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Reportaje:

La encrucijada de Sharon

El plan de retirada de Gaza en tres fases del primer ministro israelí cuenta con el rechazo de su partido y de los palestinos

Jorge Marirrodriga

El axioma bíblico "que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda" sufre una vuelta de tuerca en la política del Gobierno israelí, al poner a ambas extremidades a hacer cosas contradictorias y enfrentando la una a la otra. Así, mientras la comunidad internacional, con Naciones Unidas a la cabeza, condena el ataque contra el campo de refugiados de Rafah, la muerte de civiles y el derribo de viviendas, el mismo político que ha ordenado la operación esta semana sigue empeñado en presentar un plan de retirada de la franja de Gaza que, de producirse, supondría un giro radical en la situación de la región tras años de estancamiento. Una primera versión del texto ya fue rechazada en referéndum por los mismos correligionarios de Ariel Sharon, por lo que el primer ministro israelí lleva 15 días trabajando en un nuevo plan que podría presentar a su Consejo de Ministros hoy mismo

Sharon está dispuesto a pedir a los laboristas que se le unan para sacar adelante el plan
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VÍCTIMA DE TRES AÑOS.

o dentro de siete días, a lo más tardar.

La nueva propuesta establece que la retirada se realizará en tres fases, cada una de las cuales deberá ser aprobada por separado por el Gobierno israelí. Sharon ya anunció hace dos días que si no supera las dificultades en su propio Gabinete -algo no descartable tras la derrota hace dos semanas de su primer proyecto por los propios militantes del Likud- está dispuesto a pedir a la oposición laborista que se una a la coalición para sacar adelante el plan. Pero algunos israelíes dudan de la sinceridad de la propuesta. "El plan extiende durante un periodo demasiado largo la retirada de los asentamientos. Cada uno de ellos tiene que ser evacuado por separado y sólo una vez que se den las condiciones necesarias", advierte el analista Sever Plotzker. "Cada movimiento generará debates, polémicas y manifestaciones. Cualquier atentado terrorista lo paralizará y cualquier pequeño cambio requerirá revisar el plan completo".

La primera fase de evacuaciones afectará a los asentamientos de Netzarim y Kfar Darom (norte y centro de Gaza) y en la segunda entrará Gus Katif (al sur del territorio). En la tercera parte se producirá el repliegue definitivo desde el sur hasta el norte. También entrará el desmantelamiento de asentamientos -no se sabe cuántos- en Cisjordania. En cualquier caso, no será hasta comienzos de 2005. Y claro, al enemigo, ni agua. Los asentamientos en los que hoy viven unos 5.000 colonos judíos con sus infraestructuras de agua, electricidad y cultivos, se demolerán y quedarán inutilizables para los palestinos. Sin embargo, la zona industrial de Erez, en el norte de la Franja y donde están las únicas fábricas de la zona, se mantendrá intacta y, con mediación internacional, los responsables palestinos podrán hacerse cargo de ella.

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Desde hace varios días Sharon se encuentra ante uno de los dilemas más espinosos de su vida política; aceptar o no la presencia de una fuerza internacional que supervise la retirada y ayude a la Autoridad Palestina (AP) a mantener la estabilidad en la Franja mientras pone en pie las estructuras de Gobierno necesarias.

Los israelíes son conscientes de que, hoy por hoy, organizaciones islamistas como Hamás, ganan de largo en prestigio social y organización a la AP y podrían controlar el territorio creando una situación imprevisible. Pero es un giro radical en la política israelí, por dos razones: la primera es que se opta por una amplia colaboración (e intervención) internacional en el conflicto y, luego, porque Sharon tiende así la mano a su archienemigo, el presidente palestino Yasir Arafat, tras amenazarlo en repetidas ocasiones.

Israel no puede permitirse una Gaza en manos de Hamás o de la Yihad Islámica -que rechazan cualquier paz con Israel- que desde allí dirijan sus ataques contra territorio israelí. Una opción más aceptable sería la presencia de un nutrido grupo de observadores civiles, pero entonces su eficacia sería muy reducida.

En esto llega la Operación Arco Iris, el mayor despliegue militar israelí en Gaza tras la Guerra de los Seis Días. Desde el pasado martes, los cuerpos de élite militares atacan el atestado campo de refugiados de Rafah. "No es algo contradictorio con los planes de Sharon", explica Taizir R., un responsable palestino en la Franja. "Quiere mostrar todo su poder y dejar a los palestinos en tal situación de derrota y humillación que éstos acepten lo que sea con tal de que se vayan cuanto antes".

En una paradoja más de la política israelí, Sharon presentará su plan con el apoyo de amplios sectores de la sociedad israelí, incluyendo a la izquierda, hartos de la permanente tensión, a pesar de contar con la férrea oposición de muchos de los votantes que lo llevaron hasta el Gobierno y ahora lo tachan de traidor a Israel.

"Sharon tiene dos opciones", opina Plotzker. "Reconocer que no goza del apoyo de su propio partido y presentar la dimisión o hacer público que pasa por encima de su propio partido para retirar al Ejército de Gaza. En vez de eso ha decidido proseguir con todo. Seguir en el Gobierno, seguir en el partido y seguir en Gaza. Incluso sigue -sobre el papel- aferrado al plan de retirada".

La masiva manifestación de Tel Aviv el pasado 15 de mayo a favor de la paz con los palestinos y las declaraciones del presidente del país, Moshe Katsav, subrayando que la demostración merecía una respuesta positiva, le dan cierta tranquilidad a Sharon en la calle y en las instituciones para negociar, o simplemente para ganar tiempo.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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