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IDA y VUELTA
Columna
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Comanches en el Ateneo

Enrique Vila-Matas

No sé mucho de Canet de Mar. La asocio a un festival de música de la década de 1970, y sé que hay muchas construcciones modernistas de Lluís Domènech i Montaner, a quien le han dedicado un museo. Sé algunas cosas más. Olga Martínez y Paco Robles, dos profesores radicados en la vecina Arenys de Mar, acaban de fundar, ahí en Canet, la editorial Candaya. Su casa de ediciones se presenta como enamorada de la literatura latinoamericana de ahora. Es una editorial pequeña e independiente y espero que protegida por la Virgen de Guadalupe. Martínez y Robles son los mismos que en www.sololiteratura.com informan, con gran entusiasmo y solvencia, sobre las letras americanas contemporáneas. Tienen ahí, por ejemplo, una muy apreciable documentación sobre la obra de Roberto Bolaño, su amado vecino de Blanes.

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No sé mucho sobre el Ateneo Barcelonés, pero algo sé. Lo frecuentaba mi abuelo, que fue el que me explicó que la sede de esta institución cultural había sido antes la residencia del barón de Sabassona. ¿Quién diablos debió de ser ese barón? Su nombre se me quedó grabado. También sé que las últimas elecciones para presidente del Ateneo las han ganado Oriol Bohigas y el nacionalismo de izquierdas. Hay un jardín romántico, que conoció el esplendor de las tertulias de los años veinte. La de la penya gran, por ejemplo, que animaba Quim Borralleras y que contaba con figuras como Pere Rahola, Junoy, D'Ors, Sagarra, Josep Pla y un joven Dalí. Y la penya dels vells, que animaba ese hombre tan ligado a Canet, el arquitecto Domènech i Montaner, que para mí es un artista superior a Gaudí.

Por una casualidad muy casual, el próximo miércoles, 367º aniversario de la proclamación de la Virgen de Guadalupe como patrona de México, Canet de Mar regresa al Ateneo a través de Candaya, que presenta Mariana y los comanches, novela del escritor venezolano Ednodio Quintero. Allí estaré para acompañar a este amigo y gran escritor en su incursión en el jardín romántico. También Quintero es romántico, aunque en su vertiente más heavy y oriental. Entre sus novelas hay maravillas como La danza del jaguar. Para más información sobre la enigmática veta china de este autor, recomiendo el sagaz prólogo de Juan Villoro a la novela que ahora publica Candaya. Ednodio Quintero llega a nuestra sobrepasada Barcelona de sambas de artificial multiculturalidad -señor Clos: no todos somos Ronaldinho-, y lo hace desde la fascinante Mérida de los Andes venezolanos. Sé mucho sobre esa ciudad. Sé que tiene el récord Guinness de helados de los más variados sabores, 798 hasta el día de ayer. Y también el récord mundial de cibercafés por metro cuadrado y, por si esto fuera poco, tiene el teleférico más alto del mundo. Quintero llega desde su ciudad sobrepasada y exagerada a otra que también lo es. Los comanches de su novela son parientes de los que antes vivían en los pueblos que rodean la ciudad de Quintero, al sur de Maracaibo. Pueblos del Páramo andino llamados Tabay, Cacute, Mucuruba y Mucuchíes, entrarán el miércoles en el Ateneo, en compañía de la templada Canet de Mar.

No sé mucho de Canet, pero confieso que aún sé menos de Mucuruba. Sólo sé que pasé una vez por Mucuruba y, tal como puede leerse en Mariana y los comanches, alguien quedó hipnotizado por el reflejo de la luna sobre la piel verdosa de una bailarina. Hay comanches en ese libro, pero también un bar llamado El Comanche, un café de artistas con el fondo del azul crudo del Caribe. No sé mucho de ese bar. En cambio, sé una barbaridad de cosas sobre las sambas de ese ridículo parque temático al que ahora llamamos Barcelona.

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