Dioses
Siempre que veo imágenes de gente que sale espontáneamente a la calle reaccionando contra algo que acaba de suceder en el presente más inmediato me admiro. Es posible que yo pertenezca a esa casta de individuos que sólo se unen al grupo si ven convocada la manifestación en el periódico y que, aun así, sienten cierta vergüenza en alzar la voz para gritar consignas. Admito, sin cinismo, que si fuera por mí el mundo no hubiera ido ni para adelante ni para atrás. Siempre me han extrañado esas gentes que increpan al asesino recién detenido a la salida de la comisaría, o esas otras que lo vitorean (he visto amigos de los etarras manifestándose a las puertas de la Audiencia Nacional), o en otro orden completamente distinto, las que acuden a celebrar a un jefe de Estado. Hay un temible convencimiento en ellos de estar en poder de la razón. Por mucho que yo creyera en Dios, por ejemplo, no creo que me sacara de casa el hecho de que hubiera una obra de teatro que se cagara en él. Antes rezaría tres padrenuestros. Hay gente que ha mostrado su preocupación por la falta de transigencia de los creyentes. A mí me parece justo al contrario: para haber sido un país, el nuestro, en el que hasta hace nada para tomar cualquier decisión en la vida había que pedirle permiso a un cura, que se manifiesten unas quinientas personas delante de un teatro me parece un número más bien ridículo, y que se presenten los nietecitos matones de Blas Piñar a hacerle un homenaje a su abuelo, francamente, no me parece representativo. Pero sigo pensando en el asunto de nuestra tolerancia y me planteo lo siguiente: ¿no será que Dios, así en general, a nosotros no nos dice nada? ¿No será que blasfemar a Dios no tiene tanto riesgo? ¿Qué hubiera pasado si el autor hubiera afinado un poco más y se hubiera cagado, un suponer, en la Virgen del Rocío, en la Moreneta o la Virgen del Pilar? Es posible que esa combinación de lo religioso con el orgullo local hubiera sido mucho más temeraria. Como más lo hubiera sido si el autor, en vez de al Dios católico, hubiera convocado a Alá. Que se lo digan a Salman Rushdie. Ay, amigo, ése sí que se las ha visto crudas.
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