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Tribuna:EL FUTURO DE LA INDUSTRIA EN LA UE
Tribuna
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Una política industrial para crear oportunidades

Los autores consideran la ampliación de la UE una oportunidad para la industria europea a condición de emprender reformas e invertir en investigación y desarrollo.

En las últimas semanas, las preocupaciones por la desindustrialización, el traslado de puestos de trabajo a Asia y el impacto de la ampliación han puesto la industria y la competitividad de la UE entre las prioridades más altas de la agenda política. Ésta es una buena evolución. La industria es importante. Una base industrial fuerte e innovadora resulta esencial para la salud general de nuestra economía. ¿Es la desindustrialización una realidad? Un análisis llevado a cabo recientemente por la Comisión Europea ha confirmado que la Unión no se encuentra en medio de un proceso de desindustrialización generalizado. Eso implicaría un descenso absoluto de la producción y la desaparición al por mayor de grandes partes de la economía. Por otra parte, estamos presenciando una transformación general en la estructura de nuestra economía.

Esto en sí no es nada nuevo. Desde hace quizá tres décadas, hemos sido testigos de un traslado continuo de puestos de trabajo e inversión de la industria a los servicios, y ese cambio ha supuesto mejoras en la productividad del sector industrial. Sin embargo, no hay razones para la complacencia. Si bien la productividad laboral ha aumentado, desde mediados de la década de 1990 crece más lentamente que la de Estados Unidos. La Unión y las empresas de la UE no invierten lo suficiente en investigación y desarrollo. Naturalmente, la imagen varía en los diferentes países europeos, a algunos de los cuales les está yendo muy bien, y la ampliación aumenta esas diferencias, en lugar de reducirlas. Al mismo tiempo, en ciertos sectores como el textil y el minero, la competencia mundial ha erosionado gravemente la actividad tradicional.

Una economía mundial significa que ya no se trata simplemente de una carrera para ponerse a la altura de los primeros; también tenemos que mirar por el rabillo del ojo a las nuevas economías que se acercan rápidamente por detrás. Por último, aún no hemos visto el dividendo de productividad aportado por la tecnología de la comunicación y de la información (TCI) que se ha experimentado en Estados Unidos. Debemos aprender que no se trata de lo que uno gaste, sino de si esa inversión va unida a los esfuerzos por difundir los conocimientos relacionados con la TCI entre la población y por reorganizar la forma de funcionar de empresas y administraciones públicas, para que la tecnología les facilite la vida y aumente su productividad.

¿Será beneficiosa la ampliación? A lo largo de la pasada década hemos observado cómo un flujo continuo de inversión se trasladaba a los 10 nuevos miembros de la UE. Estos países combinan una buena base técnica con la habilidad para las ciencias, las matemáticas y la ingeniería. Además, las nuevas inversiones en infraestructuras van unidas a costes más bajos, y en algunos de ellos, a una rápida adopción de las nuevas tecnologías. Todo esto los ayudará a crecer con mayor rapidez y a experimentar grandes aumentos de productividad en el sector público y privado. Efectivamente, a largo plazo, quizá puedan rebasar a los miembros actuales. A medio plazo, esto debería imprimir un nuevo dinamismo a la economía europea. A corto plazo, permitirá que las empresas de toda la Unión Europea se beneficien de las ventajas competitivas ofrecidas por la ampliación, en lugar de trasladar necesariamente la producción a Extremo Oriente o a India. Por supuesto, esto no proporciona respuestas inmediatas a los trabajadores cuyos puestos son trasladados a otro país miembro. Los políticos tendrán que esforzarse para ayudar a las regiones a prepararse para soportar esos cambios. Cada sector debe centrarse en áreas en las que pueda explotar la base de preparación de la Unión y cambiar hacia actividades "ricas en conocimiento".

¿Cuál debería ser la respuesta política? No deberíamos dedicarnos a escoger ganadores, sino a crear las condiciones para que todas las empresas tengan la oportunidad de ser campeonas. Ello requiere una competencia eficaz, más innovación y un mercado interno que funcione plenamente. La hoja de ruta para conseguirlo ya existe: el paquete de reformas de la UE y nacionales lanzado por el Consejo Europeo en Lisboa en marzo de 2000. Debemos mantenernos centrados en la aplicación de estas reformas y en respaldarlas aportando los recursos económicos y los incentivos necesarios tanto a escala nacional como de la Unión. Además, como hemos reconocido en nuestro reciente informe sobre estrategia, Una política industrial para una Unión Europea ampliada, hay tres reglas de oro:

1. Debemos asegurarnos de que las empresas no se ven entorpecidas por las normativas, ni en el plano nacional ni en el europeo.

2. Debemos movilizarlo todo, desde el mercado interno hasta el gasto de la UE en investigación, transporte y desarrollo regional, para fomentar la competencia industrial.

3. Al tiempo que intentamos establecer un sistema uniforme, también debemos trabajar con sectores individuales para asegurarnos de que la Unión soluciona los problemas concretos que les aquejan. Esto es importante tanto en las áreas de alta tecnología como en las de baja tecnología.

Está claro que las reflexiones sobre el papel de la industria y de la competitividad van a continuar. El momento es adecuado, ya que en los próximos meses la Unión definirá sus objetivos políticos para los próximos cinco años, y determinará cómo se va a adaptar el gasto de la UE a dichas prioridades. Esto puede abrir la puerta a una dedicación positiva a la competitividad, y demostrar que la Unión puede trabajar por la industria en una Unión Europea ampliada.

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