_
_
_
_
Reportaje:

El miedo se apodera de la favela Rocinha

Dos bandas libran una guerra por el control del tráfico de drogas en la mayor zona de chabolas de Río de Janeiro

Tan cerca y tan lejos del mundo de los ricos. Rodeada de barrios rutilantes como Ipanema, Leblón, São Corrado o Barra de Tijuca se levanta la gigantesca favela de Rocinha (la mayor de América Latina), una ciudad dentro de la ciudad y ejemplo de los contrastes sociales de Río de Janeiro. Algunos antropólogos, como Aspasia Camargo, hablan abiertamente de "promiscuidad social" al referirse a la proximidad física de dos realidades tan distintas. Más de 120.000 personas viven en este hormiguero humano en condiciones que están a años luz de las élites cariocas.

Más información
Pocos abogados para muchos conflictos

El primer indicio de que las cosas no andan bien es el inusual despliegue de efectivos policiales en las distintas entradas. En el interior de la favela, la tensión es patente por la presencia de un contingente de 1.000 agentes que patrullan las calles. La gente corre, no camina, sale poco de las casas cuando se hace de noche. Los vecinos miran con desprecio a los agentes. Hay un movimiento frenético en las primeras calles de la favela. El ruido de las motos, primer medio de locomoción, se mezcla con la música estridente que sale de tiendas, casas y el griterío de los más pequeños. El paisaje cambia de aspecto a medida que nos adentramos hacia el interior de la favela, por callejuelas estrechas y empinadas que ascienden el morro (cerro). Al caer la tarde, en esta zona hay menos ruido, menos luz y más hostiles las miradas al forastero.

La paz se rompió abruptamente el Jueves Santo, 8 de abril, cuando unos cuarenta tipos armados hasta con lanzagranadas comandados por Eduíno Eustáquio de Araújo, alias Dudú, de 27 años, irrumpieron en Rocinha con el propósito de recuperar el control de los 50 puestos de venta de droga, que suministran buena parte de la cocaína y maconha (marihuana) que se consume en Río. El negocio reporta unos 41 millones de dólares al año. Los tiroteos y la violencia duraron todo el Viernes Santo, mientras la gobernadora del Estado, Rosinha Matheus, descansaba en el balneario de Angra dos Reis con su marido, Anthony Garotinho, ex gobernador y actual jefe de Seguridad del Estado.

Dudú había perdido el control del narcotráfico en Rocinha en 1995, cuando fue capturado y encarcelado. En enero pasado recuperó la libertad, pero la venta de droga en la favela estaba en manos de otro cabecilla, Luciano Barbosa da Silva, alias Lulú, de 26 años, que consiguió mantener una delicada paz al quedar al margen de las guerras entre las bandas que pugnan por el control del tráfico de drogas en Río de Janeiro.

La batalla de Viernes Santo dejó 12 muertos, muchos por balas perdidas, paralizó una parte de la ciudad y conmocionó a todo el país. Las autoridades reaccionaron con un espectacular operativo del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar, cuyos hombres mataron a Lulú y a uno de sus lugartenientes, pero fueron incapaces de capturar a Dudú, que sigue en paradero desconocido.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Las reglas que todo el mundo respetaba implícitamente en Rocinha saltaron por los aires y ahora se respira miedo. Miedo a la revancha de los soldados de Lulú, miedo a un eventual regreso de Dudú, y miedo, sobre todo, a la policía, objeto actualmente de las mayores quejas de los vecinos. "Entran en las casas en busca de jóvenes, amenazan, roban y abusan de las chicas", denuncia Ismael, de 43 años, que lleva toda su vida en la favela. El jefe de seguridad Garotinho prometió instalar un puesto policial para atender las reclamaciones o denuncias de los residentes en Rocinha. "No ha servido de nada", lamenta Ismael. "Había un solo funcionario que no hacía nada con las quejas".

"El Gobierno del Estado no controla a su policía. Pedimos ayuda al poder público, al Gobierno federal, al mundo... Nadie ha venido", dice René, de 27 años, director de la Asociación de Moradores de Rocinha, que el sábado convocó una marcha pacífica desde la favela hasta São Corrado, "de orden y progreso" para repudiar los desmanes de la policía. "Mucha gente se está marchando, y los comerciantes no aguantan más los abusos de autoridad de los policías que creen tener el derecho de robar cuanto les apetece". René explica que tiene un hijo de cinco años que reclama mudarse de lugar: "Vamos adonde no haya tiros".

Frente al local de la Asociación de Moradores hay un vehículo con los cristales acribillados. "No fue robado", se apresura a aclarar René, "fue la policía, que disparó para amedrentarnos". Frente al silencio de quienes le acompañan en la conversación, René habla de la ansiedad y de los momentos difíciles que están pasando en Rocinha. Apenas duerme por las noches, fuma tres paquetes de cigarrillos y tiene úlcera de estómago. "Estamos sufriendo una barbaridad. La invasión de los bandidos acabó y empezó la de la policía. Es peor". De noche, la gente se encierra en las casas porque los tiroteos pueden estallar en cualquier momento.

Las reglas del narcotráfico han sido claras y rígidas en Rocinha durante los ocho años que mandó Lulú. Los vecinos que nada tienen que ver con el crimen organizado y las organizaciones no gubernamentales no han sido molestados a cambio del silencio. "Es una organización muy jerarquizada que funciona como una empresa", dice Carlinhos, de 41 años, nacido en la favela y que trabaja en una ONG. Muchachos de 13 y 14 años empuñan un arma y hacen de camellos (traslado de la droga a los puntos de venta). "Tienen un producto que no les pertenece y tienen que rendir cuentas a sus superiores. Cuando no cuadran las cuentas, empiezan los problemas", explica Carlinhos.

Ante el cariz de la violencia en Río de Janeiro, el vicegobernador, Luiz Paulo Conde, propuso levantar un muro de tres metros alrededor de cuatro de las favelas más conflictivas, con el propósito de aislar el narcotráfico. La idea recibió un aluvión de críticas y su autor, arquitecto de profesión, se retractó a los pocos días. La otra medida de excepción, a punto de entrar en vigor, será el envío de 4.000 efectivos de las Fuerzas Armadas para participar en operativos de captura de armas y droga. Desde el anonimato, los traficantes han ironizado sobre la capacidad del Ejército de penetrar y patrullar en las favelas.

Una calle de la favela Rosinha, en Río de Janeiro.
Una calle de la favela Rosinha, en Río de Janeiro.BLANCA CIA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_