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57º FESTIVAL DE CANNES

Moore y Penn destrozan la América corrupta

El realizador y el actor presentan dos demoledores filmes sobre George Bush y Nixon

Fahrenheit 911 es, según Michael Moore, la temperatura a la que se derriten la libertad y la democracia. El director estadounidense coincidió ayer con su compatriota Sean Penn en Cannes, y juntos hicieron trizas a la Norteamérica corrupta y belicista, encarnada hoy por el Gobierno de Bush, y hace 30 años por el Gobierno de Nixon. Moore reventó el festival con las dos horas de documental-panfleto-reportaje contra "George de Arabia", al que pulveriza con una mezcla irresistible de ironía, investigación y un inmenso y muy inteligente poder de comunicación. Penn presentó El asesinato de Richard Nixon, una película de ficción que cuenta el brutal caso real de un inadaptado social que enloquece de honestidad en pleno Watergate.

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"Jamás hubiera pensado que estaría hoy aquí sentado echando de menos a Nixon", dijo Penn entre las carcajadas generales. El actor y director es el protagonista absoluto de esta intensa película de Niels Mueller, producida por los mexicanos Jorge Vergara y Alfonso Cuarón, retrato feroz de la podredumbre moral que inundó a la sociedad americana durante los primeros años setenta. Con el telón de fondo de la guerra de Vietnam y el escándalo del Watergate, Penn da vida a un tipo honrado que se vuelve majara cuando intenta colocarse como vendedor: su jefe le sugiere que imite a Nixon, el hombre que vendió un coche para el desguace a 200 millones de personas, y poco a poco Penn lo pierde todo: el trabajo, la razón y la mujer (una estupenda Naomi Watts).

Penn defendió con convicción esta película que se presenta fuera de concurso, y con un par de frases puso fuera de juego a su Gobierno: "En teoría, está inspirado en principios fantásticos de libertad y democracia, pero al mismo tiempo es el Gobierno que está matando niños en las calles de Bagdad mientras nosotros estamos aquí hablando", dijo Penn, fumando como una fiera. El actor, que ha visitado Irak y ha rodado imágenes de la guerra, parecía verdaderamente tocado por la experiencia, y añadió que, aunque no había visto la película de Moore, estaba seguro de que ambas tienen mucho en común: "Las dos reflejan un estado de corrupción total".

Pocos minutos antes, en una conferencia de prensa atestada y vibrante, Michael Moore desplegó su gran sentido del humor, su aguda visión política y su inaudita capacidad para cantar verdades. "La reacción de Bush a las torturas de presos iraquíes diciendo que mostraban la falta de carácter de nuestros soldados sólo es un ejemplo más de que Bush no apoya a sus tropas, de que en realidad las desprecia", explicó. "Sólo alguien que desprecia a unos jóvenes que están dispuestos a dar la vida por su país puede mandarlos a una guerra basada en una mentira".

"Y ésa es la gran violación, la gran falta de carácter de Bush, Cheney y Rumsfeld", continuó el director. "La inmoralidad sólo trae más inmoralidad. Si tú has creado esa inmoralidad, no te extrañe que sucedan cosas así. No estamos en Irak para una misión noble, sino para defender los negocios de los amigos y benefactores de Bush". Eso es más o menos lo que cuenta el gran histrión de Flint (Michigan) en Fahrenheit 911. La cosa arranca en la noche electoral en la que Bush pasó de perder a ganar el Estado de Florida, después de que la cadena Fox, con un primo del gobernador al frente de los informativos, cambiara de repente el sentido de la información que llegaba del recuento. Moore no dudó tampoco en enseñar a la vez cómo finalmente los demócratas colaboraron en la investidura de su rival al ser incapaces de encontrar un senador que firmara las denuncias de los indignados individuos, casi todos afroamericanos, que habían contado las papeletas.

A partir de ahí, Moore disecciona las turbias y prolongadas relaciones comerciales entre la familia Bush y los jeques de Arabia Saudí, entre ellos la extraña familia Bin Laden, relacionada con los dueños del petróleo tejano desde los años setenta. Según revela el filme, las fortunas saudíes aportan el 7% del total del peso de la economía norteamericana, y Moore desentraña los intrincados vínculos entre James Blazer (abogado de cabecera de la familia Bush y de diversos saudíes procesados en EE UU tras el 11-S), las empresas Carlyle y Hallyburton, y el amigo de la mili de Bush, James R. Bath, un intermediario cuyo nombre fue tachado del informe militar del presidente por la Casa Blanca este año.

La guerra "ficticia, lenta y tardía" de Afganistán, la cena de Bush con el embajador saudí el 13 de septiembre, la represiva Patriot Act diseñada por el secretario de Justicia Ashcroft, la paranoia inoculada en las conciencias de los ciudadanos por el Gobierno y la paralela disminución de los fondos para la seguridad en las fronteras conforman un panorama terrorífico, que sólo empeora cuando Moore rueda cómo dos marines vestidos de gala intentan reclutar a jóvenes pobres, negros y desempleados en las zonas más deprimidas del país, mientras avanza el recorte de fondos dedicados a los heridos y veteranos de guerra.

La película ofrece otra novedad: las primeras imágenes de abusos y malos tratos de las fuerzas armadas, de lo que Rumsfeld bautizó como "la coalición de la buena voluntad" y "la madre de todas las coaliciones". Moore consideró "excelente que España haya salido de la coalición", agradeció a Francia y Alemania su negativa a participar, y calificó como una vergüenza que ninguna cadena americana, "con sus millones de dólares y sus decenas de enviados especiales", haya sido capaz de emitir todavía imágenes de lo que realmente sucede en Irak: "Todas colaboraron a que la gente tuviera miedo de Sadam Husein cuando no tenían por qué tenerlo. Y es verdad que el mundo siempre ha sido muy peligroso, pero si nos quitamos la libertad a nosotros mismos, les hacemos el trabajo a los terroristas. El 70% de los norteamericanos cree que había relación entre Al Qaeda y Sadam, pero las preguntas que tienen que responder ahora nuestros gobernantes son: ¿por qué había más policías en Manhattan que soldados en Afganistán buscando a Bin Laden? ¿Por qué el presidente estuvo dormido los meses anteriores al 11 de septiembre? ¿Por qué el secretario de Justicia le dijo a su asesor que no quería saber nada de la amenaza terrorista?".

La película termina con unas palabras de Orwell que dicen que las guerras no se montan para ganarlas, sino para que sean permanentes y para perpetuar en el poder a los que las organizan. Las palabras resuenan sobre otras imágenes aún no vistas: el estupor de los soldados en el frente, la sangre de las víctimas inocentes, el dolor de las familias que esperan el regreso de los suyos o que ya ni siquiera esperan. Moore explicó los motivos íntimos de su filme: "He tratado de hacer una película que me gustaría ver un viernes por la noche, entretenida, que te permita comer palomitas, reír, llorar, y de la que se pueda hablar una hora, un día o una semana después. Ésa es mi primera motivación. La segunda es contar algo sobre los días que vivimos, sobre lo que nos pasa, y divertirme todo lo posible haciéndola. Creo que es muy importante reírse en tiempos tan negros como éste y, curiosamente, Bush ha escrito las líneas más divertidas de mi documental".

Para acabar, Moore denunció públicamente que la productora de Mel Gibson, Icon, se descolgó de la película cuando llevaba ya dos semanas de rodaje: "Gibson llamó a mi agente diciendo que tenía que romper el contrato que había firmado tres meses antes porque había recibido presiones de altos líderes republicanos. Afortunadamente, Miramax le sustituyó enseguida y pudimos terminar".

El actor Sean Penn, en Cannes.
El actor Sean Penn, en Cannes.REUTERS
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