres sigan necesitando a los poderosos.
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