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Reportaje:

Médiums y predicadores

El Palau de la Música vibró con el 20º Festival Internacional de Poesía, que ha cerrado los Set Dies de Poesia a la Ciutat

Ya lo advirtió Gabriel Planella, director del festival, antes de iniciarse éste: "Los invitados de este año son poetas oscuros y heterodoxos, un gran cartel de solistas solitarios". Y a pesar de eso vibró el Palau de la Música, donde se celebró el miércoles por la noche el 20º Festival Internacional de Poesía, que cerró los Set Dies de Poesia a la Ciutat y reunió a 6.400 espectadores.

El orden de las actuaciones en el Palau fue perfecto. Josep Ramon Roig (Tortosa, 1956), hermano mayor del también poeta Albert Roig, arrancó las carcajadas del público con su culebronada, una especie de monólogo de marmanyera tortosina.

Roig es un médium: tiene un oído prodigioso y sabe dramatizar. Lo que Teatre de Guerrilla ha conseguido hacer con el catalán de Girona, Roig lo hace con el de Tortosa. Poesía escénica, tan estilizada y tan diáfana a la vez. ("Es curioso", comentaba el enigmista Pau Vidal al final del recital, "que Albert Roig, tan seductor cuando habla y tan enigmático cuando escribe, sea el hermano de este Josep Ramon, apenas inteligible en una conversación normal y tan diáfano en el escenario"). Otro ejemplo de poeta médium lo dio Eva Runefelt (Estocolmo, 1953), una de las sorpresas de la noche, que apareció cuando el público todavía estaba fresco y enseguida creó su atmósfera. Desgranando lentamente sus versos, que salían de su boca como si no dependieran de ninguna voluntad, Runefelt invitó al recogimiento y desmintió que en Barcelona no se lea poesía. Su poema Instante encendió la platea mientras el público seguía sus versos en el libreto gracias a las diminutas linternas que la organización regaló a la entrada.

Lo que Teatre de Guerrilla hace con el catalán de Girona, Roig lo hace con el de Tortosa
El indonesio Rendra, "profeta de la humanidad", llena en su país estadios de fútbol

Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) supo aprovechar la atmósfera creada por Runefelt y leyó Onada de fred, un poema muy duro lleno de voces e interrogaciones que el gran Tià, el único poeta imparable que no es profesor, supo interpretar sin necesidad de dramatizar.

Entonces apareció el primer predicador de la noche, el indonesio W. S. Rendra (Java Central, 1935), al que ya habíamos visto el martes en el Museo Marès y que fue presentado como "el profeta de la humanidad". Rendra, que en su país llena estadios de fútbol, hizo honor a esta invocación con sus sermones, arropados por una gran gestualidad. El poeta indonesio dramatizó sus poemas con voces histriónicas y el público, que ya no se vio en la obligación de leer el libreto, tampoco sintió demasiado la necesidad de entender su perorata.

Fue un acierto de Planella dejar la actuación de Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) para el final de la primera parte. Panero se instaló en el escenario y no se fue hasta que, 20 minutos más tarde, el público despidió su monólogo lectura con un torrente de aplausos. "No sé a qué he venido aquí", dijo nada más empezar mientras fumaba sus cigarrillos y el director del festival, Gabriel Planella, entraba y salía de escena para que Panero no se desmadrara. "Como decía Lorca, si me muero, dejad el bacón abierto", repitió Panero más de una vez entre poema y poema.

La segunda parte arrancó con Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1924), poeta del lamento, que leyó con una declamación enfática ("ya no quedan poetas errantes en Europa"), y siguió con dos poetas hermanos: Perejaume (Sant Pol de Mar, 1957) y Carlos Orozo (Burela, Lugo, 1933). Si Perejaume es el Thoreau catalán, Orozo es el Thoreau gallego. Ambos poetas de bosque, médiums de la naturaleza, sus versos emergen de una fuente secreta. Perejaume, poeta pintor o pintor poeta, como se quiera, acabó con el poema L'alçament del mar, que propone retornar el agua del mar a sus fuentes. "Así algún día sería posible ver soleado el fondo del mar", dijo Perejaume, que preparó el terreno para que Orozo saliera a deslumbrar al público con su milagroso hilo de voz. Orozo se paseó por el escenario sin leer ningún papel, sin la parafernalia del micro, recitando sus largos versos ondulantes de un soplo, como si hubiera suspendido la respiración y sólo necesitara de vez en cuando algun gerundio inventado o una palabra esdrújula ("América, pájaros, Ómnima, Évame malú") para retomar el aire y andar su travesía kilométrica: "Yo os ofrezco una porción de tierra gris del norte/ por cuyo sentimiento he de darme/ y las palabras suenan que las nombro".

La norteamericana Anne Waldman (Millville, New Jersey, 1945) también deslumbró por su técnica vocal, pero se reveló como una predicadora feminista. Era el segundo y último sermón de la noche, con el agravante que esta vez se entendía todo lo que decía.

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